Sangrante
Entre Dhaka, la capital de Bangladesh, y Caracas hay una diferencia en distancia lineal de 15.481 kilómetros. Es el equivalente a un vuelo de aproximadamente 20 horas. Los bangladesíes están ubicados frente a la bahía de Bengala, entre la India y Myanmar. Venezuela y Bangladesh tienen cualquier cantidad de diferencias geográficas, culturales, políticas, económicas, sociales, gastronómicas. Ambos países tienen historias distintas en sus procesos de formación como entidades políticas. Estamos hablando de un país de 170 millones de habitantes contra los 30 millones de venezolanos, de los cuales un tercio hace de judío errante alrededor del mundo. Eso también hace otra desemejanza significativa.
Profundo
Ese lejano país del sureste asiático fue noticia global reciente por el derrocamiento de la primera ministra Sheick Hasina, una de las mujeres más poderosas de toda Asia y cabeza de una de las dinastías políticas del continente quien obtuvo un mandato surcado por la violencia y ampliamente criticado por ser fraudulento. Corrupción, desempleo, inflación y aumento de la deuda externa fueron parte de los detonantes. Un conflicto político acentuado desde dos bandos enfrentados a muerte –como en Venezuela– cerró todo tipo de posibilidades de negociación y de soluciones pacíficas y obligó a la gente a tomar la calle para forzar la salida del gobierno. La omnipresencia del Ejército y de los cuerpos paramilitares en la vida pública, haciendo de sostén a la señora Hasina y a su régimen entronizado desde hacía 20 años forzó a los bangladesíes y en particular a los habitantes de Dhaka a tomar las calles sin retorno, hasta que el régimen dejó de tener la salvaguarda de los militares y de los cuerpos paramilitares después de una semana de protestas que dejó más de 300 muertes. La capital fue tomada por los manifestantes, miles de ellos tomaron el palacio presidencial y todos los edificios públicos. Las Fuerzas Armadas se negaron en algún momento a continuar reprimiendo a la población. Eso obligó a la señora Sheick a tomar un helicóptero –la Vaca Sagrada bangladesí– y paró la carrera entre sus vecinos de la India. Eso hace un patrón de semejanza con la historia de los venezolanos.
Letal
Hay un lenguaje universal. El de la violencia. De la corrupción. El de la violación de los derechos humanos, el de supresión de los derechos políticos de los ciudadanos, el de las dictaduras y las tiranías. La cárcel y la muerte. No hay necesidad de traducción. Eso es igual en Dhaka y en Caracas sin ninguna diferencia. El otro idioma que no necesita ningún tipo de intérprete es el de la presión de la calle. Igual en Asia, en Europa, en África, en Oceanía y en América. La expresión frente a una multitud congregada en el palacio de gobierno con la soberbia acumulada, sin diferenciar entre la venganza y la justicia, pidiendo cambio político, renuncia y salida del Poder Ejecutivo es de una jerga libre sin necesidad de que al mandatario se le diga “vámonos que pescuezo no retoña.” Así no lo entendió Saddam Hussein, Muamar Gadafi, Nicolae Ceausescu, ni Benito Mussolini. En cambio, Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, Hugo Chávez el 11 de abril de 2002 y la señora Sheick Hasina recientemente en Bangladesh, sí lo entendieron muy claro. De manera sangrante, profunda y letal. Como una estocada.
Así, de esa manera, Dhaka queda cerca de Caracas. Solo a tiro de una decisión.