Apenas el jugador argentino marcó el “tiro” en el arco francés que daba a su equipo el Campeonato Mundial de Fútbol, las calles de aquel país se llenaron de gentes que expresaban su alegría. Dos días después millones de hombres, mujeres y niños de todas las clases sociales –camiseta blanca a rayas azules– se congregaron en Buenos Aires para recibir a los campeones. Fue imposible realizar el recorrido programado: lo impidieron el cierre de la multitud y el desbordamiento de las pasiones. El júbilo derivó en desorden y pronto en bochinche, como sucede en muchas manifestaciones en América Latina.
Escritores de diversos géneros (historiadores, ensayistas, literatos) han narrado la escena. El Precursor, que acaba de despertarse por los gritos y ruidos que hacen los hombres de armas, al ser advertido de sus intenciones, mirándolos uno a uno a la luz de la lámpara que mantiene su ayudante, les responde con palabras que alertan la historia: “Bochinche… Bochinche. Esta gente no sabe hacer sino bochinche”. Describía así Francisco de Miranda, en la madrugada del 31 de julio de 1812, no sólo la situación del país, cuyo régimen republicano se había hundido en la anarquía, sino una constante en la historia de los pueblos que formaban hasta entonces la América española y cuyas clases dirigentes pretendían asumir el manejo de sus destinos. Y tal vez, en aquel momento de desilusión, se atrevía también a predecir lo que creía iba a ser un modo de actuar colectivo en el futuro.
Fue un momento de confusión total. Llevó a las mazmorras de La Guaira y a la muerte en Cádiz al más decidido impulsor de la independencia hispanoamericana. Pero, se prolongó en desorden general en los años siguientes. El derrumbe del sistema colonial –al surgir las nuevas naciones que se rebelaron durante la crisis de la monarquía española– se tradujo en vacío de poder efectivo, precisamente cuando despertaba el espíritu libertario. Eso provocó la mayor anarquía en todos los ámbitos. Lo que había comenzado con pronunciamientos revestidos de formas legales, se convirtió en caos. Tiempo turbulento, de “inconcebible demencia”, según Simón Bolívar. “Tempestad de hombres” en la expresión de Arturo Uslar Pietri (Lanzas coloradas. 1931), de vicisitudes distintas en cada lugar, marcó la evolución de nuestros países hasta nuestros días. Porque, aunque después las nuevas repúblicas pretendieron restaurar el orden, sólo lo consiguieron tarde y nunca lograron imponer “la libertad racional”.
“Bochinche” (que la RAE define como tumulto, barullo, alboroto o asonada) es, según algunos, un americanismo que temprano pasó a la península. Se le confunde, a veces, con “alboroto” (que la RAE tiene como vocerío o estrépito causado por una o varias personas o desorden, tumulto y motín). En el Libro Raro (1912) de Gonzalo Picón Febres aparece como alboroto, desorden, confusión, tumulto o rebullicio popular. Equivale a otras expresiones propias de ciertas regiones: pelotera, brollo o bronca (hoy también zaperoco, despelote, desmadre). En Venezuela, además, implica exceso. De manera que “bochinche” no es cualquier alboroto o desorden: describe una alteración grave del orden, de magnitud y, al mismo tiempo, tanto en la vida social como el ámbito familiar, cercana al absurdo, que casi siempre degenera en tragedia. Por eso, ha servido para calificar diversos acontecimientos ocurridos en la historia de América Latina, aun antes de la conquista española.
La tendencia al bochinche no es reciente. Se manifestó desde tiempos antiguos, antes de la llegada de los europeos. Los aborígenes contaban noticias fabulosas y los gobernantes guerreaban constantemente. Aún Teotihuacán terminó entre llamas. Los herederos del gran Pachacútec se disputaban el poder cuando aparecieron los hombres a caballo. La conquista se adelantó con mucho desorden antes de imponerse la autoridad real. “Avísote, Rey español … yo, por no poder sufrir más las crueldades que usan tus (representantes), he salido de hecho con mis compañeros de tu obediencia, … y (decidido) hacerte la más cruda guerra”, escribió el loco Aguirre a Felipe II en 1561. La época colonial no fue tranquila. Con frecuencia hubo reclamos que se expusieron en protestas callejeras, calificadas de “alborotos”, aunque algunos fueron movimientos de enorme trascendencia. Sus dirigentes sufrieron severos castigos: José de Antequera (en 1731) y José Antonio Galán (en 1782) terminaron ejecutados públicamente.
El bochinche no es figura histórica exclusiva de América Latina. Décadas atrás (en 1991) un golpe de fuerza intentado en una borrachera por altos oficiales rusos aceleró la desintegración de la URSS. Pero, nuestra historia está llena de hechos similares que terminaron en verdaderas tragedias. “Patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas … (de) terquedad sin fin”, recordó García Márquez en Estocolmo (1982), “no hemos tenido un instante de sosiego”. Hubo ensayos de todo tipo. Como el del dr. Rodríguez de Francia, dictador perpetuo de Paraguay, que cerró el país a todo contacto con el exterior hasta su muerte. O el del protectorado inglés (reino de Mosquitia) que se pretendió establecer a mediados del siglo XIX en la costa caribe de Centroamérica. O el del refugio para pobres y condenados del nordeste de Brasil que creó Antonio Conselheiro en Canudo, destruido por el ejército, a sangre y fuego, en 1897.
¿De dónde vienen esas tendencias? Muchos han buscado explicación al fenómeno. No están vinculadas a un grupo humano particular (nación, origen étnico, clase social), pues se observan en todos. Se las encuentra en todas las geografías, que hacen sentir su influencia en los seres vivos que albergan ¿Será acaso elemento propio de un estadio en la evolución de las sociedades? Lo desmienten muchos hechos de la historia reciente. No escapan a la brutalidad y la inconsciencia las más educadas y cultas: hace menos de un siglo ocurrieron los crímenes del nazismo o la destrucción de la cultura por los guardias rojos chinos (que comenzaron en bochinches callejeros). En verdad, las inclinaciones mencionadas se han manifestado todos los tiempos (¡y hasta en los panteones de los dioses!) y se han atribuido a causas o circunstancias propias de cada momento. Pero, su constante aparición revela que forman parte de la naturaleza humana.
Los latinoamericanos, como otros grupos humanos, han adquirido identidad propia a lo largo del tiempo. Por encima de sus particularidades comparten hoy elementos comunes: historia, lengua, creencias, valores, pero también tradiciones, costumbres, actitudes. Una de éstas es la inclinación a la acción desordenada. Es resultado de factores diversos, naturales, sociales, humanos. Ninguno por sí solo podría explicarla. No obstante, sabemos que se ha manifestado desde antiguo, casi desde que los primeros habitantes se vieron separados del resto de los de su especie. En la inmensidad del territorio y la profundidad de su soledad debieron inventar casi todo. Cuando no habían terminado su andar, se produjo el reencuentro. Los recién llegados, dominadores alucinados, se mezclaron con ellos y su realidad descomunal. Sus descendientes asumieron tanto el medio inmenso como la vida exuberante, salvaje e indomada. Y transmitieron a los pueblos que dieron origen su inclinación por la desmesura y su espíritu libertario.
Curiosamente, el más sereno de nuestros próceres fue el general José de San Martín: se negó siempre a participar en los conflictos que enfrentaban a los dirigentes de su patria y optó por el retiro cuando lo creyó conveniente a la causa independentista. Era enemigo de la anarquía. Por eso, prefirió extrañarse del país cuya libertad había asegurado. Cuando intentó regresar, al negarse a tomar partido por alguno de los bandos, se le impidió desembarcar en el puerto de Buenos Aires. Como Francisco de Miranda rechazaba el bochinche y el alboroto. Y como aquel, fue víctima de uno de esos eventos.
@JesúsRondonN