OPINIÓN

Bolívar, el beisbolista que no fue

por Luis Barragán Luis Barragán

Foto: Enrique Rojas

Además de socialista, podemos adivinarlo como precursor del popular juego que tiene por origen el norte que ha desgraciado al resto del continente.  Se les antoja una hazaña pedagógica: llamar Simón Bolívar al faraónico estadio beisbolístico, luciendo obvia la solución toponímica para preservar el nombre de La Rinconada como distintivo tradicional del hipismo, quizá previendo una particular zona económica especial que tenga al hipódromo por eje; y, lo mejor, negando el del líder, para dejar por sentado que ya pasó la etapa del chavismo pugnando por otra tan norcoreanamente dinástica como sea posible, con el claro afán de controlar absolutamente todo lo que se  mueva en el territorio que el poder central ha reservado para sí.

Superlativa y patentemente monumental de compararlo con la plaza de toros de Valencia que monopolizó el adjetivo hasta hace poco, el estadio que abre sus puertas con la Serie del Caribe, es un extraordinario referente de las desproporciones alcanzadas en Venezuela, aunque no se sepa con exactitud de los costos de construcción y operación.  Bastará con intuir que las cifras, espectaculares en sí mismas, no guardan correspondencia con la demandas y exigencias satisfechas en el ámbito educativo, alimentario o sanitario, por mencionar apenas casos que tributan a todos los estremecimientos del hambre y la miseria en nuestro país.

Si fuere el caso, acometer tamaña empresa publicitaria de tan poca duración, convertida la inauguración de la obra en un magno sarao oficial, no luce suficiente para encubrir una realidad de sobrada amargura,  hablando de algo más que un dislate de los prohombres del régimen que parecen fielmente asesorados por psicólogos y psiquiatras para asegurar la continuidad, sólo empleadas las armas de fuego como un último recurso. La prioridad de la población es la de sobrevivir al poder establecido que festeja el alza galopante de los dólares, repletando sus bolsillos, en espera de la semana carnestolenda de un tupido y efímero ornamento que enlazará con otros e imperdibles días de asueto, en un estiramiento infinito y despiadado de nuestras arrugas sociales y económicas.

Fáciles de apreciar en las redes digitales, por ejemplo, existen enormes y legendarios estadios en Estados Unidos de una grata y funcional arquitectura, frecuentemente avalados por una larga y rica tradición,  competentes prestadores de los más variados servicios, como  resultado de una industria deportiva más que centenaria. Llama la atención que el   denominado Monumental Simón Bolívar, supuestamente prefabricado, no sea precisamente el producto de un exitoso y continuo negocio beisbolero del sector privado que retrocedió, en la presente centuria, desaparecidos de nuestra cotidianidad el fútbol y el baloncesto de un importante auge al finalizar el siglo anterior.

Presunta y sólo presuntamente, el Estado funge de promotor y patrocinador del béisbol rentado al construir también en el estado Vargas un coso de la ostentación y burla, viralizado días atrás al exhibirse ahí unos muchachos que hicieron de la pelota un pretexto para el jacuzzi en un chasquido de dudosa eficacia erótica. El capricho refulgente, cuando no hay mercado capaz de darle soporte, siquiera por medio año, a eventos requeridos del libre y limpio comercio, volviendo a los viejos esplendores de la industria publicitaria, excede en la banalidad así avizorara alguna probabilidad de engancharse a una futura expansión de las Grandes Ligas, convertida en una absurda estrategia para conformar la correspondiente zona económica especial de fácil conjetura.

Alguna fórmula matemática servirá para trabajar la muestra de una semana de asistencia al caribeño estadio en cuestión, con entradas de precios exorbitantes, a objeto de reflejar la realidad económica del país, e, incluso, deducir la cantidad aproximada de un público que gozó de la cabal comprensión del principal partido oficialista para con sus militantes. Al incurrir en la previsión y cortesía de una butaquería gratuita, por lo menos, disminuyó el riesgo de un alboroto antigubernamental que arrollara a los enchufados de tan inútil vanidad y extendido jolgorio.

Concluido el torneo, buscarán qué hacer con las novísimas, desmedidas e injustificadas instalaciones deportivas que prontamente languidecerán en un país en las condiciones sociales y económicas ya consabidas, sincerándolas.  Y únicamente consagrarán a Bolívar, como el beisbolista que nunca fue.

@Luisbarraganj

Fotografía: Enrique Rojas.