Luego de haber enviado sus representantes a Venezuela para una muy extraña negociación, el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Joe Biden, no encuentra cómo enderezar el entuerto que le ha traído consecuencias bastante negativas, sobre todo en la opinión pública allá, acá y entre sus adversarios en el Congreso.
Acá quedan muchas interrogantes acerca de cuáles fueron en realidad los acuerdos alcanzados. ¿Se acabarán las sanciones? ¿Quedará Guaidó y la Asamblea Nacional -legítima- como la guayabera? ¿Las negociaciones avanzarán en México y Blyde, junto con Stalin González, conseguirán finalmente elecciones «medianamente libres», además de una retirada digna de los criminales? ¿Se aplacará la ira de la Corte Penal Internacional que emplazó al régimen del terror a dar resultados? O, por el contrario, ¿solo se trató de obtener garantías sobre lo que queda del petróleo venezolano para arrimarlo hacia el país de la Estatua de la Libertad?
Objetivamente, hay dos resultados palpables: en las horas posteriores del peligroso «acercamiento». El gobierno de Biden anunció que no comprará más petróleo a Rusia. También los días subsiguientes nos enteramos de que unos presos norteamericanos ya estaban sonriendo por allá arriba. Parte de la fundamentación que daba Biden y su camarilla para enviar altos representantes a entablar conversas locuaces, de mano agarrada, con Nicolás Maduro, nada menos. Esquivar la sangre en Ucrania, saltando charquitos rojos apelmazados en Miraflores.
Eso que llaman «el interinato» quedó como ponchado ante la opinión pública perpleja, esa que parece olvidar que los americanos carecen de escrúpulos humanísticos cuando se trata de velar por sus legítimos intereses. En ellos el romanticismo y las largas telenovelas no hicieron mella. Aló, embajador puede bien transmitirse desde el centro de Caracas, si eso favorece en algo la situación ante la guerra. Muy comprensible, hasta allí. Mientras, Delcy salió corriendo a Turquía a entablar migas con el canciller ruso, para explicarle en español que la cosa no es tan así. Que lo que vieron no puede entenderse de ese modo en ruso. Y nadie termina de entender nada de allá ni de acá. El alboroto político se atomiza más y más. Tanto que hasta Fermín y Falcón, junto con Rosales, desempolvan chaquetas y botas, porque huele a elecciones por todos lados, menos donde debe oler.
Biden busca desesperado un lavamanos que pueda alcanzar sin extraviarse más. Se lleva a Duque para un último respaldo de despedida, para que Colombia ingrese, sin ingresar, a la OTAN, como para atemorizar a Putin, el incontrolable. En realidad para que explique, en perfecto español, lo inexplicable, al menos para Marco Rubio: que no, que no hay un acuerdo con Venezuela. Que Juan Guaidó es el reconocido, junto a la Asamblea Nacional que deambula. Que Story vino a comer arepas sin querer, confundido con la invasión rusa a un país extraño de la Europa más lejana, y ya se fue, que ¿qué hubo? Si es que todo sigue igual y ¡Viva México! Lo que Biden ignora, no solo eso, es que en Venezuela sobra agua, pero no para lavarse manos enrojecidas.