Las dunas del istmo de la península de Paraguaná, al norte de la ciudad de Coro, en el estado Falcón, son un parque nacional resguardado por razones ambientales. Son más de 91.000 hectáreas configuradas por la arena del mar que el viento hace volar a esos espacios que llegué a conocer cuando era apenas un adolescente que se maravillaba de ver cómo esos medanales alcanzaban una altura hasta de 40 metros.
Venía del llano guariqueño, en el que contemplaba sus sabanas y esteros, a compararlos con esos espacios desérticos que son las únicas formaciones de esa naturaleza que existen en mi país. En más de una oportunidad, al caer la tarde, mi tío Pio Caponi, un italiano que llegó a Venezuela a comienzos de los años cincuenta y que contrajo matrimonio con mi tía Coínta, nos llevaba y nos dejaba rodar por la arena.
Desde niño mis vacaciones tenían uno de dos destinos, o viajar al litoral guaireño en donde habitaba mi abuela Carmen Dolores, o recalar en Punta Cardón, en donde tenía su vivienda la familia Caponi Díaz, ya que mi tío trabajaba en la refinería de la zona y la compañía Shell les asignaba una casa con todos los servicios garantizados.
Con todos los primos hacíamos excursiones que nos permitieron disfrutar de esas bellezas que existen en Falcón, un estado costero situado en el centrooccidente de Venezuela. Sol, médanos, playas, viento y sierras que compartían su hábitat con los llamativos mechurrios que presidían las refinerías del Complejo Refinador Paraguaná. Viajábamos de Punto Fijo a Chichiriviche, nos dimos más de un chapuzón en el mar de Tucacas, Villamarina, Adícora, paseábamos por la histórica Vela de Coro, y nos sentíamos como en un paraíso tropical contemplando Cayo Pescadores y Cayo Muerto.
Inevitable captar otra estructura de hierro que tenía por nombre refinería de Amuay, todo un símbolo de contraste con esos paisajes naturales que describí, a las que se agregan otras fantásticas donaciones de la naturaleza a Venezuela representadas en el Parque Nacional de Morrocoy, distinguido por sus atractivos arrecifes de corales y los pausados movimientos de las tortugas que lo habitan. Las Salinas de Cumaraguas, un auténtico espectáculo que nos deleitaba aunque la miráramos una y otra vez y el Parque Nacional Cueva de la Quebrada El Toro mojado por las aguas del más grande río subterráneo de Venezuela.
En medio de esos prodigios que dan motivos a bautizar a Falcón como Tierra de Gracia, se instaló el Centro de Refinación Paraguaná, que llegó a ser el segundo con mayor capacidad del mundo, superado por la refinería Lamnagar de la India y escoltado por la refinería Ulsan que opera en Corea del Sur.
El CRP pasó a ser patrimonio de Pdvsa, la empresa estatal petrolera de Venezuela y estaba en condiciones de refinar 955.000 barriles diarios. El complejo se localizaba en un área compartida por la porción occidental de la península de Paraguaná en el estado Falcón y la costa occidental del lago de Maracaibo en el estado Zulia. Este complejo concentraba 65% de la capacidad de refinación venezolana.
La historia se resume recordando que en 1945 el gobierno nacional autoriza a las transnacionales Creole Petroleum Corporation y Shell de Venezuela a construir en las cercanías de Punto Fijo dos refinerías de petróleo, lo que fue determinante para el auge de esta ciudad.
El 7 de julio de 2019 una falla eléctrica paralizó las plantas refinadoras de Cardón y Amuay, las cuales están operando a 10% de su capacidad instalada, últimamente han tenido problema por la falta del seguimiento del protocolo de mantenimiento que deben seguir las refinerías, también se han visto afectadas por la renuncia de personal técnico, profesional y obrero, pero fundamentalmente por la arbitrariedad cometida por el expresidente Hugo Chávez que se atrevió a despedir a más de 20.000 trabajadores petroleros que representaban el alma de esas empresas.
Desde entonces los niveles de refinación se desplomaron y los datos creíbles permiten saber, según un informe obtenido por la agencia Argus, fechado en mayo de 2019, que ese complejo de Paraguaná “solo estaba procesando 100.000 b/d, lo que equivale a 10% de su capacidad”. Mientras que la vieja refinería de Cardón, que conocí hace mas de 58 años, está prácticamente paralizada, tal como lo registra el portal de noticias Analítica.
Se hablaba de enfermedades de orden neurológico y respiratorias y hasta de cáncer. Los mechurrios emiten gases tan tóxicos como el H2S y componentes como los sulfuros y metales pesados. A partir de un documento interno de Petróleos de Venezuela fechado el 16 de abril de 2013, se destaca que “se detectaron emisiones de partículas sólidas (catalizador) por fuentes fijas al ambiente en 393% (2,22 de 0,45 TON/D) en Cardón y 476% (2,59 de 0,45 TON/D) en Desintegración Catalítica de Amuay, superiores al límite permitido (El Nacional, 2016). Vecinos también han denunciado que los mechurrios calientan el ambiente por donde vive la gente, dificultando la convivencia en estas zonas”.
Cuando cumplía funciones de senador de la república (1994) fui comisionado para atender unas denuncias de vecinos de las comunidades de Punta Cardón, quienes me mostraron las aguas contaminadas por los surfactantes y emulsiones que se empleaban en las operaciones de la industria. Insistían con los daños colaterales del coque almacenado, que también terminaba contaminando al mar. El coque despide un polvillo que invade los pulmones y en consecuencia producía enfermedades de amigdalitis y bronquitis, fundamentalmente en los menores. Toda esa contaminación era un arma mortal para las algas marinas y peces, que aparecían liquidados en la orilla del mar y esparciendo un fétido olor. Estando esa vez de vuelta a Punta Cardón, sentí el ruido penetrante y perturbador que producían los mechurrios en aquellos años en que era un simple escolar vacacionista.
La verdad es que esas instalaciones, desde que comenzaron a funcionar, impactaron económicamente a las comunidades de la zona, compuestas fundamentalmente de pescadores. No han faltado las quejas y denuncias que canalizan las mismas poniendo en alto relieve los problemas ambientales y sociales padecidos por los ciudadanos de la región.
En resumidas cuentas, se habla de los gases que disparaban los mechurrios o gas flare, que consiste en quemar en antorcha, como medio de deshacerse del gas residual utilizado en plantas industriales, como las refinerías de petróleo, así como las consecuencias que acarreaban la manipulación y almacenamiento del coque de petróleo. La organización Provea hizo público un informe en 2012, señalando que “el coque contiene vanadio, azufre, cadmio y otros metales pesados que son perjudiciales para la salud humana y el ambiente. También suele producir nubes negras que contaminan el aire y cuando llueve estas partículas caen en forma de una especie de hollín y ennegrecen las casas. Además, estas lluvias caen sobre los cultivos y las plantas, matándolas y afectando la tierra, la biodiversidad y el mar” (Provea, 2012).
Las quejas se hicieron más contundentes a raíz del accidente acontecido en el año 2012, fecha en que la refinería de Amuay fue consumida por el incendio desatado por una explosión, que dejo un saldo de decenas de personas fallecidas. Todo por falta de mantenimiento adecuado y severas fallas en la operatividad, vulnerabilidad que se hizo presente en el complejo refinador desde que fueron sacados abruptamente de la nómina miles de trabajadores y técnicos especializados en esas labores de previsión de accidentes. A esa experiencia de quejas por daños ambientales se sumaban las que anteriormente habían detonado en el complejo petroquímico El Tablazo levantado en terrenos del estado Zulia.
Los derrames petroleros han sido de gran impacto en la zona, como el derrame reportado en septiembre de 2020, en el oleoducto submarino que atraviesa desde Río Seco hasta el complejo Refinador Paraguaná. Todos esos inconvenientes no son compensados con medidas de protección ambiental y si bien es cierto que esa actividad petrolera despertó desarrollos en las áreas en donde se instalaron, tampoco hizo posible un crecimiento ordenado, lo cual no significa que no se reconozca todo el cuadro positivo, en lo económico y en lo social, que fue posible concretar.
En medio de todo ese panorama se han asumido proyectos relacionados con la transición energética, pero que lamentablemente se han quedado como una reliquia de las improvisaciones y corruptelas. Tal es el caso de El Parque Eólico Paraguaná que, supuestamente generaría energía de esa naturaleza, contemplado como “un complejo de estructuras proyectado para 76 molinos de viento de aerogeneradores de electricidad ubicada en las cercanías de Santa Cruz de Los Taques, en la península de Paraguaná del Estado Falcón, contemplando una extensión de 575 hectáreas”. Según el estudio de Bill Gates, en su libro Cómo evitar un desastre climático, la potencia que se obtiene de fuentes como esa por extensión de tierra equivale a1-2 vatios por M2. Pues ese proyecto, al igual al que se pretendió poner a funcionar en el estado Zulia, en medio de grandes expectativas, ya que lo que se esperaba es que ese parque traería “una generación de 2.000 MW en tierra firme y 10.000 MW en costa fuera, por lo que, supuestamente, el Parque Eólico de la Guajira se convertiría en la principal fuente de electricidad del municipio Guajira, Mara y Padilla del estado Zulia”, pero la realidad es que hoy en día no enciende ni un bombillo. La verdad es que al día de hoy esos reales se perdieron ya que de ese parque lo que se sabe es que fue saqueado y está abandonado como ruinas.
@alcaldeledezma