Being the Ricardos de Aaron Sorkin es un biopic que no pretende serlo. Es, más bien, una reinvención inteligente y bien construida sobre una faceta desconocida de la icónica Lucille Ball. El experimento resulta gracias a la inteligente decisión del guionista y director de ser más imaginativo que apegado a la fidelidad. Y quizás, a que el film es más que una recreación de la vida del gran ícono de la comedia. En realidad es un sutil mensaje emocional.
Being the Ricardos de Aaron Sorkin es ambiciosa. También inteligente, vivaz y bien construida. Tanto, como para que sea inevitable la pregunta de qué es en realidad lo que desea decir Serkin, como director y guionista. Hay una rapidez vital y resplandeciente en el argumento. Pero también, una lucidez lóbrega. Como si debajo de todo el brillo, la recreación histórica y la tenacidad del guion por mantenerse sólido, hubiese un mensaje subyacente. Después de todo, este es un biopic que no pretende serlo. Una historia sobre personajes famosos con intenciones más complejas que las de narrar sus asombrosas y a menudo inverosímiles vidas. Y ese es quizás el punto que la separa por completo del género y la convierte en algo mucho más denso y complejo de lo que podría suponerse.
Este ha sido el año de los grandes biopics con cierto sentido reverencial. Desde King Richard de Reinaldo Marcus Green hasta Spencer de Pablo Larraín. 2021 mostró un despliegue del deseo de cineastas y guionistas de explorar con cuidados los puntos brillantes y oscuros de figuras reconocidas. Aaron Sorkin se aleja de eso y encuentra un punto ambiguo y bien planteado sobre la humanidad detrás del brillo. Y es entonces cuando Being the Ricardos encuentra su mejores momentos, además de una singular independencia argumental. El film hace hincapié en esa rareza — tanto de su planteamiento como de su punto de vista — y triunfa en su capacidad para mostrar pequeñas dimensiones de la misma cosa.
Lo logra además, gracias a las bondades de un elenco perspicaz e intuitivo. Nicole Kidman como Lucille Ball, tiene la elocuente y vibrante necesidad de apartarse del mito para crear una mujer con su rostro. Por supuesto, la caracterización le ayuda, pero en realidad, es la forma en que la actriz comprende a Ball, lo que sostiene la premisa. El guion, que relata una semana especialmente dura en la vida de la estrella, usa la actuación de Kidman para crear la sensación de secreto discreto. La mujer en pantalla es Lucille Ball (o al menos, como la reimagina Hollywood), pero también es un enigma. Y es esa sensación de doble dimensión, de ambigua condición sobre lo radiante y lo privado, lo que hace más consistente el argumento.
Being the Ricardos y los rostros de la leyenda
Por otro lado, Javier Bardem como Desi Arnaz crea también su propia versión sobre el esposo del icono. Sin ningún parecido físico (o al menos no el suficiente para los estándares del biopic habitual) con Arnaz, Bardem juega con las sutilezas. Y el resultado es un trayecto brillante acerca de este hombre misterioso, a la sombra de la novia pelirroja de Norteamérica.
De hecho, la química entre ambos actores funciona cuando ambos se convierten en un equipo. Sorkis lo sabe y elude soluciones sencillas. Tanto la Ball de Kidman como el Arnaz de Bardem son parte de una misma cosa. Pero más allá del amor, la consabida idea del matrimonio o el peso del símbolo, son cómplices. Uno de los puntos más intrigantes del film.
Sorkin no es complaciente con Ball y de hecho, utiliza su incisiva y cínica imaginación para crear una idea elaborada sobre la imagen. ¿Quienes Lucille Ball en realidad?; la comediante más querida de Estados Unidos y que fue símbolo de poder en una época aciaga para las mujeres, es para Sorkin un enigma. Y como tal la muestra. Kidman le acompaña en el empeño y crea un personaje con cientos de ramificaciones distintas.
Al final, Being the Ricardos hace lo que parecía imposible: brillar en una época de biopics evidentes y obsoletos. Con su vitalidad y leve regusto amargo, el film es un homenaje curioso, pero también una mirada poderosa a una figura símbolo. Entre ambas cosas, hay un espacio oscuro. Quizás, el punto intrigante de una película poderosa.
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