OPINIÓN

Bebé reno

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Netflix se ha recuperado en el 2024, después de sufrir una crisis de suscriptores el año pasado, a raíz de críticas recibidas por su contenido woke, entre otros motivos.

Fruto de la reinvención de la plataforma es Bebé reno, la demoledora serie del showrunner Richard Gadd, basada en los hechos reales de su doble trauma, primero a manos de un poderoso hombre de la industria que le prometió llevarlo a la fama, segundo por el acoso de una mujer a la que conoció en un bar.

Ambas historias se imbrican en una serie que pasa de la comedia a la tragedia, con la solvencia estética de la televisión británica de Black Mirror, viéndose en el espejo roto de narrativas distópicas como Joker, La Naranja Mecánica, Irreversible y Trainspoiting, amén de suceder en los barrios bajos y los bares mugrientos de Edimburgo, donde el personaje escala al pico de su éxito, para luego descender a los infiernos.

La serie consta de 7 capítulos de entre media hora y 45 minutos, cuyos argumentos se exponen con los recursos del voice over y el encadenamiento de escenas crudas que pueden herir la susceptibilidad de las audiencias que se ofenden por cualquier cosa.

De modo que representa un quiebre con la lectura buenista, maniquea y políticamente correcta que se solía hacer de minorías y afines en Netflix.

Bebé reno prefiere profundizar en los claroscuros de unos seres imperfectos y díscolos, que padecen todos los males del milenio: la soledad, la alienación, la obligación de tener una imagen digna y adorada por las masas, el imperativo de la “influencia”, el terror social por vivir en un mundo de control permanente por las redes.

La absoluta pérdida del derecho a la privacidad por el acceso insidioso a nuestras bases de datos.

Si el protagonista es complejo en su diseño tridimensional, su acosadora Martha también compendia los rasgos de una escritura contemporánea, a la altura de las expectativas de propios y extraños.

La actriz Jessica Gunning es la revelación femenina de la temporada, al interpretar a una de las “stalkers” más intimidantes y humanas de las que se tenga memoria.

Ella logra que experimentemos sentimientos encontrados en la pantalla, cuando entendemos su origen y la razón de su psicopatía.

Pasamos de rechazarla y condenarla a verla con otros ojos. Cierto que no justificamos sus actos, que son del todo reprobables, pero el guion se encarga de mostrar su patetismo, su precariedad, evolucionando del esquema de la simple victimaria al lugar enunciativo de una víctima de un decorado fracturado.

Todos en cierta forma parecen responder a un mismo patrón de asedio y orfandad institucional, en el que son ignorados, desoídos e incomprendidos, cuando más necesitan de orientación y afecto.

Por eso la trama paralela con el padre resulta no solo dolorosa, sino sintomática de abusos que se cometen en silencio y que se perpetúan de generación en generación, por temor a hablar y conversar en familia.

Bebé reno cumple con exponer unos casos que merecen terapia, con el fin de provocar la sanación de personajes y espectadores ante problemas comunes de la sociedad del siglo, antes y después de la pandemia, como el miedo al fracaso, las relaciones tóxicas, la preocupante extensión de la cultura del odio, el síndrome del impostor y la paranoia de sentirse vigilado, 24 por 7, en redes sociales.

El realizador sintetiza un drama que requería de un trabajo de consagración como Bebé reno, uno en el que el público consigue vehicular sus ansiedades, para hacer la catarsis necesaria.

Por tal motivo, la consideramos uno de los aportes de la nueva comedia británica en 2024, una de las series del año.

Sobre hombres y mujeres que se han estancado por sus complejos paternales y maternales, a merced de sus múltiples historias de abuso.