En menos de un mes los venezolanos hemos estado sometidos a un torbellino alucinado de acontecimientos, información y desinformación. Lo grave no es lo que sucede, esa es la realidad-real, es la objetividad de la vida y la historia; sino el después, cuando la subjetividad personal, los intereses en juego y la complejidad de lo real, desatan el juego perverso de las ideologías y la propaganda que tiende a ocultar, manipular lo sucedido, crear el gran teatro del relato más conveniente a cada persona, parcialidad, partido y grupo; al régimen y a las «oposiciones».
Es el efecto iceberg, apenas se visibiliza la punta, el fondo está oculto y es lo peligroso. La tragedia del Titanic es el mejor símbolo de lo dicho. Precisamente tratando de ver el fondo, empiezo por las «negociaciones», diálogo no es. En Barbados hay un «acuerdo» fundamentalmente económico; el régimen necesita oxígeno financiero y Estados Unidos y Europa necesitan gas y petróleo, en el corto y mediano plazo, y todo ello responde a la geopolítica global en pleno proceso de acomodos y reacomodos.
El destino político democrático de Venezuela y los Derechos Humanos forman parte del interés general, pero en un segundo lugar. La invasión rusa a Ucrania y el polvorín del Medio Oriente han acelerado, el interés petrolero, que nunca cesó ni va a cesar en las próximas décadas.
No terminamos de deglutir Barbados cuando, el 22 de octubre, el régimen sufre una derrota política cataclísmica y ciertos sectores de oposición también. A todos sorprendió, y a los propios ganadores, la impresionante participación electoral y el resultado abrumador a favor de María Corina Machado; un mensaje claro y directo desde la Venezuela profunda.
Las primarias se hicieron contra todo pronóstico, entorpecidas y saboteadas desde el primer momento por el régimen, lo que era previsible; y desde los propios sectores de oposición. Frente a la sorpresa y derrota que produjo el triunfo de MCM, el régimen, en la mejor tradición nazi-fascista-comunista, reacciona con la amenaza judicial y la convocatoria apresurada de un tema que pudiera unir a todos los venezolanos, y nada más apropiado y a la mano, que el tema de la justa reclamación del territorio Esequibo.
La idea es «tapar» rápidamente el 22 de octubre y lo han logrado. Nunca se había hablado tanto del Esequibo aunque, una vez más, la división y los antagonismos nacionales no desaparecen, por la sencilla razón de que nadie es tonto y todos sabemos que al final no va a haber guerra por el Esequibo, ni solución a corto plazo, y nos toca no renunciar a nuestros derechos y seguir las vías diplomáticas habituales.
La política sigue su curso, quizás un poco más sosegada por la Navidad y el fin del año 2023. Los desafíos y el curso de la historia nos llevan al 2024, cuyos desarrollos y desenlaces nadie conoce ni puede prever. Se especulará sobre escenarios diversos, la incertidumbre será casi total, pero lo único casi seguro es una modesta mejoría de la producción petrolera, vía transnacionales, y que el régimen va a tratar de presentar como un milagro económico de una Venezuela que se recupera.
Es un año electoral y, como siempre, vendrá la cosmetología y promesas de los candidatos que todos conocemos. El régimen tiene interés absoluto en no perder el poder y va a hacer lo posible y lo impensable.
La oposición tiene una sola opción electoral con credibilidad y posibilidad, el apoyo a MCM, tal como fue el claro mandato popular, expresado el 22 de octubre, por lo menos para quienes participaron en las primarias y firmaron el compromiso de apoyar a quien las ganara.
En política, la desconfianza es la norma: nadie confía en nadie. Ser político es un oficio digno pero difícil, porque abundan hombres-corcho y hombres de paja. María Corina Machado es la candidata que inspira más confianza en este momento, y la UNIDAD que necesita tiene que ser construida desde la propia sociedad, como lo hizo en las primarias.
Pero tomando en cuenta los factores de poder interno y externo: partidos políticos, sector empresarial, instituciones, en particular el sector militar, y generar confianza en todo sentido, proyectando una candidatura «de todos para todos».
Al mismo tiempo, tiene que pensar en la gobernabilidad del próximo gobierno, de lograrse la alternabilidad democrática. Un gobierno de inclusión, pluralismo y progreso.
El 2024 es una gran oportunidad para Venezuela, ojalá no se frustre. En las transiciones democráticas, el gradualismo es fundamental, no todas las expectativas pueden ser satisfechas al momento. Lo perfecto conspira contra lo bueno, y el límite de la política y de un gobierno siempre es la realidad-real.
Está demostrado que, en los procesos de transición democrática exitosos, los radicales y radicalismos de cualquier signo terminan siendo los principales obstáculos. Ninguna sociedad se suicida y todo ciclo histórico y político tiene fecha de caducidad, aunque ignoramos la fecha. En lo personal, me obligo a ver con esperanza el 2024.
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