El partido político venezolano de tendencia socialdemócrata, Acción Democrática, cumplió ayer 82 años de fundado. Ocurrió el 13 de septiembre de 1941, y desde entonces en Venezuela se ha tenido a AD (por sus siglas) como un partido político verdaderamente popular, movilizador de masas y cuyas ejecutorias siempre han estado signadas por hechos significativos en la historia democrática de Venezuela. Hasta se ha dicho que vive en el ADN (ADN es la abreviatura para Ácido DesoxirriboNucleico, una molécula compleja que se encuentra dentro de cada célula de nuestro cuerpo y contiene todas las instrucciones necesarias para crear y mantener la vida) de los venezolanos.
Por algo el poeta Aquiles Nazoa escribió en La Pasión según San Cocho:
Jesús:
¿Y por eso se te acosa
como a un animal inmundo?
Pues que raro, niña hermosa,
Porque, bien vista la cosa,
Adeco aquí es todo el mundo.
Del interior o del centro,
Ricachos o güelefritos,
Aquí hasta los muchachitos
Llevan su adeco por dentro.
Ni Rómulo Betancourt se atrevió a decir que él era AD. No hubiese aceptado tal exabrupto. El verdadero adeco sabe que Acción Democrática es una verdadera institución democrática, mucho más grande que cualquiera de sus dirigentes. Decir que alguien es AD es no saber qué es AD. Lo digo por las estridencias y aspavientos de los que hoy, con carta del TSJ en mano, vociferan ser “los representantes legítimos de AD”, luego de un arrebato, un robo de sedes, signos y consignas, avalado desde la judicialización que los partidos políticos (varios) han padecido por obra y gracia de quienes detentan el poder hoy en Venezuela.
Citando las palabras de Andrés Eloy Blanco en 1948, refiriéndose cabalmente a AD: «No somos un partido creado por decreto. Somos la conciencia de un pueblo y esa conciencia no será disuelta por decreto».
E inolvidable es la anécdota según la cual, cuando presidía la Asamblea Nacional Constituyente dijo: «Señores, se suspende la sesión. Me voy a la clínica porque ha nacido un hijo mío y voy a inscribirlo en Acción Democrática». 15 de octubre de 1947
En los documentos que los aspirantes a inscribir las organizaciones fundacionales de lucha democrática -así se definían siempre-, no estaba la palabra “revolución”; pero los líderes encabezados por Rómulo Betancourt, en su verbo mencionaban transformación y revolución antiimperialista y antifeudal.
Omitían en sus correspondencias oficiales el término “revolución” para evitar los tildaran de comunistas, visto el proceso que vivía la vieja Rusia, incluso, para que no se les vinculara con la Internacional Comunista, se proclamaban un partido nacional y policlasista, de izquierda democrática.
Entre los exilados en Barranquilla, en 1931 se constituyó la Agrupación Revolucionaria de Izquierda, después, en 1936, sustituida por Organización Venezolana, ORVE, que al disolverse dio paso al Partido Democrático Nacional (PDN). Recordemos que Betancourt traía las influencias del marxismo leninista y en la estructura de las organizaciones privaban sus concepciones. Nótese en el PDN la importancia democrática y nacional. Es así como se justifica que, por estar rayado de comunista, Betancourt no firma el acta fundacional de Acción Democrática, pero no habría de extrañarse que Andrés Eloy Blanco, el grande político y poeta o viceversa y engrandecido aún más, escribiese en el himno del partido fundado el 13 de septiembre de 1941, el llamado “adelante a luchar milicianos a la voz de la revolución”, porque ya se sabían una organización creciente a la que se sumaban profesionales e intelectuales, junto a trabajadores, artesanos y obreros. De modo que el término “revolución” en el himno del partido del pueblo, así se hace llamar Acción Democrática, encuentra su base de sustentación en el significado de cambio que conlleva. Todo ello alejado a distancias infinitas de esta cosa de nuevo cuño que ha pretendido eternizarse en el poder, con la compra y venta de sueños y conciencias del pobre, con la manipulación de sus miserias y su grotesca igualación hacia abajo.
En modo alguno comparable con la barbarie que se autoproclama “socialismo del siglo XXI” o “revolución bonita”, que no es otra cosa que una nueva metáfora de la pobreza y de la encarnación de la suma de todos los defectos morales del venezolano. Hoy observamos con tristeza como un miserable vivo o muerto, y su séquito, siguen convenciendo a un pueblo noble e inerme, escaso de talento para advertir la verdad.
Del testimonio poético y político de Andrés Eloy Blanco nos queda, no solo el “Canto a España” que le permitió ganar aquel premio a temprana edad, sino también una extensa obra de amor y dolor por su patria, por su pueblo y sus gentes, al que llamó con profunda convicción democrática “Juan Bimba”. Y “Pesadilla con tambor”, donde narra con escalofriante y dolorosa claridad, la barbarie sufrida en las mazmorras durante el tenebroso régimen gomecista.
«Coplas del amor viajero», «Las uvas del tiempo» y «La cita», poemas que rescato para esbozar –atrevidamente- la extensa obra de un grande poeta prestado a la política ¿o al contrario?, que se atrevió a incluir acertada y asertivamente la palabra “revolución” en el himno de su partido político que ayudó, en buena hora, a fundar y cimentar en una verdadera acción democrática.
Tres secretarios generales de Acción Democrática en la clandestinidad murieron en la resistencia a la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, tres valientes luchadores, Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevali y Antonio Pinto Salinas, además de numerosos dirigentes y militantes enfrentados a un régimen implacable que culminó el 23 de enero de 1958 con la fuga cobarde del tirano. Un récord, desde luego, nada halagador.
Fueron casi diez años de persecuciones, torturas, muertes, represión, terror, exilio, miedo y una severa censura a la prensa. Hasta un funcionario, Vitelio Reyes, tenía para subrayar con un lápiz rojo lo que se podía publicar en los diarios. Fueron muchos los muertos y los torturados, los perseguidos, los exiliados tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948 por el golpe de Estado encabezado por los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez.
Acción Democrática era una fuerza poderosa armada con tesón por Betancourt en todo el país, como una urdimbre tramada por el joven político con la intención de que fuese una organización con militantes en cada pueblo, a quienes llamaba el bardo oriental, Andrés Eloy Blanco, autor de su himno, sin ningún complejo ni máscaras, “a la voz de la revolución”, letra a la que Inocente Carreño, otro grande en lo suyo, le puso música bajo la influencia de la Revolución francesa. Algo de eso debieron hablar el músico y el poeta al reunir partituras con versos.