OPINIÓN

Beth Harmon y Bobby Fischer: ficción y realidad de una misma época

por Javier Díaz Aguilera Javier Díaz Aguilera

 Si uno hace la siguiente pregunta a cualquier persona de la generación milénica (Y) o, incluso, posmilénica (Z): ¿quién fue Bobby Fischer?, lo más seguro es que arrugue la cara y se encoja de hombros. ¡Créanme que lo he probado! En cambio, si mencionamos el nombre de Beth Harmon, la figura protagónica de Gambito de dama (The Queens Gambit) de la plataforma de servicio de streaming Netflix, inmediatamente uno atrae la atención de alguien que sabe de lo que le está hablando. Y es que una verdadera revolución de los contenidos audiovisuales se produjo en octubre de este año, con la irrupción de la miniserie de Scott Frank, basada en el libro homónimo de Walter Tevis. La actriz Anya Taylor-Joy, quien encarna la talentosa Beth Harmon, ha resucitado de alguna forma, no solo la figura del más famoso de los campeones mundiales de ajedrez, sino la curiosidad e interés global por el llamado juego ciencia, generalmente asociado a ciertas capas élites de la sociedad.

Gambito de dama, ambientada en los años cincuenta y sesenta, nos regala la historia de Beth Harmon, una huérfana de nueve años, del Hogar de Niñas Methuen (en algún lugar de Kentucky), quien descubre sus destrezas innatas en el ajedrez, gracias a las enseñanzas básicas del conserje de la institución, William Shaibel. A partir de allí, y luego de ser adoptada por una pareja disfuncional, comienza la lucha entre la adicción a los ansiolíticos y el alcohol, y su objetivo de convertirse en la mejor ajedrecista del mundo.

Por su parte, Bobby Fischer, al igual que Beth Harmon, fue un adolescente prodigio, abandonado por su madre a los 17 años, y quien a los 13 participó en la llamada “partida del siglo”, venciendo a su paisano y maestro internacional, Donald Byrne (campeón de Estados Unidos 3 años antes, en 1953). A los 15 años se convirtió en el jugador estadounidense más joven en conquistar el título nacional, obteniendo también, a esa temprana edad, el título de Gran Maestro. Ya para ese momento se planteaba como objetivo de vida vencer a la dinastía soviética y alcanzar la máxima gloria del ajedrez.

Es por ello que, al observar Gambito de dama, a uno lo mueve esa tentación de establecer un paralelismo entre la vida de Beth Harmon y la de Bobby Fischer. Si bien otro de los personajes de reparto, Benny Watts (Thomas Brodie-Sangster) es entendido como un tributo a Bobby Fisher, según habría sido la misma intención de Walter Tevis, no cabe duda de que la condición de prodigio, el carácter individualista, la ambición, perseverancia y determinación de convertirse en la mejor jugadora de su época, acercan mucho más el personaje ficticio de Beth Harmon a lo que fue la trayectoria del muchacho de Brooklyn.

Las dos historias discurren en uno de los períodos más fulgurantes de la llamada Guerra Fría –de esa bipolaridad que enfrentaba a los dos grandes bloques: el capitalismo y el socialismo– colocando a Beth y a Bobby como piezas inocentes del tablero geopolítico mundial. Por tanto, ambos personajes se enfrentan a un despiadado modelo soviético que, desde 1948, había monopolizado las competiciones mundiales de la disciplina (Botvinnik, Smylslov, Tal, Petrosian y Spassky, en el mundo real de Fischer), sin rivales de peso en el horizonte. Es entonces cuando emergen las figuras estadounidenses para acabar con esa hegemonía: Beth Harmon se encargaría de Vasily Borgov, en un torneo invitacional de Moscú, mientras que Bobby Fischer daba cuenta del amable Boris Spassky, en la desolada capital de Islandia, para hacerse con el máximo lauro.

Durante la época anterior al Campeonato Mundial de Ajedrez, entre Bobby Fischer y Boris Spassky (Reikiavik, Islandia, 11 de julio al 1 de septiembre de 1972), la disciplina del ajedrez como deporte de masas era de poco interés general en Occidente. Prácticamente, en los espacios geográficos de la Unión Soviética y sus países satélites de Europa Oriental, era donde se observaba una práctica importante de esta actividad, asociada a los programas de sus rígidos e ideologizados sistemas educativos. Después de todo, la hegemonía soviética en el ajedrez, tanto a nivel de la cúspide mundial, como de su práctica ciudadana, representaba para el Kremlin, y así lo publicitaba, un símbolo de la superioridad moral e intelectual del modelo socialista sobre el bloque capitalista y de democracia liberal, liderado por Estados Unidos.

La irreverencia y carisma de un Fischer que había destrozado prácticamente a sus rivales soviéticos en las eliminatorias previas a la cita mundialista ya venía generando, sobre todo desde el año anterior de 1971, una extraordinaria efervescencia e indetenible curiosidad por el juego ciencia en los países occidentales. Entre otros datos, las membresías de los clubes de ajedrez a lo largo y ancho de Estados Unidos, registraron un asombroso crecimiento; la demanda de tableros y publicaciones sobre la disciplina se triplicaron; mientras que la prensa escrita y demás fuentes afines, así como los medios de comunicación de radio y televisión, se hacían cada vez más eco de los pasos de un héroe nacional que ya estaba a la altura de otras figuras de su país, como el legendario boxeador de peso pesado Muhammad Ali y el célebre nadador Mark Andrew Spitz (ganador de 7 medallas en las Olimpiadas de Múnich, 1972). Todo ello, por supuesto, llegó a su clímax después de la victoria de Fischer en el vigésimo primer partido de la final, con la que alcanzó la gloria.

Casi 48 años después, el carisma y talento actoral de Anya Taylor-Joy, en Gambito de dama, ha reproducido un boom equiparable y hasta superior al de su colega Bobby Fischer, explicable, en parte, por el desarrollo tecnológico de las comunicaciones de hoy día, en contraste con las limitaciones de los tiempos de Fischer. En todo caso, el personaje de Beth Harmon ha dado un nuevo impulso a la afición por el ajedrez. Entre otros impactos, las búsquedas en Internet sobre todos los aspectos del juego se han disparado, notablemente las de las páginas especializadas, que han aumentado exponencialmente las suscripciones, y que ofrecen noticias y seguimiento a los principales eventos y actividades ajedrecísticas, así como cursos y otros productos y servicios en línea. Aparte de la explosión en el campo digital, las estadísticas sobre ventas de textos y juegos siguen tocando techo. En fin, no sería exagerado decir que la miniserie Gambito de dama ha removido el interés general por el ajedrez, tal como lo hizo Fischer en los años sesenta y setenta.

Lamentablemente, nunca hubo una segunda parte de la saga de Bobby Fischer. Luego de obtener el título que lo hizo campeón entre 1972-1975, el excéntrico e irreverente personaje no volvió a jugar una partida de competición internacional, cediendo el trono, sin defenderlo, a otro de los grandes campeones del ajedrez moderno: el soviético Anatoli Kárpov. Su triste final estuvo acompañado de un lamentable exilio, tras el cual había una orden de búsqueda y captura de las autoridades estadounidenses por su participación (1992) en aquella nostálgica serie de encuentros amistosos con su antiguo contrincante Boris Spassky, en la República Federal de Yugoslavia (Serbia y Montenegro), país que para el momento estaba sancionado internacionalmente por su cruenta participación en el conflicto de Bosnia. Un final tan desolado y melancólico como los paisajes del país que le concedió la ciudadanía tres años antes de su definitiva desaparición física, en enero de 2008.

Mientras tanto, millones de personas esperan la reaparición de Beth Harmon en lo que sería su etapa de consolidación como jugadora, para emular lo que Bobby alcanzó, y defenderlo como él nunca quiso hacerlo, tal vez por su extremo pavor a la derrota. Scott Frank y la plataforma Netflix tienen la última palabra.