Imagínese usted, amigo lector latinoamericano o de cualquier costado del planeta, que amanezca publicado en el diario oficial de su país, es decir, bajo rango ya constitucionalmente establecido, la colocación de la bandera del partido político en el gobierno al lado de la gloriosa bandera nacional de su país.
Esto ya es posible en la Nicaragua sandinista de Daniel Ortega, donde en una octava reforma a la carta magna desde 2007 a la fecha, así lo ha establecido al colocar la bandera roja y negra del partido sandinista junto a la azul y blanco nacional.
La bancada de diputados sandinistas -los de otros partidos también lo son, la única diferencia está en las siglas partidarias- aprobó unánimemente estas últimas reformas, en las que ya prácticamente el pueblo nicaragüense está viviendo bajo una Constitución comunista, bajo el mandato de que quien se someta por ejemplo a un proceso electoral, deberá hacerlo bajo los preceptos «revolucionarios», «socialistas», «sandinistas», besándole obviamente los pies y el manto al asta y a la bandera roja y negra.
Esta es la continuidad de la bandera que usó el mitómano guerrillero Augusto César Sandino en los años treinta durante la ocupación militar estadounidense, la misma que han usado las izquierdas guerrilleras terroristas en España y Suramérica (Solo le faltó a la nomenclatura sandinista colocarle la calavera con un machete y un fusil). Nada raro para más adelante.
Supongamos que las bicoloras y tricoloras banderas azules y blancas, rojas y amarillas que escenifican los esplendores de nuestros cielos continentales; supongamos que esos pabellones que representan nuestros países, junto a los Himnos Nacionales y sus solemnes escudos al centro de sus franjas coloreadas que a su vez representan nuestros soles, mares y hasta chillantes rojos que son el tejido vivaz del plumaje de nuestras guacamayas, que representan la identidad soberana y natural de muchas naciones, ondeen al viento junto a banderas y simbologías de un partido en el poder. ¿Qué pensaría usted?
Imagínese que junto a banderas patrias postee la bandera del viciado partido por ejemplo de los Kirchner «Alianza para la Victoria» en Argentina; de la amalgama de partidos de izquierda corrupta en la alianza «Pacto Histórico» de Petro en Colombia o del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) bajo el fantasma de Hugo Chávez en la dictadura del escamoso Nicolás Maduro. Ya no le preguntaría al amable lector qué haría sino que si lo permitiría.
Este atropello a la esencia de la dignidad de una nación en sus símbolos, al raptar una vez más el sentido soberano emblemático, no ha sucedido en ningún otro país comunista, socialista o de izquierda. Mucho menos en uno de derecha. Ni siquiera en mis de la mala.
Ni Mao, ni Stalin, ni Fidel Castro ni Hitler ni nadie más de ese combo fatídico de nuestra realidad política mundial, entre tantos abusos, totalitarismos, exterminios y holocaustos, cometieron semejante desfachatez, semejante exabrupto constitucional.
Una Constitución es un sistema de leyes y valores hechas para la protección del hombre ante el poder político. A través de ella reposa el balance de poderes de un Estado para la bienandanza de toda democracia.
En Nicaragua esto no es así, ahí el régimen pisotea, hace y deshace a su antojo cuanto capricho se le ocurra como ahora en esta última reforma.
¡Qué viva la democracia revolucionaria mientras les dure!, y durará mientras hombres y mujeres de dentro y fuera del país no se unan política y partidariamente, para retomar la ruta de la democracia, cuando la fugaz bandera roja y negra desaparezca para siempre de los símbolos patrios, de tanta pesadilla ciudadana y de la Constitución.
El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internacional y vocero del Partido Liberal Independiente (Pli-histórico).