Si yo tuviera alguna capacidad de convicción, pediría a escote al español medio, a todos sin excepción, un euro para sufragar las vanidades, perdón, las Navidades de Begoña Gómez. Se trata de una profesional pulcra e independiente —en palabras de su marido— que todos aventurábamos que percibía unos ingresos respetables. Cómo íbamos a imaginar que una captadora de fondos públicos, catedrática en la materia, que es capaz de seducir a la empresa participada por el Estado, Indra, para que apoquine 155.000 euros y contrata a Deloitte para el desarrollo de un software de la Complutense —que ahora nadie sabe dónde está— iba a tener a su nombre solo 40,25 euros. Si se descuida tiene más cuentas bancarias (once) que fondos. Vamos, que en cuanto le pasen los cargos a primeros del próximo mes por mantenimiento de la operativa y tarjetas, esos números también se convierten en rojos.
A mí me preocupa que alguien que lleva trabajando 25 años, como nos informó durante su no declaración en la Asamblea de Madrid, no reúna ni para pagar el mínimo de autónomos al mes. Vamos, que está en riesgo de pobreza. Es que ni con tarifa plana le llega para la cotización. Ya no digamos el pago de los vestidos de Teresa Helbig o Pedro del Hierro que acostumbra a lucir o la alta peluquería que gasta. Hombre, nos hacemos cargo de que el señorial desayuno servido por el personal de Moncloa, que vimos en el documental que solo ha comprado El País, lo pagamos entre todos —quién no sienta un pobre a su mesa y más en estos días— bajo el concepto de gastos de Presidencia del Gobierno. Pero uno siempre tiene un caprichito y con menos de 41 euros no sé cómo Begoña Ceaucescu se lo puede costear. ¿Debemos entender, pues, que vive del sueldo de su marido? Nada de malo tendría, pero entonces ya no hablaríamos de una profesional autónoma, independiente, con su propia fuente de ingresos. Y eso es considerado un pecado mortal por las feministas que, encabezadas por la mismísima, dan saltitos los 8 de marzo en favor de la liberación de la mujer.
Ya nos enseñó Juan Carlos Monedero que lo de tener muchas cuentas bancarias es connatural con la izquierda, tan presta siempre a criminalizar el capitalismo, pero tan deseosa de saborear sus mieles. El podemita acumuló 93, en plan ONG, donde guardaba como su estipendio los fondos conseguidos en la dictadura venezolana y hurtados al fisco español. A diferencia de Juan Carlos y de Begoña, los simples mortales tenemos una o dos cuentas bajo la observante tutela del Banco de España, y cuando nos endurecen las comisiones, pues cerramos una y abrimos otra. Pero mantener tanta operatividad bancaria para luego estar tiesa no termina de cuadrarme. A no ser que tenga alguna más de las once reconocidas ante el juez Peinado. ¿Quizá otra a nombre de otro en la que ingresaba sus emolumentos de la Complutense? Es verdad que muy rentable no fue la señora de Sánchez para esa universidad a juzgar por los 34 alumnos que reunió en uno de sus másteres. Pero nos cuesta deglutir que trabajara «de gratis». Por cierto, en este turbio asunto la institución madrileña está haciendo un auténtico papelón. Ya que ni siquiera guarda los expedientes académicos de los directores y codirectores de las cátedras extraordinarias, documentación reclamada por el instructor que quiere comprobar lo que ya adelantó el rector Goyache: que solo la esposa del presidente pudo acceder sin estudios superiores a un nivel académico semejante.
No sería de extrañar que alguien como la presidenta —perdón por el plagio, Patxi—, que prometió colaborar con la justicia —su propio esposo lo dejó escrito en aquella carta a la ciudadanía que nos mandó cuando se tomó cinco días de descanso para demostrar su amor conyugal— y que luego ha pasado por la Asamblea de Madrid y por el juzgado y ha estado más callada que Belinda, siga con esa estrategia tan antidemocrática de reírse de la justicia en sus barbas, entorpecer los procedimientos judiciales, mentir con desahogo y, si llega el caso, enviar al fiscal general a que enrede con otras causas que afectan a parejas de rivales políticos para tapar las vergüenzas propias.
Pero el 18 de diciembre, día de la testifical en los Juzgados de Plaza de Castilla, está a la vuelta de la esquina. Tras el escaqueo de noviembre para ir a Brasil con su marido, tic tac el reloj corre deprisa y la catedrática en riesgo de pobreza tendrá que decir alguna verdad ante Peinado. Por variar.