No se puede tratar de explicar lo hoy pasa en Barinas desde lo anecdótico y superficial. Es preciso regresar a las definiciones básicas que caracterizan la esencia y funcionamiento del régimen chavista. Lo hemos dicho muchas veces y habrá que repetirlo muchas más. El Estado chavista, que sustituyó al Estado nacional venezolano, fue diseñado en la Constitución de 1999 como un régimen político que a pesar de sus apariencias electorales jamás cederá el poder por vía de elecciones. Esto lo han dicho hasta la saciedad los voceros más calificados del régimen, incluidos Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez, Delcy Rodríguez, Vladimir Padrino López, Diosdado Cabello y muchos más.
Para llevar adelante esta política que les permita seguir en el poder para siempre el chavismo ejercita una combinación de fraude electoral y fraude político. El fraude electoral es perpetrado por el Consejo Electoral chavista cuya sala de totalización anuncia resultados irreversibles e inapelables. Pero antes de llegar a la sala de totalización hay una larga cadena de manipulaciones en los cuadernos de votación, máquinas, mesas, redistribución de circuitos, etc. todas coordinadas para favorecer a los candidatos del chavismo o es mejor decir para producir resultados que convienen a quienes controlan el Estado chavista.
El fraude electoral (el de los números) está empotrado en otro fraude de mayor envergadura y es el fraude político (el de las instituciones). Las instituciones y órganos del estado chavista (ejecutivo, judicial, legislativo, electoral y militar) se coordinan para producir decisiones y sentencias con base a la pseudo legalidad del régimen que a su vez se apoya en la Constitución chavista de 1999. Al reservarse la potestad de decidir cuando algo es legal o no, a través de sus órganos, el régimen puede seguir cambiando las reglas del juego político a su conveniencia sin que alguna vez su existencia se vea amenazada por la legalidad que él mismo se ha fabricado a su medida.
Esta articulación de fraude electoral y fraude político ya la hemos visto en acción muchas veces a lo largo de estas dos décadas. Lo que el fraude electoral no es capaz de resolver dentro del sistema es corregido por las instituciones que perpetran el fraude político. El referéndum de 2007 y la elección de la Asamblea Nacional en 2015 son claros ejemplos de fallas del fraude electoral que inmediatamente fueron corregidas por las instituciones del Estado chavista. En el caso de 2007 Hugo Chávez de todas formas terminó imponiendo por vía de decretos lo que había sido rechazado en el referéndum. Y a la Asamblea Nacional de 2015 el Estado chavista no solo le quitó la mayoría calificada sino que además le montó una Asamblea Constituyente para que actuara como un Poder Legislativo paralelo.
La farsa electoral que se repite cada cierto tiempo, con la participación de la falsa oposición, cumple varios propósitos. Por una parte, le otorga cierta credibilidad a un sistema donde la camarilla gobernante participa en elecciones, “pierde” y reconoce el resultado (el caso de las gobernaciones y las alcaldías). Por otra parte, también opera como un mecanismo de inclusión de la falsa oposición que muy entusiasta participa del clientelismo del Estado chavista. Grandes masas de dinero van a parar a los bolsillos de los falsos opositores a través de gobernaciones y alcaldías con la bendición del chavismo.
Pero estas “elecciones” también tienen otro propósito y es el de ajustar cuentas en la lucha interna que protagonizan diferentes bandos chavistas. En el más reciente fraude electoral el chavismo decidió adjudicar la Gobernación del estado Zulia al falso opositor Manuel Rosales, sacrificando al candidato chavista Omar Prieto básicamente por ser una ficha de Diosdado Cabello. En el Táchira hacen ganador a Freddy Bernal con menos de 2.000 votos frente a Laidy Gómez como un mensaje para que revise sus afinidades con Cabello. Sin duda, el caso de la Gobernación de Barinas es el más dramático de todos porque se trata de otro evento, en una larga cadena, donde el madurismo se deslinda del chavismo originario en este caso representado por Argenis Chávez, quien solo recibió una tibia muestra de solidaridad por parte de Diosdado Cabello.
En los casos de Zulia y Barinas, el régimen chavista disponía de todo el poder para hacer ganador a sus candidatos con cualquier cantidad de votos. ¿Por qué no lo hizo? Porque se trata de episodios en las guerras intestinas que se libran por el control del Estado chavista. Lo de Barinas le rinde dividendos al chavismo y la falsa oposición. El régimen se cubre con un manto de credibilidad al reconocer que aun controlando todo el sistema puede perder elecciones y reconocerlo. La falsa oposición, por su parte, reivindica su prédica de que con votos sí es posible salir del chavismo.
Ambas posiciones quedarán al desnudo el 9 de enero de 2022 cuando, por vía de fraude político y electoral, se imponga como ganador al madurista Jorge Arreaza y el relevo del chavismo originario por el madurismo siga su curso en el seno del régimen.
Entonces se verá con más claridad que la falsa oposición nunca ganó nada que de antemano el régimen chavista no estuviera dispuesto a concederle. Lo que es más, el celebrado triunfo de Freddy Superlano solo sirvió para seguir dirimiendo la confrontación Maduro-Cabello y para defenestrar a la familia Chávez en Barinas. Cuando los órganos del Estado chavista proclamen al candidato “ganador” en Barinas también se verá mucho más claro, una vez más, que no es precisamente con votos como saldrá el chavismo del poder.
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