En la vida de los seres humanos hay una constante incitación. Diremos que se trata de un extraordinario fenómeno recurrente, a través de las generaciones: una indetenible búsqueda de conocimientos.
Tal constelación de saberes únicamente adquiere de suyo sentido, proyección e intencionalidad a la luz de sólidos soportes culturales.
Lo que hemos sido y vamos siendo se lo debemos a la matriz epistémica que rige nuestro trasfondo vivencial; ese mundo de vida que nutre el modo de conocer individual y socialmente. Que a cada quien le impronta su singularidad, su estilo para simbolizar y decir con palabras las realidades.
Podemos seguir reforzando lo anteriormente descrito, en purísima verdad, afianzados en las interioridades de los tejidos escriturales del laureado maestro de la narrativa contemporánea José Balza; por lo que nos atrevemos a exponer que la densidad de la obra balziana trasciende su propio discurso. Entonces comporta un desafío y nos obliga a pesquisarla en todo cuanto define su modo de ser, su alforja de imaginarios y sensibilidades. Hay una indesligable simbiosis: su vida y su narratología.
Los lectores aprehendemos escurridizas lúdicas en cada texto de Balza, siempre revisitado. Acaso constituya una hermosa estrategia, de su parte, que incita a darle completitud a las ideas que apenas insinúa.
Sus ejercicios narrativos nos llevan de la mano como ductores hacia la realidad esperanzadora o hacia la proliferación de preguntas sin necesarias respuestas.
“…pude haber sido otro niño —relata Balza en una entrevista que le hicimos, recientemente —pero había una energía vital que se ubicaba en mí; yo era testigo privilegiado de aquel mundo: agua, cielo inmenso, la vasta selva, montañas, lo que me hizo atrapar la realidad y convertirla en palabras…”
Los textos arquetípicos de Balza han irrumpido para provocar, para desencadenar innumerables controversias; a veces para ir contra lo establecido, para antagonizar las ideas esclerosadas por dogmatismos. Le fascina dejar sentado en sus escritos pensamientos a contracorriente, en los cuales el cinismo tiene un sitio preponderante.
Busca hacer cosas con las palabras. exactamente lo que J. Austin denomina “enunciado performativo”; que no se limita a describir un acaecimiento, sino que en el mismo instante de estar expresándolo se realiza el hecho.
Así lo vemos reflejado desde su primera novela Marzo anterior (1965), donde la búsqueda de la identidad será el elemento esencial de la obra.
Con toda seguridad, el presente aserto tendrá bastantes coincidencias: leer no es sólo consumir signos lingüísticos sino crear, elucidar, proponer, recomponer; y a menudo somos los lectores quienes les revelamos a los autores qué fue lo que en realidad escribieron. Porque, aunque no toda lámpara tiene su genio; de lo que si estamos seguros es que lo que brota también depende del espíritu, la mentalidad y las sensibilidades de quien frota la lámpara.
Cuando nos disponemos a leer, a frotar la lámpara para desafiar al genio; abandonamos la multiplicidad de inquietudes de la mente y accedemos a concentrarnos; a seguir el curso de una idea, de una argumentación, a confrontarla con nuestras propias consideraciones. ¡Los libros son objetos mágicos!
Balza, extraordinario manejador del lenguaje, crea, recrea y transforma cuanta idea, frase o expresión sea aprovechable morfosintácticamente en su condición de artista literario, escultor de la palabra.
Balza, quien está cumpliendo seis años de haberse incorporado como Individuo de Número de nuestra Academia Venezolana de la Lengua, se ha hecho tan versátil y prolijo, que suficientes críticos literarios han advertido: quizás ha llegado el preciso momento de ir estudiando la narrativa literaria balziana por etapas, géneros, giros estructurantes, contenidos referenciales, motivaciones o cuerpo anecdótico de los relatos; porque sus tendencias e intencionalidades expresivas se han vuelto una cartografía multiforme.
Así también, a Balza le importa el destino de lo hecho con fervor en nuestro país. Además, le preocupan las injustas omisiones y crueldades. Esa misma pasión militante lo muestra cabalmente como discernidor de ideas, consciente de la finitud del tiempo que lo interpela.
Balza sostiene discursivamente conceptos guías que son metarrelatos para dar cuenta de lo que hemos vivido en este pedazo de geografía suramericana en constantes sustituciones. Lo que hoy admitimos como interesante proyecto nacional, deslumbrante, ya mañana lo dejamos a un costado; mientras seguimos rebuscando una y otra vez, indistinguidamente, en todos los tramos epocales.
Balza concita como activo de sus conformaciones existenciales los designios oraculares de las aguas del Delta del Orinoco: “…Un enigmático amor me ata al río –nostalgia Balza– ese tipo de pasión que nos condensa, en el pasado y en futuro. El Orinoco ha estado siempre donde lo encuentro hoy, frente a mi casa. Su presurosa inmovilidad tiene un lugar de asiento en mi propia vida. El río fue mi más poderoso juguete en la infancia. Los días se llevaron mi infancia. Yo cambié, cambié para querer ser siempre el mismo. ¿No seríamos acaso, en 1939, los juguetes que el río usaba para fijarse en alguna memoria? Fuimos juguetes del río con el cual se cree jugar…”
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