OPINIÓN

Barcos rusos en la bahía cubana

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

Ahora sí es verdad que eso de derecha e izquierda se ha enredado a tal punto que habría que revisar esa división que, en realidad, no ha sido suplantada por ninguna otra cuando se trata de amplias generalidades. Dicho algo irónicamente, para referirme a la llegada a la Cuba revolucionaria de una flotilla rusa de un barco enorme, un submarino también grandote y algún otro navío más menudo.

Desde luego que muchos han recordado aquella suspensión de la respiración de la humanidad en aquel momento de la guerra fría, años sesenta, en que la conflictividad entre la URSS y Estados Unidos amenazó en un escenario algo similar con un desenlace nuclear y por ende algo parecido a la desaparición de la especie, algo así como el  terrorífico y estrafalario final de El doctor Insólito del genial Stanley Kubrick. Se solucionó en extremos el asunto y aquí seguimos.

En la guerra tibia no hubo tal suspenso, rusos y americanos aseguraron que no había intenciones bélicas, al menos inmediata, y solo se saludaron barcos e isla con muchos cañonazos, una entre las muchas declaraciones de afecto, como tratarse de amigos –Díaz-Canel ya los había llamado hermanos, en visita reciente- y prometer ayuda para solucionar algo así como el segundo período especial, hambruna para los no iniciados, de la isla.

Pero por supuesto que significaciones políticas tiene a montón la inesperada visita. En especial sobre el fondo de la guerra de Ucrania. Algo así como decirle a los americanos, tu mandas armas y te paseas por estos lados, bueno yo también tengo aliados, nada menos que a noventa millas de tus costas. Sin contar otros, entre ellos esta patria bolivariana o Nicaragua y digamos etcétera. Y ni que decir en África. De tibia a fría no hay mucho trecho, ya los europeos se están armando y gruñendo porque sienten cerca la posibilidad de una guerra que vaya más allá de Ucrania y termine por vérselas con la OTAN. Pero no sigo por tan espinoso camino.

Lo que me sorprende es que se haya formulado, por las partes interesadas, como la continuidad de la amistad entre Rusia (antes la URSS para estos efectos) y los cubanos de Fidel y el Che. Como si nada hubiese pasado, como si el comunismo no hubiese fenecido con todo y muros y estatuas y países cautivos y como si la Rusia de Lenin y de Stalin no haya dado lugar a un capitalismo particularmente mafioso, el de los milmillonarios oligarcas, y que están tratando de aplastar a un pequeño y combativo país, que merece cualquier solidaridad. Cuba probablemente es o era el país más comunista de la planta (lo de Corea del Norte es una monarquía asiática), por lo que esa visita náutica no es otro capítulo de la vieja amistad y de los viejos ideales, es cosa más bien muy nueva y sorprendente. Como un coletazo último de los históricos acontecimientos -¿el fin de la historia?- de los ochenta del pasado siglo, cuando cayó el gran imperio soviético. Ver a los camaradas mirar desde el malecón de La Habana, embelesados, las imponentes naves que parecían hacer retroceder la historia y que, en la desesperada situación de la isla, quién quita puedan darle algo más que gasolina. Quién quita, se arman nuevos imperios y voces de guerra se oyen, no solo los alaridos siniestros de Netanyahu y Putin.

Al principio decía que en el fondo, no va a quedar sino repetir, con el gran poeta y gran jodedor Nicanor Parra, “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”.