El pensamiento y el discurso políticos, con el predominio de la propaganda en sus más asfixiantes formas, están prácticamente desaparecidos en un país donde el promedio de los partidos actúa como si fuesen los ya consabidos bodegones de la republiqueta que desesperan por construir (y están construyendo). La discusión pública, conscientemente empobrecida, reducida a los caracteres digitales que suman todas las interjecciones posibles, abona a un comportamiento en el que la ética es, apenas, una consigna de buen pretexto.
La tendencia que incluye también a la sociedad civil organizada es la de no profundizar en los problemas fundamentales del país, pretendiendo que solo las peripecias de Miraflores los sean. Por ello, la desespecialización creciente y exorbitante del hablar público, arrinconado por una suerte de farandulización de los temas.
Luce tan importante la conformación de una confiable alternativa democrática que, al suscitar las más variadas inquietudes, haga de la crítica responsable y severa de la política petrolera, sanitaria o educativa, un importante ariete para combatir el poder establecido, por cierto, hundido en un curioso anonimato, ya que solo se dice de dos o tres protagonistas de grandes veleidades taumatúrgicas. El daño propinado por las llamadas negociaciones de México, en torno a la comprensión, aceptación y asimilación de la política como una actividad legítima y creadora, les da alcance a quienes se resignaron como títeres de un régimen que les niega una nueva cita, encuentro o café compartido: capitulando, le entregaron al régimen muchísimas de las razones que lo atemorizaron, contribuyendo a las inmensas falacias que terminaron de apagar la sostenida protesta de los años anteriores.
El mayor de los riesgos y peligros reside en los partidos que promedian esa devoción entusiasta por la denominada posverdad que siempre desemboca en la mentira, porque no es otra cosa, frente a la posmentira que tiene por desenlace la verdad, aferrada a sus metáforas, hipótesis, ficciones narrativas. Además, únicamente cultivan la política prêt-à-porter, circunstancial y oportunista; por ello, el reciente encuentro de Maduro Moros con sendos funcionarios estadounidenses queda agotada por la anécdota, definitiva e impunemente dolarizan la gasolina, el desuso cotidiano del tapabocas jamás puede confundirse con un movimiento antivacunas que exige disciplina, o el destino de las universidades quedó para un juego de dados.
El mercado internacional del petróleo sufre el natural impacto de la invasión de Ucrania, cuyas consecuencias son impredecibles, (des)ilusionados unos y otros por el precio que puede alcanzar el barril, como si estuviese intacta y en pie nuestra industria y la probidad fuese el signo inconfundible de un régimen que nos ilusiona con una riqueza que Rolando Peña –el Príncipe Negro– supo llevar al medio artístico, retratándonos inevitablemente. Así como los bodegones expresan el artificio de una economía inherente al Estado criminal, constituye una poderosa metáfora para delatar la vida política que llevamos.
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