Otto von Bismark, apodado el Mariscal de Hierro, Canciller de Prusia entre 1862 y 1890, amparándose en un extraordinaria capacidad manipulativa y tres guerras con objetivos limitados, logró la unificación de Alemania y que esta sucediera bajo el liderazgo de Prusia. Fue también una genial practicante de la Realpolitik, la noción que la política exterior de los Estados se rige por el frío cálculo de sus intereses.
De manera lenta pero sistemática, aseguró la preeminencia de Prusia en el mundo germánico y derrotó militarmente a los que se oponían a la aparición de un reino o imperio alemán único. Aprovechó con esmero e inteligencia las circunstancias políticas de la segunda mitad del siglo diecinueve, hasta que fue despedido malamente de su cargo por el joven Kaiser Guillermo, cuya impetuosidad pavimentó el camino hacia la Primera Guerra Mundial.
Esta última semana, muchos han comparado al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, con Bismark. Esto en el contexto de los duros golpes propinados a Hamás, Hezbolá, los Cuerpos Revolucionarios de Irán y diversos instrumentos de los que el gobierno de dicho país se vale para hostigar a Israel.
En realidad, los enemigos de Israel vienen actuando con inigualable torpeza.
Primero los salvajes asesinatos, secuestros y violaciones perpetrados por milicianos de Hamás en el sur de Israel el 7 de octubre del año pasado. Acumularon centenares de víctimas en una incursión destinada a matar, enfurecer y humillar, pero totalmente inútil militarmente hablando. Los líderes de Hamás pensaron que con esta incursión motivarían revoluciones en el mundo árabe que derroquen a cada gobierno y se plieguen a una guerra de aniquilamiento en la que prácticamente nadie, excepto ISIS, Al Qaeda y similares, están interesados.
Israel inició lentas, pero metódicas operaciones militares en la Franja de Gaza, destinadas a neutralizar definitivamente a Hamás y rescatar a los rehenes capturados. También deseaban vengar a sus víctimas de forma implacable. Así lo hicieron. Apenas el jefe máximo de Hamás dejó su lujosa guarida en Qatar, donde gozaba de protección, aprovechando un viaje a Irán para la asunción de su nuevo presidente, lo mataron de la forma más humillante posible: hicieron estallar explosivos en la casa de huéspedes donde el gobierno iraní lo alojaba.
En paralelo llevaron a cabo una serie de operaciones para decapitar a los demás líderes de Hamás, cada vez que alguno asomaba la cabeza de sus madrigueras, este era inmediatamente eliminado. A su vez, toreó la presión del gobierno de Biden, quien buscaba la cuadratura del círculo: apoyar a Israel lo suficiente para que se defienda y sobreviva, pero nunca lo necesario para que gane la contienda.
Es aquí donde los malos imitadores de Bismark entran: temerosos de lo que pueda pasar, no quieren que uno de los partícipes de esta guerra cruel haga lo necesario para ganarla, buscando que se prolongue un equilibrio mortal y sin fin.
La posición israelí es bastante complicada. No sólo tiene la presión de Hamás en el sur, en el norte tiene la Hezbolá, milicia pro iraní y chiita que controla el sur de Líbano. Esta empezó a hostigar las poblaciones del norte de Israel con cohetes, obligando la evacuación de 60.000 personas de sus casas. Israel contestó con una campaña progresiva de decapitación de todos sus líderes y oficiales.
Esta campaña llegó a su clímax las últimas semanas cuando de manera sucesiva eliminó a su jefe máximo, a todas las personas designadas para sucederlo, así como incapacitó a centenares o hasta miles de sus miembros, mediante beepers explosivos. Hoy dicha milicia está completamente decapitada.
Los ayatolás iraníes se veían en la penosa situación de no proteger a sus instrumentos. Por eso es que, en el mes de abril, en represalia a una operación israelí contra un consulado iraní en Siria, lanzaron un ataque con centenares de misiles balísticos. Israel los interceptó todos, excepto uno que cayó en un terreno baldío.
Esta semana, en represalia a las más recientes acciones de Tel Aviv, Irán intentó un nuevo ataque directo, con similares resultados al del mes de abril. La única diferencia es que hubo un muerto, un palestino de Gaza que estaba en Cisjordania a quien le cayó encima restos de un misil derribado por las defensas israelíes.
El hecho es que Irán está arrinconado. Los países árabes están, de manera cada vez menos disimulada, festejando los triunfos israelíes y ayudándolos de diversas maneras. Sin embargo, Biden recalca que Israel no debe atacar el programa nuclear iraní, ni sus instalaciones petroleras. Washington tiene miedo que Israel le propine un golpe fatal al enemigo común.
Lo que Washington no entiende es que Israel siente que lucha por seguir existiendo. Irán ha hecho pública su intención de borrarlos de la faz de la tierra y su programa nuclear le daría la capacidad para hacerlo.
Es por ello incomprensible la apuesta que inició Obama para fortalecer a Irán en desmedro de Israel, Arabia Saudita y los EAU, sus aliados tradicionales. Piensan que sería beneficioso que estos países se balanceen entre ellos. Esta apuesta la interrumpió Trump pero comenzó de nuevo con el triunfo demócrata del año 2020.
Esa actitud es una mala imitación de Bismark pues implica que Estados Unidos empodere a sus enemigos en contra de sus aliados. Frente a los primeros queda Estados Unidos como un país tonto, despreciable y manipulable. Frente a los segundos como desleal y poco confiable.
No sabemos qué hará Netanyahu ahora, pero ciertamente, no confiará en las promesas de Biden y menos en las de Harris, en la eventualidad que ella se convierta en la próxima presidente de Estados Unidos.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú
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