El socialismo del siglo XXI ha traído daños inconmensurables, extensos y profundos, a la sociedad venezolana. Este régimen que padecemos ha causado “daños antropológicos”, como se le ha denominado ahora, cuando la frase “crisis humanitaria compleja” se ha quedado corta ante la descomunal destrucción del país, en su tejido social e institucional, su economía, la salud, la educación, la cultura, casi toda la infraestructura, los servicios y todo lo demás, incluyendo a las familias que han sido desarticuladas y a las personas que han sido arruinadas y ofendidas en su dignidad.
Nada ha habido más perverso que este régimen en los 200 años que tiene Venezuela como nación. Aquí no hay daños colaterales, todos son parte de una compleja trama sistémica en la que las calamidades conforman una sinapsis perversa que causa ruina general. Un mal aparentemente menor se convierte en factor potenciador de la tragedia.
Sin embargo, algunos bienes colaterales han traído. Son asuntos que no han estado en la agenda de los malvados, tampoco en algunos de los que les han hecho oposición. Y menos de los indiferentes o de los aprovechadores que nada les importa. Pero la gente descubre valores que antes estaban ocultos. Virtudes que ahora emergen como luces que alumbran la esperanza.
Un asunto importante es tomar adecuada perspectiva de qué nación éramos y qué somos ahora. De que fuimos capaces de construir, en todos los terrenos, y cómo todo eso se vino abajo, en medio de los riesgos de algunos, la complicidad de otros y de la apatía mayoritaria. Al estar solos, sin los familiares cerca, con amigos distantes, en medio de nuestros lugares desolados, nos damos cuenta de lo que perdimos. O de lo que tampoco teníamos en los tiempos de las vacas gordas.
Un bien colateral es la toma de conciencia del déficit histórico de libertad, democracia, honestidad e institucionalidad que no fuimos capaces de construir, emborrachados de petróleo. En 200 años se nos fue el tiempo entre caudillos, autoritarismo, corrupción y consumismo, con algunas “islas de cordura” que pusieron en evidencia que no es una fatalidad esas carencias. Las vidas ejemplares, los años de democracia, las sólidas instituciones que nos sirven de referencia y otros logros están allí, como estrellas luminosas de lo que fuimos y podemos ser.
Ahora nos damos cuenta del valor de la libertad, de que la democracia es una obra de arte que es necesario cuidar con primor, que es necesario el respeto a las personas, a las instituciones y que sin confianza nada bueno se levanta. Valoramos la solidaridad, la caridad y el amor al prójimo.
La carencia de lo que se llama ahora “capital social”, es decir la capacidad de escucharnos con respeto, de conversar serenamente sobre los asuntos que nos importan, de saber usar el don de la palabra para dirimir conflictos, es ahora valorada, cuando vivimos años de ruidos y sorderas. “De la abundancia del corazón habla la boca” y un bien colateral es el darnos cuenta del valor de esa sentencia bíblica, para aprender a distinguir a los demagogos y embusteros que prometen vivir sin trabajar, regalar lo que no es suyo, realizar obras faraónicas en vez de ofrecer seguridad, confianza y respeto, para que cada quien despliegue sus fortalezas y con ello se gane el pan sin arrodillarse ante nadie. Reencontrarse con la palabra es tan importante como el reencuentro con los nuestros.
Otro bien colateral es la valoración que ahora damos a tener una familia cercana, contemplar a los abuelos y los padres, a los hijos y los nietos, hermanos y sobrinos, y a los amigos. El régimen perverso aventó a la emigración a una población que sólo había conocido inmigrantes. A los que nos quedamos nos dificulta el acercamiento la carencia de transporte, las carreteras infernales, las dificultades con el combustible y ahora la pandemia. Añoramos la casa bulliciosa de gente querida. Un aprendizaje enorme es el reconocimiento al tejido familiar y a las redes de amistades y relacionados.
La educación pudo ser mejor si todos nos hubiésemos empeñado en eso, al igual que la salud. Ahora nos damos cuenta del valor de formar personas, conscientes de su identidad y de su dignidad, que es necesario formarse bien para servir. En el orden de la cultura tuvimos buenos ejemplos de la capacidad del talento nacional. Ahora sabemos que si queremos mejor país tenemos que ser más cultos.
Y un bien colateral es la toma de conciencia de la necesidad de construir una nación donde todos tengan las mismas oportunidades, no importando el lugar donde se nace. Con una economía al servicio de la persona humana y respetuosa de la naturaleza, que no esté inspirada en la codicia. Una sociedad desigual, desarticulada, injusta y segregada no es viable. Así de sencillo.
El bien colateral que nos está dejando este régimen inmoral es darnos cuenta de la imperiosa necesidad de construir un país decente.