He preparado esta nota en respuesta a varias preguntas que me han hecho sobre el atentado que sufrió mi abuelo materno, Mario Briceño Iragorry, en Madrid, en diciembre de 1954.
Mi abuelo había sido forzado a abandonar Venezuela luego de las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente de noviembre de 1952. Compañero de fórmula de Jóvito Villalba (del partido URD), Mario Briceño Iragorry habría sido el presidente de una Asamblea cuya responsabilidad era redactar una nueva Constitución y designar un presidente provisional de Venezuela. Ante la sorpresiva derrota de la opción promovida por la Junta Provisional de Gobierno, esta evitó la publicación de los resultados, forzó la salida del país de los ganadores y nombró a Marcos Pérez Jiménez como presidente provisional.
Desde su exilio, primero en Costa Rica y luego en España, Mario Briceño Iragorry continuó su inclemente e incesante crítica a la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez y esto casi le costó la vida.
Demás está decir que este atentado fue un crimen sin justicia en la España franquista. El crimen fue tramado desde Venezuela, donde un demócrata amante de la libertad y católico fue demonizado como comunista. Por cierto, esta visión la transmitió el entonces embajador de España en Caracas a sus jefes en Madrid, lo que podría explicar el poco interés que se puso en investigar lo ocurrido.
En junio de 1958, a dos meses de su retorno a una Venezuela en camino seguro hacia la democracia, falleció. Tenía 60 años. Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde marzo de 1991.
Como dato que refleja su profunda fe y caridad cristiana, ya en Caracas, en una visita a una entidad del Estado, reconoció a las personas que lo atacaron en Madrid. Optó por guardar silencio para que los suyos no buscaran vengarlo. Murió en paz y con ese gran secreto.
Con cierto humor, y mucha fe, cuenta en un ensayo (leer a continuación) lo ocurrido.
Pedro Mario Burelli Briceño (Madrid, junio 2024)
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Extracto del ensayo Sangre en el rostro de Mario Briceño Iragorry
(Escrito a días del atentado que sufrió en Madrid, el 8 de diciembre de 1954)
«De fino humorista me ha calificado el viejo sabueso, con experiencia en Europa y América sobre problemas de espionaje y contraespionaje, que me visita frecuentemente para comentar algún nuevo dato encaminado a fijar la responsabilidad del atentado que contra mi vida se llevó a cabo, a la puerta de la Iglesia madrileña de la Concepción Jerónima el pasado día 8 del mes que cursa.
Pese a la inmovilidad que aún me tienen reducido los facultativos, ya empiezo de nuevo mi oficio constante de lector (…) Si mi amigo el investigador tuviese menos apego a la realidad pugnaz de la vida, no me habría tomado por hombre de humor, sino por un imperturbable optimista.
Un sujeto vengativo tal vez estuviera a estas horas estudiando la sistemática penal de España o el radio de acción extraterritorial de la voluntad criminal. Yo soy, en cambio, hombre de fe en los principios eternos e inmutables de la justicia, y caldeo mi conciencia, no con llamas de odio, sino con el rescoldo amoroso de la verdad.
Desde que me vi forzado hace dos años a abandonar el suelo de mi patria, por el delito de haber sido electo por el pueblo para llevar su voz altiva en la frustrada Asamblea que pudo marcarle nuevos rumbos institucionales, un solo norte ha tenido mi vida de escritor. En opúsculos, en las columnas de la prensa, en numerosas cartas, en plática ocasional con los amigos, tanto he procurado revelar al público el horror de la dictadura que azota a Venezuela (…) Rendida en su diálogo con la inteligencia, la fuerza funesta no encontró camino más hacedero que el camino del crimen. Para callarme se consideró necesario quitarme la vida o anularme la facultad de pensar.
No sé quién haya sido el instrumento humano utilizado para aniquilarme. Un hombre fuerte y armado de una manera de bate atlético, se abalanzó contra mí, cuando, con los lentos pasos que me permite mi ya vieja lesión cardiovascular, caminaba hacia la misa mañanera del Monasterio de las Jerónimas. Lo temprano de la hora era prenda de pobreza de transeúntes. El bárbaro agresor comenzó por lanzarme sobre el lóbulo frontal el primer golpe. Después ya no me fue fácil defenderme. Si no hubiera llevado un sombrero de fieltro doble y alta copa, los cuatro golpes dirigidos sobre mi cabeza me habrían dejado sin vida. El agresor fue detenido en su empeño de matarme, y yo vine a darme plena cuenta de mí mismo cuando, recostado a la puerta del templo, dos piadosas mujeres secaban la sangre que teñía mi rostro…”
Nota 1: Relato entero en las páginas 277-280 del Vol. 15 de las Obras Completas de Mario Briceño Iragorry.
Nota 2: El Monasterio de la Concepción Jerónima, ubicado en la esquina de Ortega y Gasset (también conocida como Lista) y Velásquez, fue sustituido por el Edificio Beatriz (inaugurado en 1975). Este edificio, diseñado por el arquitecto Eleuterio Población, lleva el nombre de Beatriz Galindo, La Latina, fundadora del primer convento de la orden.
Nota 3: Para mí, guardián del palo sólido de madera con que intentaron acallar a mi abuelo, fue una gran sorpresa descubrir que durante tres años, de 1989 al 1991, trabajé en el mismísimo Edificio Beatriz, pues ahí estaban las oficinas de JPMorgan en España (ver nota 2 abajo).
Casualidades de la vida.
El Sagrado Monasterio de la Concepción Jerónima
El edificio Beatriz hoy en día:
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