Solo una certeza existe hoy en Venezuela, esto es, que sin la caída del dictatorial régimen chavista no habrá ninguna posibilidad de desarrollo; y no importarán los antifaces con los que este intente hacer ver matices en la ausencia de libertades, por cuanto en la dimensión individual, al menos para todo aquel que sienta algo de amor por el país, esta se traducirá siempre en una muy incompleta y pálida materialización de lo esplendorosamente concebido como proyecto de vida.
Pero apelaré a su paciencia y buena disposición, apreciado lector, para pedirle que por un instante se imagine a usted mismo en un futuro en el que la tiranía ya fue derrotada y el primer gobierno democrático en más de dos decenios, resultado de la expresión de la voluntad del grueso de la ciudadanía venezolana en las libres elecciones que siguieron a tan feliz acontecimiento —y en las que no se permitieron candidaturas ni de violadores de derechos humanos ni de sus cómplices—, ha emprendido con presteza un primer conjunto de acciones orientadas a la creación de condiciones jurídicas, económicas y sociales indispensables para el inicio, a medio o no tan largo plazo, del verdadero proceso de (re)construcción nacional.
Como quizás dedujo, sería ese, de hacerse realidad, un crucial momento de difíciles decisiones e inmensos sacrificios colectivos en el que apenas se estarían recogiendo los escombros de lo que alguna vez fue un país para así, sobre una tierra limpia pero sin siquiera una piedra capaz de servir de sostén de cualquier obra, poder construir otro —literalmente— desde cero.
Por supuesto, no le pediré que prolongue en demasía tal ejercicio, ya que cuanto más tiempo se abstraiga de la actual realidad, más duro lo golpeará el retorno a ella.
En todo caso, esto viene a cuento por lo comentado —y lamentado— hace poco en Twitter por un reconocido economista venezolano acerca de los resultados de varios estudios de opinión por él revisados, y de los que no proporcionó ningún otro detalle, que supuestamente indicaban que, en el conjunto de sus muestras, el único personaje de la política nacional de los últimos años cuya aceptación superaba hoy en puntos a su rechazo era Hugo Chávez.
Sí, leyó bien —y si lo desea, tómese unos minutos para tratar de sobreponerse a las náuseas—.
Claro que, al no contarse con tales detalles sobre esos «estudios», cabe la posibilidad de que se traten estos de otros de los tantos seudosondeos llevados a cabo en los últimos años por anticientíficos traficantes de la desinformación al servicio de regímenes totalitarios y de grupos con el deseo de establecer otros; y esperemos que así sea, ya que lo contrario implicaría no solo una absoluta incapacidad en diversos sectores del país para aprender de las nefastas consecuencias de los muchos errores cometidos sino del arraigo de una mentalidad, sumamente desfavorable, por la que se podría dar al traste con la idea de aquella (re)construcción nacional incluso antes de su inicio.
Si es este el caso, no es un asunto menor dentro del mar de problemas en el hay que navegar ni un tema de discusión para el después de la anhelada caída del régimen, porque el día que esto ocurra, cuando sea que ocurra, es más que probable que, por las enormes necesidades reivindicativas en la nación, esos problemas generen un tsunami cuya contención será solo posible si en la misma población se comparte un sentido de responsabilidad respecto al futuro.
Para quien hoy, verbigracia, la vida se ha reducido con inmenso dolor a la búsqueda de la inexistente respuesta a la pregunta de cómo sobrevivir con menos del equivalente a cinco o tres dólares al mes, el primer impulso en una Venezuela libre será, en el mejor de los escenarios, reunir las pocas fuerzas que le queden para exigir condiciones salariales al menos comparables a las mínimas aceptadas en cualquier país desarrollado; una demanda que no se podrá satisfacer ni a corto ni a medio plazo al constituir lo dejado por la rapiña chavista un despojo de nación con todas sus arcas vacías y sin un aparato industrial saludable, y de envergadura, que con rapidez cree y ponga en circulación riqueza.
Ante esa inicial imposibilidad se requerirá de una ciudadanía con la consciencia, disposición y temple suficientes para entender, aceptar y, durante varios años, hacer los sacrificios que en contraposición demandará la nación y sin los que no podrá esta comenzar a resurgir de sus cenizas. Y tras esta afirmación no subyace un anticipado alarmismo sino una condición sine qua non.
Si llegado aquel crucial momento la generalizada mentalidad en Venezuela es esa misma cuya exacerbación comenzaron a propiciar Chávez y sus secuaces en 1989, esto es, la del resentimiento y el facilismo que siempre lleva a creer a quien la posee que todo tiene que serle «dado», no que debe construirlo con probidad, con espíritu de contribución al desarrollo de su entorno y, sobre todo, con constante preparación, entonces no tardará la sociedad venezolana en dejarse secuestrar de nuevo por los mismos que en los albores del siglo XXI la destruyeron pero cuyas máscaras ya habrán sido reemplazadas.
Un coetáneo precedente de semejante reincidencia existe: Argentina.
Por tanto, la preparación del espíritu de esta sociedad para lo que tendrá que asumir después de que culmine la efímera celebración por la destrucción del tinglado dictatorial —que esperemos tenga lugar más «temprano» que tarde—, es una ardua labor diaria que debe emprenderse desde ahora; algo en lo que, además, tenemos que participar todos los que contamos con una estructura de pensamiento diferente de aquella autoesclavizante mentalidad por muchísimas razones; una de ellas, y de gran peso, la necesidad de contrarrestar la tendencia de los políticos a ajustar sus electoreros discursos a lo que se quiere oír para granjearse así populares apoyos.
¿O por qué venezolanos de la estatura de Arturo Uslar Pietri jamás han ocupado el trono de barro de Miraflores?
La respuesta está en esa mentalidad y lo que ella promueve.
@MiguelCardozoM
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