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Biden o el tercer mandato de Obama   

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En su primera primera entrevista como presidente electo con la cadena estadounidense NBC, Joe Biden estuvo a la defensiva. “Este no es el tercer mandato de Obama”, se adelantó, sin que el periodista Lester Holt, le preguntara. La gran duda es si Biden es o no un clon del expresidente Barack Obama, quien fue su jefe por ocho años en la Casa Blanca.

Es evidente que el presidente electo quiere desandar el camino de Donald Trump. Para hacerlo cree que debe volver al pasado y retomar el trabajo donde Obama lo dejó en el 2016.

El hilo argumental de Biden es que necesita rodearse de figuras de la pasada administración y atender los aspectos dejados de lado o bloqueados por Trump, tanto en política interna como en las relaciones internacionales.

Su planteamiento es que actualmente Washington enfrenta un mundo diferente, cuyo panorama ha sido trastocado por la administración Trump. Considera que, ante la soledad en que se encuentra su país, es necesario poner a Estados Unidos al frente de la mesa y convertirlo en “constructor de coaliciones”.

Lo que no puede disimular Biden es que al anunciar los principales integrantes de su gabinete, puso en el escenario a veteranas figuras de la administración Obama. Gobernará con políticos tradicionales, con el viejo establishment demócrata, algo que los seguidores de Trump repudian y que le significó 74 millones de votos en las recientes elecciones.

La administración Obama es la cantera de funcionarios para el equipo de Biden. Todos tienen dos cosas en común, son veteranos demócratas y trabajaron para Obama.

La mayoría proviene de las universidades conocidas como Ivy League -Harvard, Yale, Princeton, Columbia- y tienen vínculos estrechos con Wall Street y Silicon Valley, grandes donantes de la campaña del ahora presidente electo.

El primer designado por Biden fue Ron Klain, como jefe de gabinete. Klain es un veterano abogado y consultor demócrata, con el que el presidente electo tiene una relación desde hace tres décadas y ocupará uno de los puestos de mayor poder dentro de la nueva administración.

La primera mujer al frente de la comunidad de inteligencia, Avril Haines, fue la número dos de la CIA y estuvo en el equipo del Consejo de Seguridad de la Casa Blanca. Ambos cargos durante la presidencia de Obama. Antes había trabajado en el Senado bajo los órdenes de Biden.

La veterana diplomática Linda Thomas-Greenfield, será el rostro de Washington ante las Naciones Unidas, en lo que se prevé el regreso de Estados Unidos al multilateralismo. Antes había sido responsable de África en el Departamento de Estado y embajadora de Obama en Liberia.

Otra veterana demócrata es Janet Yellen, la primera mujer en ser designada secretaria del Tesoro, luego de haber sido presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos durante los últimos tres años del gobierno de Obama. Antes fue jefa del Consejo de Asuntos Económicos de la Casa Blanca.

Al frente del Departamento de Seguridad Nacional estará el cubanoestadunidense Alejandro Mayorkas, quien durante el gobierno de Obama ocupó la subsecretaría de esa agencia, encargada de asuntos claves como la seguridad fronteriza y la inmigración. Es el primer hispano que elige Biden dentro de su próximo gobierno.

Un peso pesado de política estadunidense, John Kerry -exsenador, exsecretario de Estado durante la administración Obama, también exaspirante demócrata a la Presidencia en el 2004- será el nuevo zar de la lucha contra el calentamiento global de la nueva administración Biden.

Anthony Blinken, el designado secretario de Estado, trabajó en el Departamento de Estado en los dos periodos de la presidencia de Obama y se lo considera un exponente del multilateralismo que defendió la administración demócrata.

Junto con Blinken, una pieza clave en el manejo de la política exterior de Biden será Jake Sullivan, su designado Consejero de Seguridad Nacional. Fue en tiempos de Obama uno de los artífices del acuerdo nuclear con Irán, que Trump echó por tierra, y partidario de devolver a Washington a su estatus quo.

Sullivan dijo recientemente que es partidario de «recrear los términos del acuerdo» con Teherán, firmado en el 2015, que implicaron el levantamiento de sanciones económicas contra el régimen islámico a cambio de detener su proliferación nuclear.

Por el contrario, respalda mantener las sanciones a la dictadura de Venezuela como un mecanismo que contribuya al derrocamiento de la dictadura de Nicolás Maduro, un aspecto en el que coinciden con la estrategia empleada por Trump.

«Una solución militar liderada por Estados Unidos es un riesgo demasiado grande para considerar, por lo tanto, Estados Unidos debe centrarse en todas las herramientas no militares que pueda. Eso significa doblar las sanciones y continuar construyendo la coalición internacional», señaló a finales del año pasado, en una conferencia en el Hudson Institute.

También dijo que la estrategia debe “centrarse especialmente en separar a China, Cuba y Rusia de Venezuela a través de cualquier medio disponible”.

En lo que quizá se equivoque es en promover un acercamiento con Cuba para que ayude a Washington a derrocar a Maduro a cambio de “gasolina barata”. La dictadura castrista está demasiado involucrada en sostener a su criatura, el chavismo, además de su relación parasitaria, como para pensar que con acceso al petróleo estadounidense romperá su alianza con Caracas. Además, aunque internamente los venezolanos no tengan combustible, la dictadura de Maduro no ha dejado de suministrárselo a La Habana.

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