OPINIÓN

Boarding Pass para Tocorón

por Antonio Guevara Antonio Guevara
tren de aragua

Foto: EFE/ Miguel Gutiérrez

Para comprender lo que acaba de ocurrir en la cárcel de Tocorón hay que conocer a profundidad la naturaleza del régimen de la revolución bolivariana que usurpa el poder desde Miraflores en Venezuela. Y para alcanzar en profundidad los vericuetos del conocimiento exacto tanto de su naturaleza como de su desempeño en el ejercicio del poder usurpatorio que hacen desde el palacio de gobierno hay que revisar las carpetas de los prontuarios de su nomenclatura y desde allí leer de la derecha hacia la izquierda, desde abajo hacia arriba, del final de cada cuento hasta el comienzo y poner al trasluz cada hoja para registrar lo que se oculta e invertir lo que aparece como evidente. Cuando ellos escriban no, léalo como un ; cuando digan blanco tradúzcalo en su oído como negro y cuando su sensibilidad detecte una aparente inmovilidad ellos estarán en una frenética dinámica. Así es su esencia y su naturaleza. Propio de quienes se desenvuelven en las miasmas del delito y en sus conexiones. Se trata de una entramada y compleja estructura organizacional con un laberíntico sistema de relaciones con implicaciones delincuenciales y alcances políticos dentro y fuera del país, bajo la fachada ideológica del socialismo del siglo XXI. Así han venido funcionando, casi desde la misma llegada al poder por la vía electoral en 1998, después de apuntalarse mediáticamente a través de un golpe de estado el 4 de febrero de 1992. De manera que la asociación con la ilegalidad es de vieja data. La mentira ha sido su partida de nacimiento. Los comandantes del 4F embarcaron a toda la tropa en los autobuses el día 3 de febrero de 1992 con el embuste de un ejercicio de tiro en El Pao estado Cojedes.

La flor y la nata del lumpen político desplazado por el aluvión de la política de pacificación más todo el detritus profesional de la lista y parte del elenco de los fracasados en los golpes de estado y las conspiraciones gestadas a partir del 23 de enero de 1958, se convocaron espontáneamente en 1998 para participar de la campaña electoral para las elecciones presidenciales del 6 de diciembre en torno a la candidatura del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Sin necesidad de alguna tarjeta de embarque previa, en ese avión se montaron secuestradores de la época guerrillera, asesinos trajeados de luchadores políticos, salteadores de camino y cobradores de peaje a los productores rurales venezolanos mimetizados de guerrilleros y combatientes sociales, chantajistas y extorsionadores disfrazados de defensores de los derechos humanos, empresarios inescrupulosos de oscuras caminatas en las fronteras del delito, profesionales de la comunicación y de la palangre, intelectuales de baja varilla ética y moral, y políticos de paltó y zapatos de charol con un maletín ejecutivo de pillerías y ruindades bien lejanas de los altos intereses de la nación. En esa laya mayoritaria de delincuentes, un grupo pequeño – la inevitable lista espera en un vuelo full-animado de buena fe, de mucha ingenuidad y con la presión de la desesperanza de los regulares y malos gobiernos conocidos desde 1958 compró el humo que les vendió el discurso del comandante y los ladridos a la luna que se iniciaron con el paquete chileno de la quinta república. Si algo se abultaba y ocupaba prioridad en el boarding pass de la mayoría y en el pasaje chequeado era el resentimiento, la contigüidad en las inescrupulosidades e ilegalidades y la lisura que se exteriorizaba de la larga experiencia en el delito. Como si llevaran trazada en la cara, la misma cicatriz a navajazo de Al Capone. Una vez alcanzada la victoria electoral e iniciado el gobierno revolucionario pretender que se cumplieran los marcos legales durante el ejercicio de gobierno era una esperanza inútil. Un gobierno de delincuentes necesita desempeño en su medioambiente: el delito y la mejor carta de presentación de lo que se venía era estrujar desde la misma juramentación en el palacio federal legislativo, frente a todas las altas magistraturas del Etado, del cuerpo diplomático y consular, del alto mando militar y en cadena nacional, la disposición de pasarse por el arco de triunfo toda la estructura legal del país empezando por la carta magna cuando se le aludió en el juramento como una constitución moribunda. De allí a alentar en el paseo Los Próceres a delinquir con el argumento del hambre y después poner a desfilar, previo reconocimiento, a las Fuerzas Armadas Nacionales.

¿Qué otro soporte argumental se puede pedir para caracterizar como delincuente al régimen desde su nacimiento? Es básico: rabo de cochino, pezuña de cochino, cabeza de cochino, trompa de cochino, rabo de cochino; no se puede pretender que la ilustración conclusiva apunte a un recto ciudadano, a un Catón de Utica de contrabando desde Sabaneta de Barinas, de acrisoladas virtudes y estricto cumplidor de las normas e integrado completamente a la sociedad, ni mucho menos a un ornitorrinco. Es toda la ilustración de un delincuente. Un hampón con toda la barba. Un Alphonse Capone vernáculo con la banda presidencial terciada del hombro izquierdo a la cintura derecha rodeado de otros de su misma calaña. Hacia allí debe remitirse la conciencia en primer lugar cuando se le trata de conseguir una explicación lógica a lo de Tocorón en el antes, el durante y el después. Veamos.

Cada cierto tiempo la opinión pública es asaltada en cobertura mediática con las andanzas delictivas de algún jefe de banda en el país. Una temporada lo es El Picure quien se toma en control todo el centro del país con sus secuaces. Hasta que la fuerza pública del régimen interviene y neutraliza a El Picure. Después ocurre eso con un Wilmito en Guayana y el oriente del país y el desenlace sigue el mismo patrón. Igual con un Wilexis, con El Coqui y con otros en Petare, la cota 905, La Vega y en el resto del país; como en un acuerdo tácito de la revolución con el delito. Mientras tanto Valentín Santana, a 1 kilómetro detrás del Palacio de Miraflores sigue ejerciendo soberanía y controlando territorialidad en el 23 de Enero y recibiendo en honores la réplica de la espada del Libertador Simón Bolívar. Atento y esperando órdenes.

Después de la experiencia de la salida del poder con la renuncia del teniente coronel Hugo Chávez Frías el 11 de abril de 2002, la revolución se blindó con una serie de decisiones para impedir la reedición de ese evento. Todo 11 tiene su 13 es un concepto de movilización y de reacción que han pulido y transformado para fortalecerse en tres capacidades que mantienen a la actualidad: 1. Mantenerse en el poder, 2. Recuperarlo inmediatamente en caso de perderlo, y 3. Pasar a una etapa de guerra popular prolongada (GPP). En ese orden. Y para ello disponen en prioridad de la delincuencia común empoderada, desde la que se alivian en el entrenamiento y parcialmente en la dotación; y a la que adscriben permanentemente a la milicia nacional en estructura. Es una previsión para reaccionar contra cualquier pronunciamiento militar. Anualmente hacen sus ejercicios con el argumento de la invasión del enemigo externo (el imperio) donde se ensaya la reacción contra el enemigo interno (la oposición). Es desde algunos recintos carcelarios como Tocorón donde los jefes, los pranes, los capos de megabandas ahora estructuradas en Cuadrillas Defensoras de la Paz (CUPAZ) después de haber pasado por Círculos Bolivarianos, Colectivos Sociales y Zonas de Paz proyectan la línea represiva cuando se presenten graves crisis de gobernabilidad que pongan en riesgo la permanencia revolucionaria en el poder. Cuando hay momentos de relativa tranquilidad estos grupos se dedican al control de los territorios asignados y a delinquir bajo la supervisión del régimen en una mixtura de gobernanza zonal graficada en Estado – Fuerza Armada Nacional – CUPAZ. Son las mismas Unidades de Batalla Bolívar-Chávez (UBCh) reforzadas con todos los componentes del Poder Popular y vectorizadas como la fusión cívico – militar o la Unión Pueblo – Soldado de espíritu zamorano. Cualquier duda remítanse al Plan de la Patria con vigencia del 2019-2025.

El Tren de Aragua, el Tren del Llano, el Cartel de Los Soles, la Guerrilla colombiana sita en el Arco Minero, y las alianzas con el terrorismo internacional son expresiones vivas de la alianza del delito en estrecha gobernanza con el poder desde el palacio de Miraflores con la mayoría del gabinete ejecutivo con Nicolás Maduro a la cabeza y otros factores del PSUV con solicitudes de aprehensión internacional y recompensas por corrupción, narcotráfico, terrorismo y graves violaciones a los derechos humanos.

Tocorón es uno de esos tantos operativos fast track de propaganda que se hacen eventualmente con el objeto de sensibilizar a la opinión pública para vender en imágenes a delincuentes luchando contra el delito. Como cuando cada cierto tiempo el jefe del CEO presenta en sus redes sociales el derribo de una aeronave del narcotráfico incursora del espacio aéreo venezolano, sin exponer a la tripulación ni a los kilos decomisados. Tocorón es un símbolo revolucionario como el Cuartel de La Montaña y esta puesta en escena es el sacrificio de un peón en el tablero de ajedrez rojo rojito en una coyuntura donde los compromisos de mediano y largo aliento de la revolución bolivariana y de toda la audiencia venezolana en general, están puestos en las elecciones primarias de la oposición en 2023 y en las elecciones presidenciales de 2024, respectivamente.

Al régimen y sus ejecutorias como en Tocorón hay que leerlos siempre desde la derecha hacia la izquierda; y cuando escriban  léanlo como un no, y cuando ellos digan blanco programen el oído para que lo oigan como negro. Así funciona desde siempre el boarding pass para el avión de la revolución en esa mezcla de la gobernanza con el delito.

Buen viaje.