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Bicentenario de la entrevista de Bolívar y monseñor Lasso de la Vega

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Monseñor Rafael Lasso de la Vega

El 1° de marzo de 1821, en la ciudad de Nuestra Señora de la Paz de Trujillo – Venezuela, se encontraron el Libertador Simón Bolívar, presidente de la República de Colombia, y monseñor Rafael Lasso de la Vega, obispo de la Diócesis de Mérida de Maracaibo, en lo que fue la primera entrevista oficial entre la jerarquía de la Iglesia Católica y el máximo representante de una de las nacientes repúblicas americanas. Fue un encuentro de elevada importancia y de enormes consecuencias, tanto para allanar el camino que aún faltaba para la emancipación definitiva, como para el reconocimiento del mundo a las jóvenes naciones.

Bolívar le dio todo el valor estratégico que tenía este encuentro, dada la importancia del catolicismo en tierras americanas, y en gran parte del mundo, y porque este obispo en particular era de elevado prestigio y había sido muy beligerante en el apoyo a las fuerzas realistas, y en particular al general Morillo en su campaña de reconquista para la monarquía española de estas provincias empeñadas en su independencia.

La diócesis de Mérida de Maracaibo comprendía un extenso territorio que incluía a  Maracaibo, Coro, Trujillo, Barinas, Mérida, Apure, La Grita, San Cristóbal, Cúcuta y Pamplona, con más de 300.000 habitantes, un poco menos de 300 sacerdotes, a más de monasterios de monjas y monjes, colegios, centros de salud, empresas, propiedades y otros recursos, todo lo que representaba un enorme capital espiritual, material y político, toda vez que el protagonismo de los curas era muy activo, a favor o en contra de la independencia. monseñor Lasso de la Vega lo recorrió en visitas pastorales, fundó las parroquias eclesiásticas de La Cañada, Cabimas y Valera, construyó hospitales, iglesias, seminarios y colegios, hospitales, acueductos, caminos y otras obras.

Lasso de la Vega era un hombre preparado y bien informado. Nativo de Panamá y formado en Bogotá, con dos doctorados y de reconocidas virtudes, había jurado su lealtad a la corona española, de conformidad con la normativa vigente, y se debatía en difíciles y complejas realidades, así como en sus convicciones personales. Sus dos sedes emblemáticas estaban divididas con Mérida patriota y Maracaibo realista; Bolívar y Morillo habían firmado los famosos Tratados de Trujillo, en los cuales el representante del rey reconoció la nueva república, se reunieron ellos personalmente y luego Morillo se había regresado a la península ibérica convencido de la irreversibilidad del proceso independentista y admirando el genio de Bolívar. Además el propio Fernando VII había firmado la Constitución de Cádiz que establecía una monarquía parlamentaria. Y el obispo estaba enterado del pésimo prestigio del “rey felón” como lo llamaban.

Por otra parte, este obispo se había formado en las ideas de Francisco de Vitoria, de Francisco Suárez y otros teólogos que sostenían que el origen del poder de los reyes provenía de Dios, pero por intercesión del pueblo como el verdadero soberano, quien no tenía que soportar un gobierno malo, sea quien fuere el gobernante, llámese monarca, rey, príncipe, presidente o como se llamase. Ideas que por cierto sirvieron de base para las declaraciones de independencia de los países americanos, y que aquí en Venezuela fueron  brillantemente expuestas por Juan Germán Roscio, a quien deberíamos leer en estos tiempos de déficit democrático y libertario.

Lasso de la Vega lo esperó a las puertas de la iglesia, con todos los honores pontificales y bajo palio. Bolívar se acerca, se arrodilla y le besa el crucifijo. Luego entran los dos y sus séquitos hasta el presbiterio donde Bolívar se vuelve a poner de hinojos, besa las gradas y se dispone a seguir la celebración litúrgica. Conversan largamente de las ideas republicanas que alimentaban los proyectos emancipadores, de las relaciones entre la república y la Iglesia Católica, de los planes inmediatos y de largo aliento. La cordialidad, la amistad y el respeto mutuo nacieron de inmediato. De allí en adelante las relaciones formales entre la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana y la República de Colombia estaban selladas, lo demás eran meros, aunque delicados, procedimientos.

De Trujillo va Bolívar a continuar el remate de la guerra independentista, Lasso de la Vega se incorpora al Congreso constituyente en Cúcuta y firma la carta magna de 1821. Y continúa una fecunda labor diplomática entre la Santa Sede y las nuevas naciones americanas.

Más tarde Bolívar recomendó al Vaticano la designación de Lasso de la Vega como obispo de la diócesis de Quito, donde desde 1828 continuó su trabajo pastoral. Allí le tocó oficiar las exequias del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, y el 17 de marzo de 1831 su última misa fueron las honras fúnebres de su amigo Simón Bolívar, muerto hacía 4 meses. Lasso murió en Quito a los pocos días, el 4 de abril.

El próximo 1° de marzo de 2021 se cumplen 200 años de esos acontecimientos, cuando la Iglesia Católica se compromete con la libertad, la creación de una república democrática, con separación de poderes, que respete los derechos del hombre sintetizados en libertad, igualdad, propiedad y seguridad. Algo que, parece mentira, aún está pendiente.

 

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