OPINIÓN

Breves sobre hegemonía y otras alienaciones más (II)

por Nelson Chitty La Roche Nelson Chitty La Roche

“La redacción de un código no es una obra académica sino una obra política. No tiene por finalidad consagrar principios de cátedra, sino solucionar los problemas que la realidad social, económica, cultural y ética presenta al legislador”. Eduardo J. Couture (1945, p. 31).

Lo que Gramsci presentó como hegemonía, se pudiera definir como una teorización sobre el poder y su ejercicio, alcance, instrumentos y base cultural, credo, referentes deontológicos en una sociedad de clases. Del control como empresa, en ese ambiente y con ese entorno; me atrevería a precisar yo.

El italiano veía sin embargo las cosas desde su postura marxista, identificando entonces las nociones de ideología y pensamiento. Paralelamente es menester destacar que la formulación de Gramsci tiene ante sí, una Italia fascista, sin libertades políticas, con un desarrollo económico modesto, con un movimiento obrero pesado y lento y, con una significativa distancia del proletariado emergente y las masas de campesinos.

La doctrina a partir de los años 60 del siglo pasado, sin embargo, se inclinaría por trabajar con el concepto, apuntando a las sociedades democráticas y en esa medida, trayendo el asunto mas allá del tiempo de su formulación más elaborada, en los cuadernos de prisión, donde se hace específica mención.

Gramsci se percata de un hecho innegable; la alianza entre obreros y campesinos que propugnó Lenin como estrategia para luego en la calle conquistar el poder no sería verosímil instrumentar en las sociedades europeas siempre complicadas y plenas de superestructuras que de suyo burocratizaban los movimientos sociales, tal los sindicatos para mencionar una de ellas.

La alianza entre la fábrica y el campo tropieza con los mecanismos e intereses burgueses y a ratos compartidos y ocupará, buena parte de la reflexión del italiano y, sus comunicaciones con la dirección del Partido Comunista Italiano así lo ratifican.

Empero, no se trata en estos limitados espacios, de abundar en la historia de la hegemonía sino, en asir su sentido, su pragmática para comprender más y pensar certeramente las complejidades que en los consorcios sociales capitalistas operarían y valga resaltarlo, en nuestro escenario actual especialmente.

La cuestión meridional no solo trajo en sus alforjas, como antes afirmamos, trazos del concepto de bloque histórico sino que, igualmente, se advierte en su desarrollo, el rol de los intelectuales en ese proceso en que articulan estructuras y superestructuras con la cultura y con el discurso que desde la burguesía se propone como resumen y que el fascismo enganchará como suyo también pero, la llamada clase intermedia y/o pequeña burguesía, mantendrá distancias con el análisis estratégico y sostendrá coincidencias con las superestructuras incluso del mundo agrario.

Las superestructuras constituyen los parámetros y referencias del pensamiento societario e incluyen sus ideas y creencias y sin pretensión de exhaustiva definición así lo entenderemos y las estructuras, el aparato, el orden institucional, la organización en suma del espectro social.

Querrá Gramsci destacar la función, el rol, el papel que cumplen los intelectuales y, por cierto, es una temática que es menester mirar bien por su incidencia y gravitación en la dinámica y dialéctica que se cumple en ese cuerpo vivo que es la sociedad.

Al respecto, destaquemos que los intelectuales serán los pensadores del conjunto social, los que explican las cosas, los que interpretan los hechos e infieren de ellos explicaciones y, resumen la fenomenología que deriva a menudo del acontecer colectivo.

Corrientemente, llamamos intelectual a los congéneres que exhiben al pensamiento como rasgo dominante en su personalidad cultural y queremos entender por esto, a la presentación social, laboral, económica basada en el predominio de la mente ante los otros miembros del compuesto comunitario o acaso de la sociedad misma.

El intelectual no es el habilidoso de los llamados oficios, de las manos diestras, de la fuerza física, de la tracción de sangre sino aquel que tiene como argumento definitorio que lo perfila y distingue la mente, su uso, la fabricación del producto inteligente y comunicacional, con demanda en el mercado de la personalidad y la trascendencia que impajaritable se materializa.

Si me estaciono en este aspecto, el de los intelectuales será porque en su examen y su valoración navega un trazo a ponderar en la superestructura y por ello, lo distinguirá Gramsci como herramienta capital en el proceso que en su imaginación y propósito debería realizarse.

Por otra parte, el intelectual es voz de un tiempo, de una época, de una etapa del quehacer societal y por ello, sobresalen en cualquier época o espacio temporal, representando, sincronizando con la comunidad y, liderizándola inclusive, en aspectos relativos a la visión de las cosas, de las emociones, valores, interpretaciones o decisiones que involucren al colectivo.

El mexicano Rosendo Bolívar Meza acota: “A lo largo de la historia, los intelectuales se han conformado como una élite integrada por aquellos que cumplen una determinada función social: la de producir y administrar los contenidos culturales representativos de la sociedad.” (1)

En efecto, los hombres de pensamiento aseguran una misión que, dependiendo de su ubicación societaria, tienen una significación siempre predominante y decimos “dependiendo”, porque cuando se trata de los intelectuales en el poder inclusive es determinante.

Al respecto, cabe otra cita del profesor mexicano antes citado Rosendo Bolívar Meza: “En las sociedades en las cuales los intelectuales han estado en el poder, se han acuñado diversas expresiones como las siguientes: ierocracia (caracterizada por el dominio de los sacerdotes), clerocracia (que se distingue por el dominio de los eruditos); sofocracia (donde dominan los filósofos); ideocracia (donde el gobierno se funda en la imposición de principios ideológicos), y logocracia (que es el gobierno de los retóricos). En el extremo opuesto están los gobiernos en los cuales los intelectuales no participan del poder, siendo entre otras definiciones las siguientes: la plutocracia (caracterizada por el gobierno de los ricos); la bancocracia (donde el poder lo tienen los banqueros); o la estrateocracia (donde gobiernan los militares)”. (2)

Y todavía con notable sencillez pero pertinencia, agrega Bolívar Meza: “Los intelectuales son un grupo o estrato social que posee una educación amplia -no necesariamente formal-, así como el conocimiento necesario para usar su intelecto en la obtención de una meta. Utilizan, como el foco principal de su trabajo, la inteligencia. Esto es importante porque muchas personas confunden al intelectual con el profesional, y no son lo mismo. Un intelectual puede ser un miembro de cualquier profesión, pero no es el conocimiento técnico lo que le hace servir a su profesión, más bien es su constante devoción para pensar, crear e imaginar nuevas ideas, lo que lo distingue de sus colegas profesionales.

«No constituyen una clase homogénea. Según las ideas que sostienen y por las que pugnan, pueden ser progresistas o conservadores, radicales o reaccionarios; por la ideología que defienden son libertarios o autoritarios, liberales o socialistas; según la posición que guardan, frente a las ideas que sostienen, pueden ser escépticos o dogmáticos, laicos o clericales”. (3)

A mayor abundamiento, sin embargo, recordemos a Robert Michell quien asentó: “Los intelectuales son quienes se ocupan vocacionalmente de las cosas de la mente”. (4)

La naturaleza del trabajo con la mente es un criterio elemental de distinción y así; el trabajo manual se diferencia claramente del trabajo intelectual, no obstante, tampoco pareciera suficiente ese señalamiento para precisar al intelectual y a la función que el susodicho debe cumplir.

Así, serían intelectuales aquellos que crean, elaboran, conforman e integran las ideas y no simplemente, aquellos que, aunque trabajan con la mente no contribuyen a la función de lo que llamaríamos el “pensamiento representativo” que, es a juicio nuestro, la expresión que interpreta la sociedad, cuya postulación obtiene por parte de esta última, credo, seguimiento, aquiescencia.

Vamos pues, delineando el boceto. Es el intelectual un hombre de pensamiento, con vocación de pensamiento, creativo, organizador, exégeta que contribuye con sus ideas a comprender el entorno y más aún a explicarlo fenomenológicamente. De allí surge otro rasgo en el perfil que resalta; el intelectual se comunica con el entorno social al que pertenece y como en una suerte de correa de transmisión lleva a ese coloquio y trae de él, un análisis, un reconocimiento, un diagnóstico, una propuesta, una hermenéutica, una ideología, inclusive.

La semana próxima, Dios mediante, engraparemos la meditación en curso con la noción de ideología y el capítulo del bloque histórico y luego, descenderemos al escrutinio, “mutatis mutandis,” de nuestra situación particular como sociedad y a los elementos concomitantes que pudieran explicar en el análisis estratégico, donde estamos y, hacia donde vamos.

nchittylaroche@hotmail.com, @nchittylaroche

(1) Bolívar Meza, Rosendo. Un acercamiento a la definición de intelectual. http://www.accessmylibrary.com/coms2/summary_0286- 4127256_ITM?email=nchittylaroche@hotmail.com&library=

(2) Obra citada Pág. 1

(3) Obra citada Pág. 2

(4) Michell, Robert. The intellectuals, Encyclopedic of Social Sciences. Londrés1936. Pág. 118.