La prensa norteamericana no escarmienta. El triunfo de Donald Trump cuando ganó la presidencia en 2016 se debió en buena medida al libre acceso a los medios que tuvo el entonces candidato republicano. CNN aumentó enormemente su sintonía presentando a Trump con sus extravagancias de entonces. Fue el mejor año histórico del canal por cable, según sus propios datos (https://cnnpressroom.blogs.cnn.com/2016/12/20/2016-is-cnns-most-watched-year-ever/).
Los noticieros y programas de opinión de las cadenas tradicionales de TV en aquellas elecciones albergaban a Trump casi todas las semanas de forma gratuita. El hombre llamaba a los programas dominicales sin que lo invitaran, y le atendían las llamadas. ¡Subía el rating! Después, como presidente, los periodistas y la prensa en general, excepto Fox, eran para él el enemigo del pueblo. “Allí están”, decía en los mítines con sus partidarios. “Mirénlos”, incitando a la audiencia a que abucheara a los reporteros. La ahora famosa frase de “fake news” (noticias falsas) proviene de él y de voceros de su administración, quienes acusaban a los medios de mentir cuando cubrían las informaciones de Trump y su gobierno. Hubo otro mote: “alternative facts” (realidades alternativas).
Fue solo al final de su mandato, especialmente después del 6 de enero de 2021, cuando la prensa pareció haberse percatado de que los actos públicos y las palabras de Trump vulneraban las normas no escritas de la democracia, y más grave aún, la propia Constitución. Hasta las redes sociales lo silenciaron (ya no más en X) y los programas informativos de toda la televisión -excepto FOX- empezaron a cubrir con cautela sus exposiciones públicas. El más reciente ejemplo de ello es cuando hace dos meses, después de ser fichado en la cárcel de Atlanta, Georgia, quiso dar declaraciones antes de montarse a su avión de regreso a casa, y ningún medio recogió sus palabras en vivo. A pesar del show mediático de su presentación para ser fichado y libre bajo fianza.
Pero el pecado de la prensa gringa en este momento no es por la cobertura que le dan a quien hoy es sujeto de dos juicios penales por atentar contra la democracia estadounidense. Es natural que se cubra ad nauseam lo relativo a sus juicios pendientes, por lo inusual que es incriminar a un expresidente. El pecado está en el tratamiento que se le da al actual presidente, Joe Biden, también candidato presidencial, quien muy probablemente se enfrentará otra vez al autoritario y acusado Trump en las elecciones de 2024.
Los medios tradicionales (audiovisuales e impresos), los de cable (CNN, MSNBC, Fox) y sus periodistas han venido creando y solidificando lo que en Venezuela solía llamarse una “matriz de opinión” sobre la supuesta decrepitud de Joe Biden, de 80 años de edad (sólo tres más que Trump). Desde el día siguiente a su 80° cumpleaños, empezó la indagación sobre la percepción del público respecto a la edad del presidente y su capacidad para manejar los asuntos del Estado. Téngase en cuenta que muchas de las encuestas de opinión en Estados Unidos son pagadas por los propios medios.
Yougov y The Economist preguntaron a su audiencia en la misma semana que Biden cumplía 80 años (noviembre del año pasado) si su edad hacía más difícil hacer el trabajo que la presidencia requiere, “¿o usted piensa que su edad ayuda a Joe Biden a tener la experiencia y juicio para realizar un buen trabajo?”. Más de la mitad contestó que su edad hacía el trabajo más difícil. Casi 40% de los demócratas era de esa opinión, con 75% de republicanos. ¿Quién iba a opinar lo contrario?
De entrada, hacer esta pregunta no es lo mismo que pedirle a los encuestados que respondan espontáneamente qué les preocupa de Biden o de su gobierno, o que mencionen cuáles problemas quisieran que el gobierno abordara, presentando los que usualmente afectan a los ciudadanos (la situación económica, la seguridad, la educación, ahora el aborto). La pregunta, de por sí, es tendenciosa. Y el titular que genera es: “Más de la mitad de los americanos piensa que Biden está muy viejo para ser presidente”.
De noviembre a esta parte, todas las encuestadoras y los medios se refieren a este tema. Hace dos meses, estando en España, amigos venezolanos y españoles me comentaban “pero es que Biden está muy viejo, ¿no?”. Hasta en un artículo reciente de Arturo Pérez-Reverte leí que “Venecia (a esas alturas más esclerótica que Joe Biden), acosada por corsarios ingleses, neerlandeses, españoles (…) fue cuesta abajo en su rodada, perdiendo la influencia de antaño”.
Todos los domingos, los periodistas políticos de los programas de opinión aluden a una aparente creciente preferencia de los votantes demócratas porque el candidato de su partido sea otro distinto a Biden. Es el tema que acompaña al de la edad del presidente.
En un momento crítico para la democracia norteamericana, cuando se corre el riesgo de que un autócrata glorificador de Putin vuelva a ser presidente, la prensa tiene que ser más responsable y cauta en el manejo de la información, en la decisión de lo que se presenta como noticia. Ya es bastante que Trump acapare la atención de los medios como acusado criminal y que los líderes de su partido no se atrevan a denunciarlo. Sus competidores copartidarios prometen que votarían por él, así fuera sentenciado a prisión por los crímenes de los cuales se le acusa.
El promedio nacional de las encuestas en los Estados Unidos le otorga a Trump cerca de 60 % a su favor entre los republicanos mientras que Ron DeSantis, su más cercano rival, tiene entre 11% y 12%. Pero hay más, esta semana Trump supera a Biden con 45,1 contra 44,6 en el promedio nacional de la mayoría de las encuestas. Trump no escupe pa´ arriba, y ya con la matriz del viejito montada, dice que el problema no es que Biden sea viejo, sino que es incompetente.
Seguimos hablando de números, de la “carrera de caballos” entre los candidatos, que es lo que vende más como noticia en una competencia presidencial y en lo que se enfocan medios y periodistas.
No importa si la inflación ha estado contenida, igual que los precios de la gasolina. O que los niveles de empleo han sido los más altos de la última década, por lo menos. Que la economía no ha entrado en recesión, a pesar de las alzas continuas de las tasas de interés. Tampoco importan las leyes aprobadas con apoyo bipartidista (algo que el trumpismo odia), como la de inversión en infraestructura, o la de incentivos para la producción en Estados Unidos de los estratégicos microchips.
En el plano internacional, Biden ha cohesionado a la OTAN en función de la también estratégica defensa de Ucrania frente al invasor ruso. El Trump presidente coaccionó a su colega ucraniano para que anunciara una investigación contra el hijo de Biden, a cambio de enviarle los misiles antitanques que Ucrania necesitaba en ese momento, aprobados por el Congreso.
No se trata de censurar. Lo que es noticia, porque es de interés público, debe ser publicado. Pero los medios de comunicación tienen una enorme responsabilidad en el manejo de la información que transmiten y en de las noticias que también crean. Sí, las noticias pueden también ser creadas y alimentadas, como hizo la cadena Fox con las máquinas de votación supuestamente manipuladas para darle el triunfo a Biden y por lo que se vio obligada a pagar una demanda de más de 700 millones de dólares. La desinformación ha sido un factor clave en la popularidad de Trump entre los votantes republicanos. El balance no puede ser crear artificios noticiosos, que pueden haberse hecho de buena fe, pero que se convierten en el centro del debate político. Los medios deben más bien promover la discusión sobre los temas de verdadero interés para los ciudadanos. Por ahora, los norteamericanos están entre los juicios a Trump y la decrepitud de Biden.
@LaresFermin