Desconocemos si en estos momentos Pedro Sánchez tiene suficientes reservas de kleenex en la Moncloa, aunque nos tranquiliza saber que no le faltarán generosos donantes en el PSOE: raro será que, entre los participantes en la emocionante vigilia que intenta convencerle de que no dimita el lunes, no haya un buen proveedor de ese humilde producto para secarse los ojos, entumecidos por la tristeza y la rabia.
Más difícil será encontrar a un especialista en retención de bilis, cuya fabricación en el caso de Sánchez no tiene parangón conocido y supera, con creces, a la de lágrimas de cocodrilo, la secreción de moda en los ambientes sanchistas.
El cuadro final del melodrama, una versión moderna del clásico Los amantes de Teruel con pizcas de La cortina de humo y de La vida de los otros, demuestra la transformación del PSOE en una secta y el éxito de sus políticas para generar feligreses convencidos de que, al fin, ha llegado el momento de jugar el partido de vuelta de la Guerra Civil.
Tenemos a un señor que nunca gana elecciones pero siempre gobierna, comprándose los diputados necesarios con sobres llenos de amnistías, indultos, transferencias y referendos. Y que además justificó su asalto al poder apelando a la transparencia y la decencia, ausentes siempre en los demás: Rajoy debía ser desalojado, el rey Juan Carlos desterrado y el hermano de Ayuso y la propia Ayuso encarcelados, aunque en los tres casos no haya causa judicial, se archivara o ni siquiera les afectara personalmente.
Esa supuesta falta de probidad, según los baremos oscilantes de Sánchez, era suficiente para revocar los mandatos de las urnas o conmover los cimientos del régimen constitucional y ponerle a él al frente del Gobierno, del Estado y de las vidas de los ciudadanos.
Un criterio que se transforma cuando la ejemplaridad en duda es la suya, beneficiario directo de los negocios de su esposa: algo intolerable si prosperaron gracias a la cercanía a su marido y a las decisiones favorables que adoptara en beneficio de sus clientes, amigos o asociados.
A esto hemos llegado. A que un presidente con taras de origen, defectuoso en el proceso de fabricación y en venta a precio de saldo, se niegue a aclarar las andanzas de su esposa o con Pegasus, se haga el ofendido cuando la vida le exige explicaciones con el mismo derecho que él aplica al resto y responda llevando al paroxismo su vieja apuesta por resucitar las dos Españas y librar otra Guerra Civil.
Los efectos de que Begoña Gómez lleve años dedicándose al inabarcable universo de la captación de fondos, a la colaboración estrecha con la Administración en favor de terceros y a la asociación con compañías y entidades beneficiadas por el Gobierno de su marido son una persecución ya pública y agresiva contra jueces, periodistas y rivales políticos.
Todo en nombre de esa cruzada antifascista de un Largo Caballero redivivo que ha encontrado en su churri la ocasión perfecta para regresar a la Asturias de 1934 y lanzar otra revolución obrera, a la que ya solo le falta quemar alguna iglesia, cerrar algún periódico y pegarle un tiro a algún Calvo Sotelo, entre aplausos de sus milicianos.
Solo queremos saber, señor Sánchez, si su mujer se ha forrado tanto como su hermano gracias a su cercanía al presidente del Gobierno y a las decisiones que este haya adoptado. Da igual que eso tenga o no consecuencias penales: las tiene éticas y estéticas y por eso no hay precedente en el mundo civilizado del cónyuge del primer ministro, dedicándose a negocios vinculados a las competencias del primer ministro.
Es una pregunta sencilla que, en cualquier país democrático, se tendría que aclarar con pelos y señales en 5 minutos. Su respuesta ha sido el silencio y otra disputa fratricida, porque Begoña bien vale, llegado el caso, una Guerra Civil.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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