Hoy, 17 de mayo, día de San Pascual Bailón, el santo de los tres golpes y patrono de las cocineras, cumple 100 años de haber nacido, en la muy caraqueña parroquia de San Juan, el transeúnte sonreído y bardo de las cosas más sencillas, Aquiles Nazoa; y ¡un siglo!, señoras y señores, no se puede despachar como si nada y, menos aún, cuando se trata del natalicio de un humanista de vasto saber y acendrado arraigo popular.
Creador polifacético —periodista, poeta, ensayista, crítico de arte, guionista cinematográfico, mecenas intelectual en la carraplana y hacedor de papagayos—, Aquiles fue (es), a juicio de Ildemaro Torres, «una de las figuras más brillantes del humorismo venezolano de todos los tiempos». La centenaria conmemoración llama a sazonar estas variaciones sobre los insoslayables temas de costumbre con una pizca de humor y amor, a fin de no servirlas tan desabridas como los bobalicones reclamos del realismo socialista orientados a confiscar su legado. Ya Maduro, encadenado, amagó con apropiarse de su Credo —«Creo en Pablo Picasso, todopoderoso creador del cielo y de la tierra; creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones…»—, ¡qué sabrá burro de frenos! Cerremos el apartado con un recordatorio, perdónesenos la digresión y el sobresdrújulo: credo es anagrama de cerdo (o viceversa). ¿Vendrá de allí la prematura oferta de perniles navideños?
De vivir, el Ruiseñor de Catuche estaría ahora, según su hijo Claudio, «luchando contra el autoritarismo, la injusticia y la vulgaridad» («El Guarataro con champaña«, El Nacional, junio de 2005) y, es de imaginar, riéndose a mandíbula batiente de la cursi retórica bolivariana, merecedora de especial mención en el pavosímetro de El morrocoy azul. Como el humor es cosa seria, eso al menos creía Sir Winston Churchill, y «solo él puede darnos la fuerza necesaria para soportar las tragedias de la existencia» (Eugène Ionesco), no entremos en Honduras, Guatemala o Guatepeor, deleguemos en doctas manos la disección de la comicidad y ocupémonos entonces de los (sin)sentidos, (des)proporciones e improvisaciones de la usurpación.
No teme la dictadura poner petardos sin importarle el ruido ni el impacto de las detonaciones. Nunca tuvo vergüenza ni sentido del ridículo y ello, aunque dé pena ajena y pie a la mamadera de gallo, no es tan grave como su exiguo sentido de la realidad. No es ejercicio inútil relacionar, alegóricamente, desde luego, los 5 sentidos mediante los cuales los humanos percibimos imágenes, sonidos, sabores, olores y texturas con la miopía, la sordera, el mal gusto, la anosmia (pérdida del olfato) y el poco tacto del absolutismo nicochavista. Su ceguera está a la vista: los encargados de tomar decisiones miran y oyen sin ver ni escuchar o entender de la misa la mitad, pues, visión y audición les están negadas por las gríngolas y los tapaoídos del dogmatismo; sin poder cambiar de carril, permanecen aferrados, robémosle la metáfora al Zoológico de cristal (Tennessee Williams, 1945), al feroz alfabeto Braille de una economía en desintegración —la hiperinflación ha vuelto a hacer de las suyas: no estaba muerta, ni de parranda; estaba al acecho—, repartiendo —nunca mejor dicho— palos de ciego, en infructuosos esfuerzos dirigidos a solventar la escasez de gasolina —nuevo símbolo de la ineptitud socialista—, encomendando a los rusos primero y a los iraníes después, la tarea de reactivar la refinería de Amuay —si no pudieron con ella los hijos de Putin, menos podrán los persas, cuya tecnología y know-how no son equiparables a las del oso postsoviético, sostuvo un experto petrolero en entrevista concedida al matutino español ABC» —.
Además de invidente, la administración encabezada por el falsario presidente obrero es sorda como una tapia y no se da por enterada de las recurrentes y continuas quejas y reclamos de su amado pueblo por ti daríamos la vida; y, colmo de los colmos, tampoco tiene tacto cuando, displicente, endosa a otro —Trump, Duque, Guaidó, o cualquier Juan Pendejo agarrado fuera de base— sus yerros y falencias. Pero, si asombran los excesos de falta de capacidades de la mafia rojiverde para darse cuenta de cuán mal (des)gobierna, y no tropezar una y otra vez hasta el cansancio con la misma piedra, más desconcierta la falta de sentido de las proporciones demostrada en la gestión del estado de alarma y emergencia decretado en razón de la covid-19, y en la manipulación propagandística de los deplorables y atroces eventos acontecidos durante la cuarentena.
Es difícil conceder el beneficio de la duda a la información suministrada por el zarcillo y sus portavoces, los hermanos Jorge Jesús y Delcy Eloína Rodríguez Gómez, respecto al impacto y evolución del coronavirus en el país; es, diría yo, imposible de creer que, pese a la precariedad del sistema sanitario y en medio de una severa crisis humanitaria, estemos codeándonos en materia de profilaxis con Taiwán o Nueva Zelanda, y se hayan registrado, a lo largo del confinamiento obligatorio y hasta el momento de escribir estas líneas (jueves 14), 423 contagios, apenas 0,1% de los 400.000 casos contabilizados en Latinoamérica y el Caribe por la Organización Mundial de la Salud, y solo 10 fallecimientos, 0,046% de los 21.500 habidos en la región, una nadería si se contrasta con las 63 víctimas ocasionadas en menos de una semana por los alegres gatillos de la guardia pretoriana y los cuerpos represivos del madurismo cívico-militar-policial en Guanare, Petare y Macuto, o con las centenares de ejecuciones extrajudiciales perpetradas entre enero y abril por escuadrones de la muerte eufemísticamente denominados Fuerza de Acciones Especiales (FAES).
¿A cuál santo debemos agradecer el portento ocurrido mientras se tramita en el Vaticano la beatitud del doctor de los milagros y siervo de Dios (no dado el bellaco), José Gregorio Hernández? El rojo camelo estadístico, duro de tragar y digerir, y la inaudita prórroga del estado de sitio —es relativamente sencillo controlar una población condenada a pagar casa por cárcel— evidencian ausencia absoluta del sentido de las proporciones entre los forjadores del relato socialista; ausencia presente —involuntario oxímoron o contradictio in adjecto — en los constantes desafíos de Nick Bigotes al imperio, confiado en las supercherías en torno a guerras asimétricas de quinta generación, propagadas en sus días de gloria televisual por el perpetuo redentor de Sabaneta, y haciendo caso omiso de la puntería a distancia de Estados Unidos, probada con impepinable precisión en la eliminación física de Osama —¡os ama!— Bin Laden y Qasem Soleimani.
Con un (sin)sentido de las (des)proporciones, aguijoneado por la ignorancia —Quod natura non dat, Salmantica non præstat—, y su perplejidad ante las contingencias derivadas de su inopia operativa, el madurato improvisa por necesidad y fracasa por falta de imaginación. Improvisar, aunque parezca contradictorio, requiere elaboración. La improvisación se le da bien a músicos, actores, políticos y charlatanes de feria; es recurso aprendida, por ejemplo, con métodos como el desarrollado en el Actors Studio a partir de las investigaciones del actor y director ruso Konstantin Stanislavski. William Shakespeare, conocedor de las imposturas interpretativas sentenció, hace más de 4 centurias: «Las improvisaciones son mejores cuando se las prepara». Y Mark Twain aseguraba, vaya usted a saber si con seriedad o ironía: «Suelen hacer falta tres semanas para dar forma a un discurso improvisado». Debido a su pobre bagaje intelectual, el gobierno de facto no improvisa, reacciona; siempre, en clave de arrogancia e insolencia. Cualquier lector podría argumentar que lo bueno para el pavo lo es también para la pava y, teniendo en cuenta la excreción de Rendón y Vergara, la oposición, en tanto protagonista del drama nacional, no está libre de culpas y peca de sinsentidos e improvisaciones. Y es cierto, pero la disidencia democrática, algo sabe de sindéresis y autocrítica y no culpa a Maduro de sus desatinos para consternación del enemigo de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, el primitivo y muy reaccionario Pitecanthropus Capillum. Con este pseudocientífico latinajo cae el telón en versos de Aquiles centenario: «Y como basta ya de zoquetadas/terminan las noticias comentadas».
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