La renuncia de Evo Morales no es consecuencia de un golpe de Estado o asonada militar alguna, es consecuencia de una rebelión democrática en contra de los intentos continuistas de Evo y su partido.
Afán que trató de materializarse en abierta contradicción con la legalidad vigente en Bolivia y en contra de la voluntad ciudadana expresada en el referéndum de 2016, en el cual el cuerpo electoral votó en contra de habilitar una nueva reelección de Evo Morales.
Evo y su partido acudieron y lograron que un Tribunal Supremo de Justicia complaciente y sumiso acordará, alegando el peregrino argumento de que la decisión ciudadana violaba los derechos civiles y políticos de Morales, habilitar una posible reelección. En otras palabras, se desconoció la condición vinculante de la voluntad popular porque el referéndum era aprobatorio y no consultivo.
El verdadero golpe de Estado fue esa conspiración contra la legalidad y la voluntad ciudadana llevado a cabo por el MAS y por el TSJ, el cual actuó como seccional partidista; asunto este que debe tenerse claro para entender lo ocurrido.
Las fuerzas democráticas decidieron concurrir al proceso electoral, confiando en la movilización popular y en la probidad del Tribunal Electoral. Sin embargo, ese organismo se prestó al fraude, denunciado por la OEA luego de una auditoría, y de hecho clausuró el camino electoral.
Al pueblo boliviano no le quedó más recurso que la movilización para detener el fraude y los inicios de una dictadura. El calado de la movilización y el serio riesgo de una guerra civil llevaron a la FAN y a otros cuerpos de seguridad a solicitarle a Evo –quien con su conducta perdió la legitimidad democrática– la renuncia. Petición que, visto el enojo, determinación ciudadana y la correlación de fuerzas sociales y políticas, lo obligó a renunciar a él y todo su gobierno.
Evo forma parte del grupo de Fujimori y Chávez (continuado y profundizado por Maduro), quienes pretendieron y lograron (Fujimori y Chávez) desmontar la democracia desde el poder. Regímenes con anatomía democrática y fisiología dictatorial. Nada de democracias iliberales (concepto por demás contradictorio y confuso, recuerda aquello de las Democracias Populares de la Cortina de Hierro). Son en realidad neodictaduras, formatos acordes con los tiempos, momentos en los cuales nadie se atreve, por los costos asociados, a aparecer como antidemocrático.
Menos mal que los demócratas no incurrieron en el error de impedir que Evo se marchará al exilio, como sí se cometió aquí con Chávez en 2002.
El Grupo de Puebla debuta mal cuando en un acto maniqueo califica lo de Chile “como una evidencia de un pueblo que se levantó contra la desigualdad” y lo de Bolivia “un golpe de Estado”. Ambos procesos son manifestaciones ciudadanas amplias y transversales de reivindicación de derechos políticos y sociales, más de lo primero en Bolivia y de lo segundo en Chile.
Los hermanos bolivianos y la dirigencia democrática tienen el reto de hacer las cosas bien: unirse para normalizar el país, recuperar la vigencia de la institucionalidad democrática, convocar elecciones libres y pulcras y darse un nuevo gobierno que dé continuidad a los avances positivos, sea honesto y eficaz y revierta los errores y carencias del caso. Es la clave para que el pasado no vuelva, recuérdese que el sandinismo volvió por las inconsecuencias y la corrupción de quienes lo sucedieron en el poder.
No puedo concluir estas notas sin asociarme a la convocatoria hecha por el presidente (e) Guaidó y la Asamblea Nacional para la movilización nacional del próximo sábado 16. La cual debe ser masiva, pacífica y contundente en el reclamo del cambio que necesita y desea Venezuela.