No tengo visa de Estados Unidos, y no la busco. Quisiera tenerla, pero obtenida en Caracas, cuando sea posible. Cuando esta tragedia quede atrás y, al menos, en este aspecto, seamos un país normal, como siempre fuimos antes de la tragedia.

Lo digo para evitar cualquier confusión entre un interés personal y mi parecer general.

Biden está más allá que de acá. Es obvio que padece una condición de demencia senil. Es imposible que, en estas condiciones, pueda ocupar la Oficina Oval por cuatro años más. Su «administración» es un despelote, porque su cabeza es un despelote. Tal cual.

Trump es todo lo contrario a un servidor público. Tiene encima varias causas judiciales, unas más sórdidas que otras. Al pensar en muchos de sus antecesores, republicanos o demócratas, Trump da ganas de llorar.

Pero entre Biden y Trump, prefiero a éste sobre aquél. Me apena y angustia, en extremo, que esa sea la alternativa. Por lo menos hasta ahora. Pero entre un demente senil, y un ególatra que desprecia la gran tradición política y civil de los presidentes de la Casa Blanca, no hay mucho margen de maniobra.

Más allá de cualquier consideración ideológica, la persona más poderosa del mundo, a quien siempre acompaña el edecán de la maleta nuclear, no puede estar en la Luna. El otro está en la Tierra, para bien o para mal.

Trump ya fue presidente. Uno imagina que eso pesa. En todo caso, el telón de fondo es de máxima preocupación. Estados Unidos tiene una profunda crisis sociocultural. Biden y Trump son la punta del iceberg.


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