Pese a la abultada derrota en el plebiscito constitucional en Chile, amplios sectores de la izquierda latinoamericana (incluyendo al propio presidente Boric) seguían acariciando la idea, hasta la víspera de las elecciones brasileñas, de que la “inminente” victoria de Lula en la primera ronda de las presidenciales establecería un triángulo de gobiernos progresistas (Colombia, Chile, Brasil) sobre el que podría afianzarse un nuevo ciclo progresista en la región.
Desde esa perspectiva, los resultados electorales del domingo 2 de octubre en Brasil son un jarro de agua fría para quienes tenían estas previsiones. Pese al 48% de los sufragios obtenidos por Lula da Silva, lo cierto es que no puede estar seguro de tener ganada la segunda vuelta el próximo 30 de octubre. El sorprendente apoyo del 43% obtenido por Bolsonaro contra todas las encuestas muestra que cuenta con un voto conservador mucho más amplio y fiel de lo esperado. Sobre esa base, el presidente actual puede luchar por atraer durante el mes de octubre los votos de los partidos más pequeños y parte de ese 22% que se ha abstenido de votar en esta ocasión. En pocas palabras, lejos de resolverse, la contienda electoral continúa.
Sin embargo, Lula ya ha tenido que encajar una derrota importante en las elecciones legislativas y estaduales. El partido de Bolsonaro se alza con la bancada más amplia en el parlamento y varias de las gobernaciones importantes, como Río de Janeiro y Sao Paulo, han sido ganadas por los candidatos del actual presidente. De esta forma, cualquier Gobierno de Lula tendría enfrente a buena parte del sistema político representativo brasilero. No es de extrañar que hubiera tanta satisfacción en los cuarteles partidarios del perdedor Bolsonaro en la noche del domingo electoral.
Resulta interesante que las explicaciones sobre el inesperado resultado electoral en Brasil de parte de quienes confiaban en ese nuevo ciclo progresista en América Latina sean tan parcas y puntuales. Buena parte apuntan a errores tácticos en la campaña de Lula y a la poderosa maquinaria de desinformación y amenaza del presidente Bolsonaro. Y parece que ha sucedido bastante de ambas cosas en la campaña. Pero el fondo del asunto es bastante más estructural y global. Refiere a fenómenos aparecidos en diversas latitudes (Trump, Brexit, Bolsonaro, derrota del plebiscito en Chile, elecciones italianas, los más recientes).
Las elecciones en Brasil reflejan la misma situación de Chile y Colombia: tres países donde apunta un gobierno de izquierdas en medio de una sociedad política y culturalmente dividida. No se muestra un corrimiento del electorado hacia posiciones progresistas, que sucediera más o menos al mismo tiempo en varios países de la región, sino del mantenimiento estable de una profunda división interna en varios de esos países.
La división en el caso colombiano es tradicional y Gustavo Petro trata de operar mediante acciones espectaculares, pero es difícil vaticinar si logrará el objetivo estratégico que se ha marcado: reconciliar a la sociedad colombiana.En Chile, el presidente Boric creyó que contaba con una amplia base de apoyo electoral y el resultado del plebiscito constitucional mostró que esa percepción tenía bastante de espejismo. El país profundo, de orientación conservadora, le propinó una derrota notable en la consulta popular. Y en Brasil, el resultado estrecho en esta primera vuelta muestra con claridad la existencia de dos países: un Brasil conservador y otro progresista, lo cual puede llevar a situaciones peligrosas si se profundiza la polarización.
Petro, Boric y Lula (en el caso de que gane la presidencia en la segunda vuelta) deben identificar con rigor esta división de cosmovisiones que existe en cada uno de sus países y operar en consecuencia. Todo indica que propinar tirones radicales en su acción de gobierno podrían producir fuertes resentimientos socioculturales que provoquen reacciones en sentido contrario.
Brasil confirma este diagnóstico más profundo en que se encuentra la región. Lejos de manifestarse el desarrollo de un nuevo ciclo progresista, lo que se evidencia es la existencia de una profunda división social y cultural que se repite en los países, y que una perspectiva progresista debe evitar que avance hacia su polarización. Es hora de zambullirse en un diálogo constructivo con los que no piensan como uno.
Enrique Gomáriz Moraga ha sido consultor de agencias internacionales (PNUD, FNUAP, IDRC, BID). Fue director de Tiempo de Paz y estudió Sociología Política en la Universidad de Leeds (Inglaterra) bajo la tutela de Ralph Miliband.
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