Dos décadas de un acumuladísimo poder, incluyendo el perfeccionamiento de sus servicios y mecanismos de inteligencia, nos remiten a la noción y exitosa ejecución de sendas jugadas de laboratorio. Quirúrgicamente administrado el uso de la fuerza, luego de las masivas demostraciones de 2014 y 2017, los más retorcidos caminos condujeron a la increíble derrota de las grandes mayorías por la perpetua minoría que no dudó ni tardó, en botar del país a más de 8 millones de venezolanos.
Obviamente, nada luminosa es la etapa que se avecina para la oposición de acuerdo con los constantes anuncios y desplantes públicos que hacen los voceros de un oficialismo tan pedante como pendenciero. No obstante, por mucha carnestolenda electoral y bolsas de comida que haya para los selectos grupos que acostumbra a movilizar, también podemos esbozar con facilidad una tenebrosa, inédita e inconclusa temporada para los fanáticos, simpatizantes, admiradores, y secuaces de mediano y menor calibre del partido de gobierno y de las demás fuerzas que subsidia.
Las llamadas megaelecciones parecen lejanas en el cálculo pormenorizado de los ocupantes de Miraflores, debido a la difícil flexibilización interna y a las concesiones que acarrea el inmenso y simultáneo reparto de todos los órganos del Poder Público que puede distraerlos, olvidando el dato principal: la personalísima continuidad de Maduro Moros, en circunstancias muy distintas a la suerte electoral que echó Chávez Frías en la era inaugural de 2000. Una muchedumbre de candidatos chavistas y maduristas, extraordinariamente confundidas ambas tendencias históricas, implica el reconocimiento y la negociación con las distintas corrientes e intereses que emergen día a día, algo más que inherentes a un prolongado ejercicio del poder.
Luego, en la búsqueda desesperada de una mínima legitimación en los términos tan arbitrarios de la llamada revolución, la apuesta reiterada es a favor del cómodo y eficaz esfuerzo que comprometa directamente a los gobernadores y alcaldes, movilizándose por síes al mismo tiempo que por Nicolás, convertidos en los fiadores por excelencia del nada carismático, aunque muy perspicaz sucesor del fundador de la estirpe. No hay ni habrá jamás en el socialismo real, ejemplificándolo muy bien el caso venezolano, cobertura alguna para la renovación de sus más altas instancias de conducción; acaso, uno que otro lance marginal en nombre del relevo generacional, u otro de los más cotizados lugares comunes.
El reacomodo de los elencos del poder, calculado hasta donde sea humanamente posible, tiene fuertes limitaciones que afectan a los ilusos seguidores más o menos obcecados por un gobierno que no les ha dado alcance al correr el presente siglo, tendiendo a desmejorar intensamente las condiciones del más pertinaz y versátil clientelismo. Lo peor es que, devorándolos, el deficiente desempeño económico persistirá con un modelo simple y simplista de desnacionalización y saqueo de los recursos naturales que van quedando, convencidos que la burda explotación del Arco Minero no cubre ni cubrirá a todos, prescindiendo de los eufemismos (colectivo agrario, empresa de producción social, o cooperativismo), en el curso de nuestra trágica desindustrialización.
Fracasadas las zonas económicas especiales, las limitan al posible y burdo arriendo de extensas porciones territoriales, aunque –versionándolas– un porcentaje significativo de nuestra geografía está bajo el control de las fuerzas irregulares desde muy antes de promulgarse la ley correspondiente, pendientes todavía de corroborar que los iraníes no tengan alquiladas 1 millón de hectáreas de nuestras tierras cultivables. U, otro ejemplo, de aceptar que la deuda pública externa ronda los 200.000 millones de dólares, convendría a las huestes oficialistas ensayar un poco con un boceto del destino que les deparará cualesquiera triunfos capaces de confiscarles la emoción y la fuerza de trabajo, estrellándolos inmediatamente contra una realidad que es insobornable.
Por diligente que fuese, dejando de lado el uso brutal de la fuerza, no hay ni habrá servicio de inteligencia alguno que pueda prever y actuar ante una decisiva falla epistemológica del sistema, como gusta denominar un amigo cercano a la agudísima contradicción y cortocircuito de una lógica insalvable que va más allá de las rivalidades al interior del poder establecido. Novísimos tiempos se anuncian para sus actuales beneficiarios, imposibilitados cada vez más de cargar los dados.
@Luisbarraganj