Un día como hoy (29 de septiembre), pero de 1941, fue la fecha establecida por las autoridades de la Alemania nazi para que los judíos de Kiev (la capital de Ucrania que la Wehrmacht había conquistado poco tiempo antes en la Segunda Guerra Mundial) se reunieran –bajo amenaza de fusilamiento en caso de desobediencia– en el cruce de las calles Melnik y Dokterivska con sus papeles de identidad, dinero y ropa de abrigo. Al leer los carteles se pensó en la deportación porque la estación de trenes estaba cerca, pero fueron llevados en largas filas – 34.000 personas aproximadamente- durante 2 días a un barranco cercano llamado Babi Yar.
«Yo me asomé al balcón y vi a una multitud de judíos custodiados por cuatro policías. Todos tenían diferentes edades, había niños pero más que todo ancianos. Caminaban lentamente y con una profunda tristeza en sus rostros, rostros que no resistía contemplar. Todos parecían enfermos. Una pequeña niña me preguntó: “¿Todos ellos son judíos? ¿Adónde los llevan? ¿Los van a matar a todos?”. Era una posibilidad. Ayer hablé con personas de un vecindario judío y me contaron que pasaron toda la noche con el rabino, este los calmaba y preparaba para una posible muerte. Ahora en la mañana han venido a despedirse de sus amigos rusos…» (Diario de L. Nartova, una maestra de Kiev, 29 de septiembre de 1941).
«Yo tenía 4 años y vivía con mi madre y mis abuelos paternos que no eran judíos. Ellos trataron de convencernos de no ir pero mi abuelo materno dijo que sería peor. Mi abuela paterna Tanya no quiso dejarme sola y fue conmigo. Cuando estábamos cerca del barranco de Babi Yar vimos muchos soldados alemanes, escuchamos las ametralladoras y gritos aterradores, mi abuela alzó la voz diciendo: “¡soy rusa!”. Me tomó con fuerzas entre sus brazos y huyó conmigo en medio de las advertencias y disparos de los soldados. Corrió hasta detenerse agotada en medio de las tumbas del cementerio cercano. Allí nos quedamos hasta el anochecer y volvimos a casa, nadie nos denunció. Atrás habían asesinado a mi madre y a toda mi familia materna» (Testimonio de Raisa Maistrenko, la última sobreviviente de las 30 personas que vivieron la masacre para contarla).
«Toda la familia (mis padres, tres hermanas, dos hermanos y yo, más 7 nietos) salimos de Kiev en una larga columna que pensábamos se dirigía a un gueto. Al llegar al barranco de Babi Yar nos obligaron a desvestirnos en medio de gritos, ladridos de perros y empujones, se escuchaban disparos y todos gritaban: “¡Se han vuelto locos!”. Yo tomé entre mis brazos a mi hijo menor de tres años. Nos dispararon en el borde del precipicio, y vi caer a mi padre y a mi hermana mayor. La gente caía como pequeñas piedras golpeadas por una mano. No sé cuándo me dispararon, solo perdí la conciencia y la recuperé en la noche, despertando herida en medio de una gran cantidad de cadáveres. Mi pequeño hijo estaba muy frío, sabía que había muerto. Escalé a través de los cuerpos y corrí hasta llegar a unas casas donde había luz. Después de tocar a la puerta una anciana me abrió y me hizo pasar. Posteriormente un sacerdote que escondía judíos me daría refugio y un falso certificado de bautismo. Tenía 25 años» (Memorias de Raisa Dashkevich).
A Babi Yar siguieron llevando personas, entre judíos, gitanos, partisanos y prisioneros de guerra soviéticos, para ser asesinadas en los siguientes meses. Al final sumarían más de 100.000. Pero esos dos días de finales de septiembre de 1941 representan la mayor masacre con relación al tiempo en que se realizó. Ningún campo de exterminio pudo igualar tal cantidad diaria, pero tal como explicamos en nuestro artículo de la primera semana de agosto pasado sobre la relación de la “Operación Barbarroja” (la invasión alemana a la Unión Soviética que se llevó a cabo del 22 de junio al 5 de diciembre de 1941) y la “Solución Final” (el exterminio sistemático e industrializado -por medio de cámaras de gases y hornos crematorios- de todos los judíos que se encontraban tanto en Alemania como en la Europa ocupada por la Wermacht), esta nueva guerra de conquistas fue diferente a todas las llevadas a cabo hasta entonces por Adolf Hitler.
La invasión a Rusia fue una guerra de exterminio en las que se establecieron órdenes que no cesaban de aumentar en crueldad, donde los llamados Einsatzgruppen (lo que se traduce como grupos operativos, pero que se ha comprendido como grupos de exterminio o escuadrones de la muerte) de la SS se encargaron de asesinar a los comisarios políticos, los miembros más activos del Partido Comunista, a “los indeseables” (judíos, gitanos, vagos, enfermos mentales, etc.) y a todo el que se sospechara de no colaborar o posible partisano. A las pocas semanas ya asesinaban a pueblos enteros de judíos sin importar que ante ellos estuvieran niños, mujeres (incluso embarazadas) o ancianos. El llamado “holocausto de las balas” superaría el millón de víctimas esos primeros seis meses; y si se suman los 2 millones de prisioneros soviéticos, nunca la historia había vivido tal infierno.
Las autoridades nazis se propusieron con claridad en la segunda mitad de 1941 el exterminio de todos los judíos de la Europa ocupada, solo estaba en debate el método, lo cual se discutió a finales de ese año y principios de 1942. La siembra de odio de su ideología había preparado el camino y la guerra lo había acelerado. A partir de septiembre de 1941 en el territorio del Reich (Alemania, pero también la zona checa) se obligó a los judíos a llevar la Estrella de David bordada en su ropa, medida que ya se aplicaba en el Este (Polonia a las pocas semanas de la invasión en 1939 y que se extenderá en Occidente en 1942). Con respecto a esta medida hubo gestos admirables, como el del sacerdote de la catedral de Berlín que predicó contra la persecución de los judíos y dio misa con la “estrella judía” en la casulla: Bernhard Lichtenberg, que al tiempo sería enviado a un campo de concentración, donde fallecería. De igual forma se comenzó la evacuación a guetos de Polonia y la URSS, aunque muchas veces al llegar se les asesinaba de inmediato.
Los guetos en Polonia (y los nuevos que se fueron estableciendo en la Rusia recientemente ocupada) se crearon como soluciones temporales a la futura deportación más al Este, pero mientras tanto el hambre y las enfermedades irían reduciendo el número de judíos. El argumento que muchos nazis daban para exterminar los habitantes de los guetos era el más cínico: se les aliviaría de su sufrimiento, porque ya era un hecho que las cifras de muerte en estos en el año de 1941 superaban los miles al día. En este sentido el gueto de Lodz en el Warthegau (Polonia occidental anexada) controlado por Arthur Greiser, se había comenzado a superpoblar debido a la llegada de los nuevos judíos que venían del Reich. La decisión que tomó Greiser fue comenzar a reducir su población asesinándolos en el que fue el primer campo de exterminio cuyo nombre era Chelmno. Se instaló el 7 de diciembre, y su método era el uso de camiones herméticos en la parte trasera a los que se les conectaba el tubo de escape.
En nuestra revisión del Orden Nazi durante el año 1941 dejamos “hablar” a las víctimas a través de sus testimonios. No podemos imaginarlo con total certeza, pero creo que se comprende la naturaleza humana que lo hizo posible. Sabemos del odio y la venganza que engendran los mitos alimentados por la propaganda, de la codicia frente al débil, de la ausencia total de empatía con niños, mujeres y ancianos desamparados. Pero en medio del dolor y la muerte, alguna persona abre la puerta venciendo toda indiferencia y recibe al judío, al judío que como ser humano somos tú y yo.
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