Hace poco una amiga me contó que le estaba dando clases a niños no escolarizados. Todo empezó cuando una secretaria se desahogó con ella al transmitirle con preocupación la situación de su hijo. Solo sabía leer, escribir, sumar y restar. Mi amiga se ofreció a darle clases y nivelarlo. Así, un niño que debería estar en sexto grado y sabía lo de un niño pequeño, fue feliz aprendiendo lo que no se le dio en ninguna escuela. Como es de esperarse, se corrió la voz entre muchas madres y ahora mi amiga da clases ad honorem, como es de esperarse, a varios niños.
Saber, aprender, son actos que por naturaleza nos hacen felices, pues todo hombre desea que su inteligencia quede impregnada de nuevos conocimientos. Esto no se sabe hasta que la mente empieza a activarse y a sentir que es mejor que antes. “Todo hombre, por naturaleza, desea saber”, dijo Aristóteles. Y así es. De ahí la felicidad. Cuando no usamos nuestras facultades nos inunda la tristeza y el sentimiento de inutilidad. Todo el que estudia, además, descubre con más facilidad las oportunidades que le ofrece el mundo.
Esta hermosa labor no pueden hacerla muchas maestras que necesitan el dinero para subsistir. Maestras que han migrado de trabajo para poder ganar un sueldo medio digno. Hay otras, sin embargo, que pueden dedicar un poco de su tiempo a hacer lo que hace mi amiga y creo que muchos podemos ofrecernos a enseñar a leer o a escribir mejor a algún niño. Aunque no seamos maestras de profesión y desconozcamos el contenido de los programas de primaria para nivelar a algún niño, siempre podemos enseñar algo, y algo es mejor que nada.
Esa ayuda individualizada es un granito de arena en este terreno tan grande que hay que arar, pues son infinitas las necesidades: muchas de diferente índole. Son, además, muchas las personas que necesitan ayuda. Están los niños, los adolescentes, los adultos y los ancianos o adultos de la tercera edad. Todos presentan diversas necesidades. Por eso siempre podemos ubicarnos en lo que nos es más afín para ayudar a alguien.
El país está lleno de necesidades y ayudarnos unos a otros es una buena manera de salir adelante, de fortalecer un tejido social tan debilitado. Brindar esperanza, amor, fe, es siempre una ayuda infinita que podemos ofrecer.