Ver Diógenes y las camisas voladoras me ha llenado de vida y esperanza por la cultura de las tablas en Venezuela, después de unas semanas duras para el país.
La obra maestra ha regresado a Trasnocho en el momento oportuno, para hacer que los espectadores pensemos en el valor de la historia y del arte del teatro, para conectar los puntos políticos entre el pasado y el presente, alrededor de las locuras que rodean al poder y el Estado.
Julie Restifo la dirige con finura, destreza, gracia y sutileza, al proponer un puñado de escenas agudas y tragicómicas que exponen el colapso mental de un candidato en campaña, un Diógenes que ha estado en boca de todos nuestros profesores y abuelos, a la hora de recordar las problemáticas y absurdos que aquejan a los candidatos en el instante preciso de una campaña de elección.
Javier Vidal interpreta con magnetismo y garra al exministro, embajador e intelectual de mundo, caído en desgracia, luego de ser una figura clave en las relaciones de Venezuela con Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, llegando a codearse con las altas esferas de Washington, bajo el ala de su amigo Harry Truman.
Vidal ofrece un papel perfecto y consagratorio en su larga carrera, uno que nos conduce de la risa al llanto, del humor negrísimo a la reflexión profunda de los desvaríos que no superamos.
Pero el Diógenes de Vidal no es un loquito balbuceante de callejón.
Es un hombre sensible al cine, al amor por las bellas letras, al entretenimiento de altura que la obra recupera, con todas sus citas, con sus luces y sombras.
El texto hace guiños a Dumbo y a Spellbound de Hitchcock, remarcando que pudimos haber tenido un presidente que llenara de cines y teatros a la ciudad, tal como siempre lo ha soñado Vidal en artículos, ensayos y diversos ensambles.
Jan Vidal nos sorprende con su rol del “secretario”, que conoció al Diógenes lúcido, que creyó en su destino como mandatario nacional, y que asistió a su derrumbe, producto de una enfermedad que se declaró en medio de un período clave de la historia de Venezuela.
Una etapa que lamentablemente se saldará con la derrota de la democracia, un golpe y la entronización de una Junta.
A su vez, Theylor Plaza rompe la cuarta pared, a gusto y a placer, encarnando a un Ramón J., a un famoso “coleguita” que, sin saberlo, tendrá un futuro como el de Diógenes, donde la rueda de la política trastocará su impoluto devenir.
Y es que si el poder todo lo corrompe, como máxima universal, pareciera que en Venezuela todo lo convierte en una farsa, en una parodia quijotesca de nuestro Macondo.
Agradezco y mucho la oportunidad de verla, amén de los esfuerzos de producción de Douglas Palumbo, un incansable creador y promotor de la cultura de las tablas en Venezuela, que hace un trabajo significativo por el desarrollo de las artes escénicas.
Justo ayer nos recibió con su sonrisa y encanto, transmitiendo una seguridad y felicidad que nos suben el ánimo en el oasis del Trasnocho Cultural, que resiste bajo la presidencia de José Pisano, a quien también pudimos darle un abrazo por continuar abriendo sus puertas, con una programación y un espacio que nos transportan al primer mundo.
Viendo Diógenes y las camisas voladoras hago mi autocrítica de no ir tanto al teatro como debo, de haberlo dejado un poco abandonado por cumplir con mi tarea loca de ver y hablar de películas, de series, de dar clases.
Le agradezco a Douglas por estimular mi reconexión con las tablas, por volver a acercarme a ellas, confirmando que gozan de una enorme salud intelectual, para ser faro, una reserva moral de un país trastornado.
Ante la insania general y la crisis de una ansiedad que se antoja inducida para controlarnos, obras como Diógenes y las camisas voladoras nos sanan, nos devuelven el equilibrio, nos afirman que el teatro nunca nos deja atrás, que noblemente siempre está ahí, esperando por nosotros para que los celebremos como acto de conciencia.
Te la recomiendo para que compruebes por ti mismo que Diógenes y las camisas voladoras es una obra histórica y divertida como ella sola.
Un verdadero honor que Vidal haya tenido la gentileza de citarme al final de los aplausos.
Me llena de emoción e ilusión, de gasolina, para mantener el compromiso de comunicarles buenas nuevas.