Bolivia ha superado otro golpe de Estado, uno más de la eterna lista que tiene en su historia. El general Zúñiga y los sediciosos fueron aprehendidos a las pocas horas de la sublevación. La emblemática Plaza Murillo llegó a estar acordonada por los blindados bajo las órdenes del hombre que proclamaba un nuevo gobierno, una nueva democracia y la libertad de los «presos políticos». Su objetivo declarado era un cambio de régimen tras asaltar la Casa Grande del Pueblo, sede del Ejecutivo.
El presidente Luis Arce, sucesor en el poder de Jeanine Áñez y elegido de Evo Morales para que el MAS (Movimiento Al Socialismo) recuperase el poder, en un abrir y cerrar de ojos, destituyó a la cúpula militar y reemplazó el Alto Mando.
Las primeras palabras de los militares elegidos fueron para pedir el fin del amotinamiento. Las órdenes no tardaron en cumplirse y algo parecido a la calma volvió a imponerse en Bolivia.
La paz, hoy por hoy, es otra cosa, una ambición difícil de alcanzar cuando Arce y Evo Morales insisten en mantener desenterrada el hacha de guerra y en Bolivia conseguir gasolina o las divisas que están por las nubes, es decir el preciado dólar, es una misión que roza lo imposible.
Zúñiga, el militar que durante su arresto dijo que todo el golpe era un invento del presidente Luis Arce y que éste lo planeó para recuperar una popularidad que está bajo tierra, insistió en que le utilizaron.
El general cuyo futuro es incierto calificó la asonada de autogolpe, arremetió contra Evo Morales y dijo algo que no se debe olvidar. En sus primeras declaraciones, cuando se mostró a las cámaras como el hombre duro dispuesto a renovar una democracia que no es tal, anunció que liberaría a los presos políticos.
Sin justificar las acciones de los rebeldes, es cierto que en Bolivia hay presos políticos y están entre rejas como venganza. Es el caso de la expresidenta Jeanine Añez, maltratada y encerrada en una celda por empeño personal de Juan Evo Morales y acatamiento de sus deseos de Luis Arce, el delfín que se comió a su padrino político, el gran tiburón del MAS.
Pero también están preso Luis Fernando Camacho, ex gobernador de Santa Cruz y ex candidato presidencial. Son los nombres más conocidos, pero coroneles, policías y militares que cumplieron órdenes bajo el gobierno de Áñez fueron relevados y encerrados. A ellos también se dirigía Zúñiga con una promesa de libertad.
En esta última rebelión o autogolpe en Bolivia, no hubo muertos que lamentar, apenas una decena de heridos y mucho miedo en las calles. La historia, un vez más, parecía repetirse, pero de momento todo quedó casi como estaba y Bolivia, permanece con el triste récord de ser el país con más golpes de Estado del mundo.
Artículo publicado en el diario El Debate de España