Lo único que quedó claro de la más reciente alocución del nuevo presidente de Estados Unidos es que Venezuela no forma parte de las prioridades inmediatas de esa nación en lo atinente a su política exterior. El 4 de febrero, en su intervención televisada en el Departamento de Estado, Joe Biden centró en temas específicos las actuaciones inmediatas de la primera potencia mundial: finalizar la ofensiva en Yemen, suspender la retirada de tropas estadounidenses de Alemania, aumentar la admisión de refugiados. De manera más general se refirió a las rivalidades con Rusia y China en torno a las cuales su postura en materia de abusos económicos y de seguridad será menos permisiva. Y condenó el golpe de Estado en Birmania. No mucho más.
Así, pues, olvidémonos de que en el orden del día norteamericano habrá una atención obligada, esencial, constante e inmediata a los asuntos nuestros. Lo mismo ocurre con el resto del Hemisferio. Sin embargo, debe quedarnos claro, por igual, de que no estamos frente a un olvido en el nuevo gobierno de Joe Biden o de un inesperado desdén por la formulación de una política en torno a nuestro país y a los crímenes del dictador. Lo que ocurre es la estrategia está siendo enunciada en otro nivel y con otro énfasis por los funcionarios que se ocuparán del día a día de las relaciones externas de Estados Unidos.
Desde antes de la inauguración presidencial, el 19 de enero, Antony Blinken, nuevo secretario de Estado, anunció sin rodeos que su país mantendría la línea de política internacional establecida por Donald Trump con relación a Venezuela. Como decía el fin de semana el periódico español La Razón, Blinken “explotó la burbuja del sueño totalitario de Maduro”, quien contaba con que un nuevo inquilino en la Casa Blanca serviría para inocular “un poco de aire fresco para el régimen que lo sostiene en el poder”. Ya desde ese momento no quedó duda alguna sobre el reconocimiento expreso de Juan Guaidó por parte del presidente Biden.
No contentos con lo anterior y para que no quedara duda en cuanto al alcance del apego de Estados Unidos al retorno de nuestra pisoteada democracia, antes de la alocución de Joe Biden el vocero del Departamento de Estado, Ned Price, efectuó algunas puntualizaciones acerca de Venezuela: la primera de ellas es la calificación del régimen actual como dictatorial y la segunda, la clara intención de la Casa Blanca de no emprender conversaciones bilaterales con Maduro y sus adláteres. Price no tuvo pelos en la lengua para calificar a los personeros del gobierno como “envueltos en corrupción y violación de derechos humanos”.
No hay que hilar demasiado fino para interpretar lo que podrá ser el curso que tomará la diplomacia norteamericana en esta nueva administración. Está ya escrita hasta en su letra chiquita. Es evidente que Estados Unidos se distanciará de las ejecutorias de Donald Trump en unos cuantos terrenos, mas no así en lo atinente a Venezuela. Una concertación con sus aliados de similar talla en el mundo los llevará a todos, y bajo el liderazgo norteamericano, a mantener una estrategia de sanciones al régimen dictatorial, lo que les permitirá acercarse a una solución negociada que conduzca al país a elecciones. Ello es notorio igualmente cuando se analizan los pasos que están dando otros países desarrollados –la Unión Europea incluida– por aproximarse al restablecimiento de un régimen de libertades en el país venezolano. Irán de la mano con Joe Biden.
La batuta mundial la van a llevar los estadounidenses, así que mal hace la oposición venezolana en invertir sus energías en tratar de conseguir acercamientos en otras áreas del planeta o en críticas ácidas a otros actores como la Unión Europea. Los pocos aliados que le vienen quedando a la Venezuela madurista no quebrarán lanzas por el régimen usurpador cuando se enfrenten a la determinación norteamericana de exigir un tránsito democrático. Me refiero a China y a Rusia, cuya vinculación económica y política con la Revolución es ya bien precaria a estas horas: son más las facturas que tienen por cobrar. Y también me refiero a Irán, que pudiera ser constreñido por Washington a terminar con la alianza perversa con Caracas, si en Teherán tienen interés en un acuerdo nuclear con los americanos.
En definitiva, las líneas estadounidenses de relacionamiento con la dictadura están trazadas. A ellas deben adecuarse todos en el suelo patrio: quienes aspiran y batallan con ahínco por la salida pronta de Maduro y quienes se esfuerzan, con magras esperanzas, a mantenerlo en el poder.
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