Han pasado veinte años desde el fallecimiento de Norberto Bobbio y cuarenta de la publicación de su libro El futuro de la democracia. Una obra que traía causa en cierto modo en su intervención del 28 de noviembre de 1983, en las Cortes Generales de Madrid, por invitación de su presidente Gregorio Peces-Barba.
Sólo unos años antes, mientras se tramitaba la aprobación de la Constitución de 1978, Bobbio participó, en la misma sede, en la conferencia «Socialismo y democracia», y acto seguido impartió unas conferencias en la Universidad Autónoma y en la Complutense que acabarían perfilando aquel libro y dando también inicio a una importante corriente de influencia en nuestro ámbito académico del prestigioso pensador italiano que, hasta entonces, poco o ningún interés había mostrado en verdad por España.
En el libro El futuro de la democracia nuestro autor admite ignorar el devenir de la democracia en el mundo y por eso opta por desarrollar unas observaciones sobre los regímenes democráticos de entonces. Su preocupación por la democracia es evidente y por eso expone la práctica totalidad de sus amenazas o corruptelas: el problema de su definición, el desafío de la pluralidad, el papel de las denominadas las oligarquías y los poderes invisibles, el nivel educativo de los ciudadanos, el gobierno de los técnicos, el aumento de la estructura gubernamental, la distinción entre democracia representativa y democracia directa, las teorías sobre el contractualismo o el gobierno de las leyes en contraposición al gobierno de los hombres.
En abril de 1987 expondría en Lisboa «Democracia y paz» y «Democracia y sistema internacional», temáticas que se unirían a la versión original del libro en reediciones posteriores, aflorando así la cuestión de la democracia en un sistema internacional. Concluye que el objetivo era un orden universal democrático de Estados democráticos, una idea muy compartida durante todo este tiempo y que tal vez hoy no tenga ya la misma vigencia visto el desarrollo de los acontecimientos y la ordinaria aceptación y tolerancia con regímenes autoritarios o dictatoriales, escasamente respetuosos con las exigencias de un Estado democrático y de derecho.
Más allá de los diversos planteamientos y aproximaciones que podamos hacer al respecto, hay que destacar que Bobbio coincide con otros muchos estudiosos en el sentido de que resulta aconsejable referirse, más que al porvenir de la democracia, a sus transformaciones. Destaca que veníamos de la impactante obra ‘L´ère des tyrannies’, de Elie Halévy, tras la I Guerra Mundial, y sin embargo la democracia acabó convirtiéndose en el común denominador de todas las cuestiones políticamente relevantes, teóricas y prácticas. Tras la II Guerra Mundial el sistema democrático no gozaba de buena salud en el mundo, cierto es, pero las democracias occidentales no estuvieron seriamente amenazadas por movimientos fascistas y ninguno de los regímenes democráticos europeos fue desplazado por una dictadura. A pesar de todo, no han dejado de proliferar obras sobre el estado de la cuestión y el eventual fin de la democracia. Las democracias son dinámicas y el despotismo es estático y siempre igual o parecido a sí mismo, afirma Bobbio.
Consideramos pues la democracia como un proceso evolutivo para someterla a análisis y diagnóstico desde la perspectiva de sus transformaciones. Y es aquí donde surgen algunas de las preguntas de nuestro tiempo, que nos devuelven a la posibilidad real de abatimiento, incluso legal, de la democracia. A este respecto, en su reciente estudio ‘Inventando la democracia: soberanía popular e imperio de la ley en Atenas’, Virgilio Zapatero nos recuerda algunos pasajes sobre transiciones políticas en la Antigüedad. Citando a Tucídides, destaca el abatimiento del sistema democrático mediante la manipulación de la legalidad y la captura del sistema por parte de un grupo mediante engaños, amenazas y, finalmente, ejerciendo diversos tipos de violencias. Nihil novum sub sole, pues esto mismo está sucediendo hoy día ante nuestros ojos en no pocos lugares.
En efecto, en el actual escenario que presenta el gobierno democrático, resulta obligatorio preguntarse por las amenazas apuntadas hace cuarenta años por Bobbio, pero también por las nuevas que ha engendrado el desarrollo del propio sistema democrático o por las mutaciones de aquellas originales. Cuestiones como el estado de la libertad de expresión y prensa, el establecimiento de lineamientos o desafíos globales que condicionan o limitan el ejercicio de soberanía de los Estados hasta impactar en el pluralismo político, la dependencia económica y comercial de regímenes autoritarios o los nuevos poderes ocultos, que ejercen influencia desde remotos y autocráticos lugares. Y también otras cuestiones como el establecimiento de memorias democráticas oficiales, la excesiva presencia ideológica en la educación o el surgimiento de sectas lingüísticas que impiden libertades esenciales. Por no hablar del fenómeno cada vez más aceptado de la cancelación, el papel irrelevante de los parlamentos, cautivos del hiperliderazgo o de los partidos, o la alineación o captación de los poderes del Estado. Y todo ello, con gran desenvoltura, presentado en muchas ocasiones en nombre de la democracia.
Norberto Bobbio, hay que recordar que también, observó en su obra el fenómeno de la crisis del Estado asistencial y el paralelismo con el emprendedor económico. Advierte de que el empresariado tiene a la maximización del beneficio en los márgenes que le consiente el Estado regulador, mientras que el emprendedor político tiende a la maximización del poder político, que lleva también al económico, a través de la caza de votos. Esto evidentemente no es un problema menor. Y si todo esto es así, que seguramente lo es, ¿qué garantías tenemos los ciudadanos ante la irrupción de procesos o transformaciones de degradación de la democracia cuando se activan todas o casi todas las amenazas que históricamente se han conocido?
En estos últimos tiempos se percibe un progresivo desencanto de la ciudadanía, que desconfía, y con razón, de los mecanismos internos, pero se muestra algo esperanzada en la Unión Europea como garante del Estado democrático y de derecho, también de nuestra integridad territorial, como advirtió en su día el propio Eduardo García de Enterría. Pero no debemos olvidar que las dinámicas y arquitecturas de los organismos supranacionales son esencialmente las mismas que las de los nacionales. En este sentido, va a ser interesante comprobar el nivel de tolerancia con determinadas derivas, excesos e incluso abiertas fechorías de gobiernos afines ideológicamente con la dirigencia comunitaria y el respectivo con aquellos más alejados o incluso considerados díscolos.
Artículo publicado en el diario ABC de España
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