La Bibliothèque de Marseille o Biblioteca del Alcázar fue atacada por los bárbaros durante los motines ocurridos en Francia la semana pasada. El vestíbulo de entrada y sus puertas fueron destrozados y las bombas molotov lanzadas desataron un incendio que afortunadamente no ocasionó daños en el interior de esta biblioteca que preserva verdaderos tesoros de la cultura nacional y regional. Todos los comercios en los alrededores del centro histórico de la ciudad fueron saqueados e incendiados el 29 de junio pasado. Estos actos criminales se sucedieron por igual en la librería católica de Nantes, así como en escuelas y centros culturales en toda Francia, lo que interpretamos como ataques orquestados y dirigidos contra los valores de la cultura y civilización francesa. Este intento de “bibliocausto” en Marsella no debe pasar inadvertido y deberá ser reclamado a los defensores de esta nueva «yihad», que desde sus cómodas tribunas universitarias y mediáticas predican las erradas premisas del multiculturalismo y defienden la inmigración salvaje promovida por líderes populistas que al final de cuentas se han prestado a los perversos intereses ideológicos una ultraizquierda aliada con el islamismo radical apostando al caos y a la destrucción de Francia
El término “Bibliocausto” (Bibliocaust) lo acuñó la revista Time en su edición del 22 de mayo de 1933, cuando en el mundo libre se propagó la noticia de la sistemática quema de libros acometida por los nazis en las principales bibliotecas alemanas y posteriormente en los países ocupados. Como bien lo apunta Fernando Báez (Historia universal de la destrucción de los libros, 2004), el Bibliocausto, en el que millones de libros fueron destruidos por el régimen nazi, precedió al Holocausto o aniquilación sistemática de millones de judíos en los campos de concentración. Entender cómo se gestó este horror –afirma Báez– puede permitirnos comprender cuánta razón tenía Heinrich Heine cuando escribió proféticamente en su obra Almanzor (1821): “Allí donde se queman libros, acaban quemando hombres”. La destrucción de libros de 1933 fue apenas el prólogo de la matanza que siguió, “las hogueras de libros inspiraron los hornos crematorios”.
La fachada de la biblioteca de Marsella perteneció al Théâtre de l’Alcazar Lyrique, patrimonio histórico que data de 1857, edificación inspirada en la Alhambra de Granada. En 2004, éste fue remodelado y se proyectó como una biblioteca de 18.000 m², combinando modernidad y alta tecnología. La colección de la Biblioteca del Alcázar incluye cerca de 1 millón de documentos. Sus importantes fondos documentales incluyen manuscritos medievales, una colección de 143 incunables, archivos de importantes publicaciones regionales y 150 puestos con acceso a Internet y a su importante base de datos, utilizados en su mayoría por jóvenes estudiantes y un nutrido público que acude diariamente a disfrutar de su riqueza cultural.
Los recientes acontecimientos perpetrados por los enemigos de Francia, saqueando e incendiando lo que encuentran a su paso, ensañándose contra su patrimonio cultural y educativo, hace que retomemos a Fernando Báez cuando dice que “(…) un libro se destruye con ánimo de aniquilar la memoria que encierra, es decir, el patrimonio de ideas de una cultura entera. La destrucción se cumple contra todo lo que se considere una amenaza directa o indirecta a un valor considerado superior”.
Víctor Hugo (1802-1885), autor de las novelas Nuestra Señora de París y Los Miserables, estuvo del lado de los insurrectos cuando sucedieron los motines de la Comuna en 1870, pero se enfrentó a los incendiarios de los edificios públicos y privados, en especial las bibliotecas. Esto que sigue es un extracto de L’Année terrible (1872), cuando el escritor encara a un vándalo frente a una biblioteca en llamas: “¿Acabas de quemar la biblioteca? / Sí. / Le prendí fuego. / −¡Pero es un crimen inaudito! / ¡Crimen cometido por ti contra ti mismo, infame! / ¡Pero acabas de matar lo que ilumina tu alma! / ¡Acabas de apagar tu propia antorcha! Lo que tu impía y loca rabia se atreve a quemar, / ¡Es tu propiedad, tu tesoro, tu dote, tu herencia!”. “¡Esto es lo que pierdes, ay, y por tu culpa! / ¡El libro es tu riqueza! es conocimiento, / Derecho, verdad, virtud, deber, / Progreso, razón que disipa todo delirio. / ¡Y tú destruyes eso, tú! / −…Yo no sé leer”.
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