Es difícil encontrar tantas bofetadas a la igualdad como las ocurridas en París alrededor del boxeo femenino. Todo partió de una noticia falsa, el bulo de que Imane Khelif, la boxeadora argelina en el centro de la polémica, era trans, y a partir de ahí todo fue un desparrame de contradicciones sobre la igualdad. Una buena parte protagonizadas por las propias mujeres, comenzando por la italiana llorona y la húngara tramposa que quisieron justificar sus derrotas ante Imane poniendo en cuestión el sexo de la argelina.
Dos chicas enormes y musculosas, que supuestamente habían roto todos los clichés dedicándose al boxeo, a un deporte donde das golpes y recibes, lloriqueando porque querían protección frente a Imane. Me recordaron a nuestra Jenni Hermoso, otra mujer grande y musculosa que podría tumbar a cualquier hombre con dos manotazos, que hizo risas con sus compañeras de selección por el beso con Rubiales, y que se ha apuntado a una campaña sobre el supuesto abuso del que habría sido víctima. Y al menos la italiana y la húngara pidieron perdón, pero el show de Jenni sigue adelante y ya hay juicio fijado para febrero contra Rubiales.
Pronto se desmintió el bulo de que Imane Khelif era trans, pero a eso siguió la noticia de que una oscura asociación rusa le había hecho un análisis y detectado que tenía cromosomas XY y un alto nivel de testosterona. Eso le daría una ventaja biológica, por lo que Imane no podría competir con otras mujeres, dicen sus críticos. Sin reparar en que tal posición obligaría a separar a blancos y negros, en las pruebas de velocidad, entre otros deportes, por la obvia y demostrada ventaja biológica de los negros. Siguiendo las teorías sobre Imane, ¿No habría que proteger a los niños blancos de las continuadas derrotas por parte de chicos negros con una ventaja biológica? Ay, pero eso es políticamente incorrecto y nadie quiere mencionarlo.
Los críticos, o más bien acosadores de Imane, tampoco han caído en la obviedad de que esta teoría de la desventaja biológica que obliga a proteger a las mujeres pone en cuestión que puedan ingresar en la Policía o en el Ejército, por no hablar de otras profesiones donde es muy importante la fuerza física. ¿Hay que volver a prohibir, por ejemplo, que las mujeres estén en puestos de combate en el Ejército? ¿Hay que protegerlas frente a un combate cuerpo a cuerpo con un hombre, en la Policía o en el Ejército?
Y aún tenemos otras espinosas contradicciones, como la de decidir a qué deportistas se hacen las pruebas de cromosomas y testosterona. ¿Deberían pasarlas todas las mujeres? ¿O solo las muy musculosas? ¿O más bien las musculosas con rostros masculinos? ¿O es que no hay que proteger a algunas futbolistas pequeñas y poco musculosas de algunas defensas centrales que dan más miedo que Imane? ¿Y hacemos después una competición específica para mujeres con mucha testosterona? ¿Y otra solo para negros? En definitiva, una locura sin sentido, y letal para la igualdad en general, y de las mujeres en particular.
Y me temo que todo esto tiene mucho que ver con el «paternalismo baboso» que ha denunciado la periodista María Escario. Ella se refería al trato periodístico de los derrotados en los Juegos, y tiene razón, pero es mucho peor en el deporte femenino. Mujeres tratadas como niñas que habría que cuidar y proteger. Hasta en el boxeo. Porque ellas son femeninas, débiles y sensibles. Y, claro, sales corriendo, porque si la revolución de la igualdad era para esto, para proteger a las delicadas mujercitas, apaga y vámonos, vámonos a ver deporte masculino.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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