Comienza un nuevo año y con él renace la esperanza, ese “fantasma iridiscente que vuela en la sombría noche, que despliega sus alas sobre la humanidad infinita, al que todo el mundo invoca e implora, pero que desaparece con la aurora para renacer en el corazón” (Turandot, Puccini). Nuevamente, con lo sucedido el domingo en la ciudad de Barinas, renace en el corazón de los venezolanos la esperanza de una patria mejor.
Luego de una dolorosa pérdida familiar y de permanecer varios meses fuera, avizorando al país desde lejos, rodeado de extensos campos de grato y acogedor verdor, insertado en una realidad económica y social tan distinta y distante, tan colmada de laboriosidad, de prosperidad y de oportunidades, la vuelta a la patria no resulta tan dichosa como la cantó el gran poeta Pérez Bonalde en su famosa oda, ni como uno mismo la sentía cuando regresaba a ella en épocas pasadas. Hoy sabemos a qué nos vamos a enfrentar a nuestro regreso: una realidad llena de problemas, limitaciones e incertidumbres.
La situación del país ha cambiado en los últimos dos o tres años pero no para bien. Se ha ido creando una burbuja de aparente bienestar para unos pocos, para quienes poseen dólares o tienen ingresos en esa moneda, una minoría que tenía recursos previos en esa divisa colocados en el exterior y otra que se ha enriquecido en el proceso “revolucionario” chavista (los enchufados). Esa pompa de prosperidad apenas beneficia a quienes la han creado y a quienes trabajan por cuenta propia, pero no a los que viven de su salario y menos aún a quienes dependen de su retribución de jubilación. Unos y otros constituyen la inmensa mayoría de los venezolanos.
Esta nueva realidad hace que las diferencias económicas y sociales entre quienes tienen dólares y quienes no disponen de ellos, es decir, entre la minoría dolarizada y el resto de la población, sea hoy, veintitrés años después de la llegada al poder del comandante Chávez, muchísimo peor a la que existía en la mal llamada Cuarta República. “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones” dice el refrán, suponiendo que en algún momento de su vida el chavismo hubiera tenido buenas intenciones.
Lo ocurrido en Barinas puede ser una nueva oportunidad de rehacer la lucha contra el chavismo y de levantar los corazones y el ánimo de los venezolanos que se oponen al mismo, que son la inmensa mayoría de la nación. Quizás sea el punto de inflexión de este prolongado proceso de destrucción nacional. Puede que mueva las conciencias de los dirigentes de la oposición venezolana que tan mal desempeño han tenido durante los últimos seis años que van del gran triunfo electoral del año 2015 a la última derrota en las elecciones regionales de 2021.
Barinas puede ser el detonante de un despertar, el punto de partida de un renacer de esa esperanza dormida a la que hemos hecho referencia en el primer párrafo de este escrito. No podemos perder esta nueva oportunidad. Hay mucho sacrificio, mucho dolor, mucha muerte, mucha cárcel, mucha tortura y mucho exilio implicados en esta larga lucha del pueblo venezolano para que los políticos que han asumido la representatividad de la oposición nacional sigan actuando de manera irresponsable, individualista, inconsecuente y deshonesta como lo han venido haciendo en estos últimos años, traicionando a sus seguidores y a los principios democráticos que dicen representar.
El año nuevo que comienza, 2022, si todos ponemos de nuestra parte, superando diferencias y ambiciones inoportunas, puede ser el más luminoso del siglo XXI para los venezolanos. Dios quiera que así lo sea.
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