A finales del año pasado se produjo en Perú uno de esos bochinches que en Lima culminan en cambios de gobierno. Ante las masas descontentas el sistema reacciona. Ocurrió en 2018 cuando el presidente P.P. Kuczynski (electo en 2016) debió renunciar. Su sustituto, Martín Vizcarra, fue destituido en 2020. Le siguieron dos breves interinatos: el primero de una semana, el segundo de 8 meses. En julio de 2021 asumió Pedro Castillo, maestro de escuela sin experiencia política. Tras 17 meses fue removido (7.12.2022) cuando intentaba un golpe de Estado. Bochinche, derivado en tragedia, en el más disciplinado imperio antiguo de América.
Apenas un mes después de aquellos sucesos, a comienzos de enero, algunos miles de partidarios del expresidente Jair Bolsonaro se concentraron en Brasilia para protestar contra el presunto fraude en la elección de octubre pasado (en la que resultó ganador el izquierdista, ya presidente durante dos períodos, Lula da Silva) y para solicitar la intervención de las Fuerzas Armadas a fin de impedir el ejercicio de ese mandato. La llamaron “Fiesta da Salma” (selva). Y lo fue en verdad. Porque, aunque decía ser pacífica, terminó en la invasión desordenada y violenta de las sedes del Congreso, de la Presidencia y de la Corte Suprema de Justicia, ubicadas en el corazón de la capital (8 de enero). En esas dependencias causaron destrozos de todo tipo (incluso en obras de arte) antes de retirarse dos días después, sin que, por milagro de Nossa Senhora Aparecida, se produjeran víctimas humanas.
No es esta la primera manifestación de su tipo en la historia de Brasil. Ha habido otras muchas, algunas violentas (sangrientas incluso, como la de los cangaceiros del Conselheiro en Canudos, a finales del siglo XIX) y otras más pacíficas, como de ordinario suelen serlo en aquel país, que se caracteriza por su alegría y desenfado (que exhiben la samba, el “jogo bonito” y los carnavales). No dio buen ejemplo el primer gobernante, Pedro I, de vida desordenada y acciones desconcertantes. Tampoco las fuerzas políticas que, durante el siglo pasado, fomentaron la inestabilidad antes de la dictadura militar. Más cerca, ocurrieron manifestaciones multitudinarias contra medidas gubernamentales y – curiosamente– contra el gasto para la realización de grandes eventos deportivos (Copa Mundial de Fútbol 2014 y Juegos Olímpicos 2016). Se debe agregar la desorganización de los servicios esenciales y la escasa preparación de los dirigentes que mostraron la pandemia y la campaña electoral, respectivamente.
Los bochinches, alborotos, tumultos, disturbios y actos similares no son exclusivos de ciertos países (tropicales, de herencia hispana), como podría pensarse, ni se limitan a las actividades políticas. En realidad, se suceden a lo largo de la región y, prácticamente, en todos los ámbitos. En caos culminó la celebración argentina de la conquista de la Copa Mundial de Fútbol (diciembre de 2022), como terminan muchas de las ceremonias que se celebran en México en noviembre de cada año para honrar a los difuntos (aunque tienen lugar, frecuentemente, en camposantos). En Centroamérica los desórdenes tomaron diversas formas. Además de las insurrecciones o golpes de Estado intentados por los caudillos locales, ya en el siglo XX fueron múltiples las acciones promovidas por las compañías bananeras (United Fruit Company y Cuyamel Fruit, notoriamente) para crear situaciones (en los mecanismos de poder) favorables a sus intereses, casi siempre con el apoyo del gobierno norteamericano.
Pero esos actos ocurren en países de otras latitudes. No solo en aquellos que se tienen como subdesarrollados (por ejemplo, los africanos o del mundo árabe), sino en algunos de viejas culturas o del llamado primer mundo. En 1992, una unidad militar asaltó el Congreso de los Diputados en Madrid, cuando el Cuerpo procedía a la investidura del presidente del Gobierno. Era la avanzada de un golpe que no prosperó. En enero de 2021 una turba sin control invadió el Congreso de Estados Unidos en Washington para impedir el escrutinio de la elección presidencial, favorable al candidato demócrata. Durante la pandemia, según se supo después, la residencia del primer ministro en Londres (10, Downing Street) sirvió de lugar de reuniones festivas, prohibidas en razón del confinamiento de la población. Había sido mayor el desorden de las costumbres en Italia durante las gestiones dirigidas por la derechista Forza Italia (1994-2011).
Los pueblos herederos de las viejas civilizaciones asiáticas, en las cuales predominan ideas y valores fundados en el orden y la disciplina, practican conductas contrarias a los mismos. En China, a la proclamación de la República (1911) siguió un período de caos. Y el régimen comunista (1949), autoritario, promovió desórdenes gigantescos, como el de la Revolución Cultural (1966-1971), impulsada por el “Gran Timonel” de los nuevos tiempos. En la India, inmensas multitudes participan en los festivales religiosos, algunos simplemente festivos. Tal el Holi (o de los colores), uno de los más populares, que se celebra en los comienzos de la primavera en recuerdo de la victoria de Vishnú sobre el mal. Hombres y mujeres se llenan de colores, cantan y bailan, disfrutan. En algunos sitios recuerda (Lath Mar Holi) el amor divino de Krishna y Rada. Se ha extendido a todo el país y a lugares lejanos llevado por la diáspora.
Curiosamente, en casi todas las mitologías se narran episodios de anarquía y de bochinches que protagonizan dioses y héroes. El mito de Osiris (milenios de antigüedad), en Egipto, hace mención a relaciones desordenadas entre los dioses (amores, asesinatos, venganzas). En el hinduismo, Khrisna es conocido como el “gopinath”, seductor de gopis (pastoras) y rey de 16.108 esposas con quienes tuvo miles de hijos. Erasmo recuerda (“Elogio”, VII) que a los dioses del Olimpo los movía la locura. La mitología griega, en efecto, está llena de episodios que lo muestran: como las seducciones del astuto Zeus o las disputas que pueden calificarse de “alborotos entre diosas” (como el juicio de París). No escapa la mitología nórdica, en la cual la lucha contra el caos y el desorden ocupa papel principal. Las sagas relatan la muerte de Balder, hijo de Odín, el mejor y más sabio, a causa de envidias y odios.
Se consideran pueblos especialmente inclinados al bochinche y al desorden los de América Latina y el África Subsahariana. Tal vez porque la literatura desde las crónicas o relatos de viajes dieron a conocer sus hechos como asombrosos (y como tal los retomaron las obras del “realismo mágico”). Parecen, en efecto, contrarios al buen sentido. Sin embargo, son similares a otros sucedidos en todas las regiones del mundo. En estas, cuando ocurren se les busca interpretación racional. ¿Existe mayor locura que la de los nazis en Alemania? Los pensadores (y especialmente los historiadores) analizan los hechos para encontrar sus causas. Ahora mismo, en estos días, se trata de explicar la guerra desatada por el autócrata ruso contra Ucrania, cuya independencia fue reconocida por su antecesor. En verdad, no es más (manifestó una eminente especialista en la materia) que “expresión de insensatez”. O de lo que Erasmo llamó “estulticia”.
Sin duda, los bochinches y alborotos son maneras de actuar en América Latina, cuyos pueblos lo hacen con formas propias, diferentes a las de otros sitios. Las mismas no siempre parecen “racionales” a los europeos o conforme a la “armonía” de los confucianos. En realidad, vienen determinadas por la historia (siempre tormentosa), la cultura (original y fantasiosa) y el medio (inmenso y múltiple). Creadas en la soledad, con poco contacto de unos grupos con otros. Se ha señalado (G. García Márquez) que son expresión de la desmesura de una realidad descomunal (que describió Pablo Neruda) y de la turbulencia que agita tanto mares y montañas como el espíritu de los inventores de imperios, de los conquistadores, de los fundadores de repúblicas, de los luchadores por la libertad y la justicia. A veces se desbordan las acciones, que se tornan ruidosas y estériles. Caos, desorden. Entonces se olvidan los objetivos que se persiguen.
La naturaleza humana es única, pero el comportamiento de los hombres es diferente en cada lugar. Porque desde la dispersión del núcleo original, por el aumento poblacional y la necesidad de ampliar su espacio vital, así como por el anhelo de aventura de sus miembros, los grupos, asentados en distintos sitios, estuvieron sujetos a condiciones diversas. Debieron enfrentarlas conforme a sus circunstancias. Esto dio origen a varias culturas y civilizaciones. Ocurrió también en el continente americano, donde sucesivas generaciones ofrecieron sus respuestas. Por varias razones, mencionadas en artículo anterior, sus pueblos son más dados que otros a bochinches y alborotos.
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