OPINIÓN

Balance de House of The Dragon

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve
House of the Dragon

Foto: Archivo

The House of the Dragon ofrece un nuevo valor agregado a la teoría de la geopolítica del miedo que se desprendió de la serie Juego de Tronos, creándole una precuela basada en el libro de George R. Martin, Fuego y Sangre, su Hobitt en un universo épico que compitió en paralelo con Rings of Power, nueva adaptación a su vez de El señor de los anillos.

Ambas series asumieron posición sobre los temas de identidad y género que se imponen desde las academias norteamericanas, pero con dos enfoques bien diferenciados.

Si una recibió una masacre crítica por diseñar una adaptación inocente y binaria de los criterios políticamente correctos de la inclusividad, la otra hizo todo lo contrario, al valerse de los arquetipos y las razas que congregan a las grandes masas del algoritmo, para proceder a despanzurrarlas física y emocionalmente, en un espacio de trituración mitológica que genera placer y repulsión al mismo tiempo, como en una cinta de terror Bultragore con presupuesto millonario de HBO.

La cadena de televisión ha entendido la transición que sufre su plataforma, el quiebre de 2022, donde despidieron al personal más fanatizado con el proyecto de ilustrar la progresía del partido demócrata, en cromos y sagas que terminaron engavetando para evitarse mala prensa y cascadas de mayor hate.

De modo que The House of the Dragon pertenece a una operación de control de daños, a una escala de un Hollywood post Me Too, que asume empoderamientos femeninos y de etnias buen salvajistas, para desarrollarlas problemáticamente sin condescendencia.

Es así que uno de los dramas principales se centra en el ascenso de dos reinas ante un antiguo régimen de barones y príncipes, de déspotas y monarcas en decadencia que se evaporan en una nube de body horror, como el famoso Visery I, mejor interpretado por un actor que luce favorito en la carrera por el Emmy.

Vemos que la serie emite un discurso, fija posición sobre asuntos candentes como las luchas tribales y de sexos que caracterizan a la agenda contemporánea de las conversaciones en red.

Lo interesante es, que frente a ello, los capítulos no buscan moralizar o encontrar una solución bucólica o apaciguadora, dejando siempre al espectador con preguntas incómodas y conclusiones, acerca de su cultura de la ambición, del cambio de máscaras en la estructura del poder.

He leído de mis amigos argentinos que resienten el tono maniqueo de Argentina 1985. Pues bien, salvando las distancias, percibo que House of the Dragon se orienta por mostrar la complejidad humana de unos seres de carne y hueso, como nosotros, equipados para gestos de nobleza, pero también para desatar los peores horrores, advirtiéndonos del estado de belicismo y fragilidad que define a nuestro planeta fragmentado como en una batalla medieval.

Así que por ahí me ha gustado el largo intro que supone House of the Dragon, reescribiendo aquellas historias patéticas de Shakespeare, que sacudieron a Europa y que causaron una beatlemania adelantada en Reino Unido, Francia y Alemania, que luego se desparramó por el globo, hasta llegar al día de hoy a través de la tragedia del Rey Lear que se escenifica en los episodios de la precuela de Juegos de Tronos, buscando a un digno sucesor, en medio de una trama de Hamlet y Macbeth.

Así que estamos apenas dentro del prólogo del libro, reconstruyendo la memoria de una historia universal de saqueos, despojos y conspiraciones, con impecable CGI, destreza técnica y un agradecido enfoque autoral.

Nos han convencido de continuar enganchados en las aventuras del Poniente, con unos personajes tridimensionales, con algunos secundarios disparatados en su perfil de cómic, con unos dragones que al final inclinan la balanza de la rueda.

Una de las series del año.