OPINIÓN

Bodegonzuela

por Fernando Luis Egaña Fernando Luis Egaña

Cuando se presentó al país el «Programa de Febrero», en 1936, al comienzo de la transición del gomecismo a la Venezuela moderna, tutelada por el presidente Eleazar López Contreras, los objetivos generales eran crear una gran nación, impulsada por el Estado, y aprovechando los recursos del petróleo para transformar al país, en una dinámica de actividad productiva nacional, desarrollo social y sanitario, y fomento integral de las derruidas regiones.

Fue un programa de Estado, no de un gobierno particular. Las instituciones económicas y sociales que se hicieron realidad marcaron la ruta de Venezuela, por encima de los cambios hacia la democracia política.

En no poca medida, regímenes políticos diversos y hasta antagónicos, tuvieron la fuerza y la prudencia de dar continuidad al objetivo de una Venezuela sólida, más allá de las controversias, las innovaciones y los matices propios de la gobernanza accidentada y después alternativa con base a la democracia.

Me atrevo a afirmar que desde López Contreras, Medina, Betancourt, Gallegos, Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez, Larrazábal, Betancourt, Leoni, Caldera, Pérez, Herrera, Lusinchi, Pérez, Velásquez y Caldera, muchos de los programas de Estado se continuaron, a pesar de todos los pesares, y no dejando de reconocer las luces y sombras.

Se construyó un país. Con una industria petrolera a nivel mundial. Con universidades en todo el territorio nacional. Con la erradicación de las endemias históricas. Con una vida cultural vibrante. Con desarrollo regional. Con una red educativa y hospitalaria.

Con un Estado de derecho, fundamento de la República Civil, y la democracia venezolana, aún con todos los bemoles ciertos o no, que le corresponden.

Pero la crisis económica y social de finales del siglo XX, con razón o sin ella, agigantada por no pocos, nos ha vuelto detractores de nosotros mismos. Una injusticia si las hay, porque el balance de activos y pasivos, lo consumió la demagogia delirante y bochornosa del siglo XXI, aceitada por la bonanza petrolera y una retórica tan habilidosa como maligna.

¿Y qué tenemos hoy? ¿Tenemos una industria petrolera? ¿Tenemos un Estado de derecho, fundamento de una democracia y hasta de una República? ¿Tenemos una economía productiva y servicios públicos aceptables? ¿Tenemos una patria independiente y con perspectivas auspiciosas?

Nada de eso. Lo que hay es un país destruido desde los cimientos. Y una riada de bodegones, de importación impune, enchufados para lavar la corrupción y para dar una sensación de prosperidad a los pudientes. Buena parte de los venezolanos sobreviven de lo que 8 millones de emigrados les logran enviar.

Bodegonzuela es la consecuencia de una hegemonía despótica, depredadora y envilecida.

¿Se acabó el proyecto de obras de Estado al servicio de la economía productiva, de la justicia social, de la vida pública institucional? No. Claro que no. Pero hay que luchar sin descanso para dejar atrás a Bodegonzuela y abrirle camino, como debe ser, a la República de Venezuela.