OPINIÓN

Bailando en el bombardeo

por Julio Moreno López Julio Moreno López

 

“He tenido suficiente. Necesito alguien que comprenda que estoy sola en medio de un montón de gente». (“El universo sobre mí”. Amaral).

Tengo una mala costumbre; perdón, tengo muchas malas costumbres, indudablemente, algunas conocidas y otras desconocidas por el público en general. Entre estas últimas, algunas confesables y otras inconfesables, por supuesto. Pobre de aquel que no guarda algo en el trastero del alma. Probablemente, está vacío. Pero esta mala costumbre, del género confesable, consiste en que me gusta leer, o más bien, es una de mis pasiones.  Así de simple.

O así de complejo. La lectura, sin duda, es una herramienta del conocimiento, ya sea lectura didáctica o literaria. Pero, del mismo modo, la lectura es un arma poderosa contra los totalitarios, contra el analfabetismo, contra muchas cosas que nos hacen vulnerables, ya que enseña y ayuda a cuestionarse los dogmas. No en vano, han sido muchos y variados los totalitarismos, a lo largo de la historia, que han prohibido, censurado o incluso destruido libros. No lo olviden cuando tengan uno entre las manos.

Bueno, pues hace un rato, en uno de esos momentos brillantes en los que uno se encuentra solo entre la multitud, en el metro de Madrid, me encontraba absorto en la lectura de El hijo del capitán trueno, para más ende, las memorias de Miguel Bosé. Extrañamente, el libro tiene bastante calidad literaria, en su forma; no lo digo porque lo haya escrito Miguel Bosé, no dudo de su capacidad, pero Miguel, sin duda, no es un literato. Aún así,  lo que realmente le otorga valor es su contenido. La familia Dominguín Bosé tuvo la suerte, derivada de sus profesiones y su estatus, de relacionarse con personajes de todo tipo, en su mayoría artistas, desde pintores como Picasso hasta directores, actores y actrices internacionales, cantantes, como Lola Flores, por enumerar algunos e incluso el mismo Caudillo, Francisco Franco, amigo personal de Luis Miguel Dominguín. Comprenderán que lo que este libro encierra da para varias vidas, así que, para mí, es un imprescindible.

Habla, Miguel, en el capítulo actual, de sus vivencias, siendo niño, con un Pablo Picasso ya cercano a la vejez, pero con el espíritu aún joven de los que piensan, pensamos, que la vida es un aprendizaje continuo. Esa sensación que te hace levantarte por las mañanas y aceptar el reto, no de sobrevivir el día venidero, sino de vivirlo, en toda su magnitud, mirando al mundo en panorámica. Si una cosa me ha enseñado la experiencia, es que no te puedes enfrentar a la vida, y sobre todo a las personas, con prejuicios, con una idea previa. Cualquiera, por muy lejano que esté a tus dogmas, ya sean políticos, sociales o culturales, puede darte una lección en el momento menos pensado, que te sacuda como un calambre y te haga pensar.

En este sentido, cabría esperar que Pablo Picasso, un exiliado político, afiliado al partido comunista, excéntrico y, por qué no decirlo, millonario, tendría que ser, en cualquier caso, alguien lejano y difícil de tratar. Sin embargo, Miguel Bosé lo retrata con enorme cariño y lo describe como un alma libre.

Habla Miguel, en el pasaje que leía en el Metro, de cómo Picasso les hacía pintar toda una tarde, para luego pedirles que eligieran uno de los dibujos que habían hecho en el día y rompieran todos los demás, situación esta que los niños, Miguel, Lucía y Paola no entendían; les costaba romper y tirar aquellos dibujos, en los que habían invertido su tiempo y su esfuerzo. Para justificar esto, Picasso esgrimía que “en la vida hay que aprender a deshacerse de lo que no nos sirve… y a tirarlo. Si no, acaba ocupando mucho espacio. Conservar lo que no sirve crea dudas, su sitio está en la basura“. Y continuaba, “Debemos hacer mucho espacio libre y nuevo si queremos crear … ¿Podríais entrar a vivir en una habitación llena?”.

Esta reflexión, de enunciado sencillo, ya que estaba dirigida a unos niños, es sin embargo una gran lección filosófica, a mi modo de ver.

Todos, sin excepción, acumulamos cosas que no nos sirven; y no me estoy refiriendo a objetos, que también. Los objetos no tienen importancia. Cualquier día haces limpieza y tiras la mitad. Mucho más difícil es deshacerse de todo lo inservible que acumulamos en el alma, en el corazón. Vivencias, rencores, anhelos vanos que son un lastre para nuestro día a día, pero que forman parte de nuestro bagaje, hasta tal punto que condicionan nuestras acciones y nos impiden tomar decisiones que nos permitan aligerar nuestra carga emocional. Son esas vivencias, esa mugre del sentimiento que deberíamos tirar a la basura la que nos impide, en la mayoría de los casos, avanzar.

Así que, aunque muchos son los pecados, siete son los capitales, pero de esta lista, hace tiempo que eliminé la ira, la envidia y la avaricia. Cierto es que los otros cuatro los practico con más frecuencia de la debida, pero no lastran mi vida. Bueno, la gula sí que añade lastre, pero de otro tipo.

Así que, si no queremos sentirnos más solos de lo debido, bailando en el bombardeo, indemnes pero viendo como los demás nos dejan, quizá sea bueno perdonar, para poder perdonarnos a nosotros mismos y, de este modo, con los cajones vacíos, poder plantearnos llenarlos de cosas útiles, que nos hagan más felices y mejores.

Decía Erick Fromm que “naces solo y mueres solo, y en el paréntesis la soledad es tan grande que tienes que compartir la vida para olvidarlo».

Por tanto, como dicta el Padre Nuestro, “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».

Y líbranos del mal. Amén.

 

 

@julioml1970