Beau is afraid de Ari Aster, es experimentación pura que lleva el estilo nihilista del director a una nueva dimensión. Con tres horas de duración, es tanto una comedia negra como una exploración a través de los códigos del terror de la depresión, la ansiedad y la codependencia. Una mezcla arriesgada que el cineasta no logra sostener en su conjunto.
Beau is afraid es apenas el tercer largometraje del director Ari Aster y, por curioso que parezca, la obra que con toda probabilidad dividirá su filmografía en dos partes. Con una duración de tres horas, es una combinación exagerada, por momentos brillantes pero la mayor parte del tiempo confusa, sobre el bien y el mal, el miedo y los espacios interiores de la mente humana. Todo en una atmósfera cada vez más claustrofóbica que desfigura la realidad y moldea a su personaje principal (interpretado por un irreconocible Joaquín Phoenix), hasta convertirle en una víctima y rehén. ¿De quién?
Podría haber varias respuestas para eso. De hecho, Aster juega con cuidado con la idea que este frágil, temeroso y tímido Beau, está esculpido con el cincel del maltrato de los que les rodean. Desde sus primeras escenas — una perturbadora visión del parto a partir de una perspectiva escalofriante — no hay dudas de que el personaje es el fruto del maltrato. Que al nacer, le obligó a llorar una bofetada y no el puro instinto. Algo que el guion — también escrito por el director — repetirá una y otra vez, de formas sutiles, inquietantes y retorcidas. Mucho más, cuando construirá una relación inmediata con esa secuencia inicial — llena de oscuridad, gemidos y llantos — hasta llevarla a otro espacio de la vida y la mente de su figura titular.
La cinta, entonces comienza su tortuoso trayecto hacia la expiación del dolor. O al menos, eso intenta. Aster construye un mundo a la medida de un corazón roto pero sobre todo, de todos los terrores que habitan en un hombre incapaz de asumir la vida sin el filón de lo terrorífico. Pero a lo que Beau teme, no es a los monstruos o las criaturas que habitan en esquinas polvorientas. Es a la lucidez, la autoconciencia y la búsqueda desesperada de una identidad que se rompe en dos, a medida que avanza con torpeza a través de un escenario irreal y cada vez más siniestro.
El dolor convertido en miedo
El argumento se desplaza entre dos extremos muy concretos. Por un lado, Beau atrapado en un mundo hostil que podría ser o no real. Aster muestra cada lugar que rodea a su personaje desde cierta concepción del horror sugerido. El tiempo transcurre, pero parece no hacerlo. La luz se hace radiante, una visión de belleza, solo para mostrar oscuridad. Los sonidos se vuelven melódicos y después, un estrépito insoportable. Poco a poco, el realizador construye un escenario en el que nada es lo que parece. Lo que es más terrorífico, que puede ser solo una imagen mental del perturbado Beau, al límite de la conciencia y muy cerca de la desesperación.
Al otro lado, el argumento avanza en sentido contrario para mostrar indicios que lo que Beau está percibiendo — la realidad dislocada, trastocada y rota — no es solo una imagen mental dolorosa. Algo está ocurriendo y de manera tan devastadora, que esta víctima aturdida en medio de un infierno estruendoso multicolor, no puede escapar de la oleada de miedo que se aproxima. Aster lucha por crear un equilibrio impecable entre ambas cosas. En hacerlas creíbles y en particular, en acentuar la sensación de delirio hasta que incluso el espectador, sienta que la película es una experiencia inmersiva y sin sentido.
Es entonces cuando Aster falla o al menos, en que no logra superar el reto de la ambición de dos narraciones que contienen a una. Beau is afraid es efectiva, consistente y bien narrada a medida que avanza entre los temores de su personaje principal. Pero a medida que atraviesa sus desventuras, dolores y en especial, su espacio más frágil, es incapaz de profundizar en el sufrimiento con la misma brillante habilidad del sufrimiento. Es entonces cuando la película decae y se convierte en un amasijo de símbolos inexplicables acerca del bien, el mal, el temor y lo sombrío.
Un camino que no lleva a ninguna parte
Ari Aster sorprendió en el 2018 con El legado del diablo, una obra debut que profundizó con buen pulso y mejor narración en el horror folklórico, el duelo y la pena de la ausencia. Al año siguiente, Midsommar experimentó con el terror puertas abiertas, bajo el sol y en radiantes colores, en un ritual expiatorio tan críptico como para dividir a la crítica y la audiencia. Aun así, se siguió considerando brillante, elegante y también, una cinta que reformuló y sostuvo el concepto singular del “terror elevado en el cine contemporáneo.
Pero Beau is afraid carece del atractivo del misterio a la trastienda de ambas obras. En su lugar, Aster parece analizar ideas filosóficas en una gran modulación del dolor emocional con tintes de terror existencialista. A pesar de su esfuerzo, el guion es torpe al extenderse a través de un terreno semejante.
También, poco preciso al contar una historia que comienza con el grito de un bebé horrorizado y culmina en una confusa sensación de angustia que deja docenas de cabos sueltos a su paso. Incompleta, por momentos agobiantes, pero muy lejos de ser la obra brillante que sus secuencias más logradas anuncia, la cinta decepciona. O al menos, deja la sensación que pudo ser mucho mejor que una mezcla inconexa de sensaciones agobiantes. Quizás, su mayor problema.