El desarrollo integral de un país se explica por la calidad de su “capital social”. Poco tiene que ver con sus recursos naturales, su tamaño, su clima, el color predominante de su población y otras características determinadas. Es la calidad de su población y de las relaciones que se establecen entre la gente, la sociedad y sus instituciones, las responsables de los procesos que conducen al bienestar de una sociedad. Cuando se dice la “calidad” de su gente se trata fundamentalmente de sus virtudes como personas humanas, es decir su educación, cultura, honestidad, confiabilidad y otros atributos. Y así será la sociedad en que vive, una sociedad decente, confiable y honesta, en donde sus integrantes confían entre sí y en sus instituciones.
No son personas ni sociedades perfectas, ajenas a los problemas y conflictos, pero tienen los mecanismos para resolverlos, fundamentalmente la palabra, sí señores, valoran la palabra, la cuidan y permiten que sea por su confiabilidad el mecanismo para la concertación y los acuerdos. “De la abundancia del corazón habla la boca” dice la Biblia. Son las relaciones de confianza las que hacen a una sociedad exitosa, sus compromisos cívicos, sus redes de cooperación, el respeto a sus normas y en general su ética social, sus virtudes ciudadanas.
Experiencias existen de comunidades que han partido de situaciones muy graves, se han puesto de acuerdo en estos procesos, se ponen en marcha y ahora muestran orgullosas sus resultados. Japón luego de la guerra, Singapur luego de su independencia, Corea del Sur como modelo frente a Corea del Norte, Noruega que puso la riqueza petrolera al servicio de construir una sociedad decente, Vietnam luego de los graves desastres de la guerra, Costa Rica al terminar con su modelo militarista y otros. Ciudades y comunidades intermedias como Medellín que era la capital mundial de la droga y ahora lo es del emprendimiento sostenible, es un ejemplo en una larga lista de ciudades exitosas.
Son experiencias de sociedades que han mejorado sustantivamente a partir de una situación extraordinaria o un imponente acontecimiento. Hay pueblos en crisis que luego de un evento, malo o bueno, sacan lo mejor de sí, superan su situación o la aprovechan y se lanzan optimistas a la conquista de sus sueños. Una guerra, una catástrofe natural, un evento cultural o una actividad programada, hacen que una colectividad tome fuerza y desencadene todo su potencial. Son factores que lanzan a una comunidad al logro de objetivos audaces, que permiten el vencimiento de grandes dificultades.
José Gregorio puede representar la fuerza trasformadora que nos une en la diversidad, el que a todos nos convoca con la energía motivadora de sus virtudes. No es poco para el pueblo venezolano tener un santo como este, en medio de estas realidades. Un prócer civil, santo y sabio, conocido y querido sin punto alguno de comparación en la historia y la geografía nacional. Un país acostumbrado a héroes militares, de mandar y obedecer, nos llega la beatificación de esta persona modesta que sabía escuchar con atención, conversaba pausadamente y que respetaba al otro. Es el modelo que necesitamos para la transformación espiritual y cultural de Venezuela. Es el camino que nos conduce a la creación del “capital social” que necesitamos para desencadenar las fuerzas que nos lleven a lograr el sueño de un país de bienestar.
El cardenal Pietro Parolin, quien conoce muy bien a Venezuela y es actualmente el secretario de Estado del Vaticano, afirmó: “José Gregorio Hernández tiene mucho que decir a la Venezuela de hoy, no es solamente una memoria, el recuerdo de alguien que ha hecho cosas maravillosas en el pasado pero que se queda en el pasado, es un santo de gran actualidad”, para luego añadir en clave profética[1] que José Gregorio Hernández “es un Santo de actualidad que puede ayudar mucho a los venezolanos a salir de la crisis que viven”.
José Gregorio Hernández escribió: “El hombre movido por la pasión es capaz de emprender y llevar a cabo las grandes obras”. Esa energía del Beato y Sabio representa en toda su extensión y profundidad el desafío de transformación que necesitamos realizar los venezolanos. Se adelantó así a Pierre Teilhard de Chardin quien afirmó: “No hay fuerza en el universo que sea capaz de resistir la acción coherente y coordinada de un grupo de personas cuyas mentes funcionan convergentemente hacia un objetivo determinado”.
“La fuerza transformadora de este médico trujillano”, tal como escribió el padre Luis Ugalde s.j. nos debe servir a todos para que su beatificación no quede como un evento, grandioso sin lugar a dudas, sino como un excelente punto de partida para construir, paso a paso, con sabiduría y modestia, la Venezuela posible que es capaz de emerger si nos lo proponemos.
El liderazgo civil y cívico aquí tiene un rol fundamental que debe ser cumplido con pasión venezolanista, entre ellos, los laicos que tenemos en José Gregorio Hernández su guía indiscutible. Todos los venezolanos tenemos aquí el prócer civil para la gesta que debemos emprender de construir una sociedad libre, trabajadora, honesta y bondadosa. La Asociación Nacional de Laicos está llamada a ejercer un liderazgo de vanguardia, audaz y creativo, así como la iglesia católica venezolana toda, sus obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, tienen allí un ejemplo surgido de un hogar y una comunidad sencilla, como la mayoría de los hogares y comunidades de nuestra nación. También a sumar a este proceso de construcción de capital social a todos los credos, a los movimientos sociales y empresariales, a las instituciones educativas y todos sin distinciones de ninguna naturaleza.
Los venezolanos no debemos perder la oportunidad de la beatificación de José Gregorio Hernández para que nos sirva de fuerza unificadora y motivadora, con el objeto de promover un profunda y extenso proceso de transformación hacia la Venezuela posible.
[1] Recomiendo leer el artículo de Frank Bracho en el Diario de Los Andes del 13/05/2021 “José Gregorio Hernández en clave profética”.