La cuestión Dudamel —en tanto asunto susceptible de generar un debate de interés público— pudo haber sido el título de esta entrega, si hubiese yo competido en el torneo de dimes y diretes originado a raíz de la designación como director musical de la Ópera de París del ya no tan joven, pero sí famoso y experimentado conductor —más de una década al frente de la Filarmónica de Los Ángeles no son moco de pavo—. Curioso, para no decir fuera de orden, me pareció el registro de algunas voces con predicamento en la variopinta oposición venezolana, las cuales no escatimaron epítetos en airados y acerbos reparos al presunto filochavismo de Gustavo Dudamel, colocando sobre el tapete el espinoso y polémico tema de la politización del arte y la responsabilidad social del artista. En algún chat, observaba los toros desde la barrera y me atreví a encender una vela en el bochinchero entierro, aludiendo a Mephisto (1981), una fáustica alegoría al pacto con el diablo, basada en la obra homónima de Klaus Mann, cinematográficamente versionada por el realizador húngaro István Szabó, con magistral protagonismo de Karl Maria Brandauer en el rol del actor teatral Hendrik Hoefgen, cuya fama lo convierte en ícono de la propaganda nazi; así mismo, insinué un paralelo con Wilhelm Furtwängler, quien, en virtud de su cohabitación con el nacional socialismo, fue sometido, tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial, a un proceso de «desnazificación», a fin de indagar los motivos de su indiferente permanencia en territorio germano durante el conflicto bélico — en su cinta de 2001 Réquiem por un imperio (Taking sides), Szabó narra la obsesión del mayor del ejército norteamericano Steve Arnold (Harvey Keitel) en su empeño de declarar cómplice de los derrotados al prestigioso director de la Berliner Philharmoniker—.
Afortunadamente, en Dudamel: o el profeta que no es de su tierra, fragmento de un ensayo publicado en 2017, Fernando Mires puso orden en la pea al sostener, y transcribo: «No hay ley moral o jurídica que obligue a los artistas a tomar o a no tomar decisiones políticas. Gracias a Dios. De ahí mi absoluta incomprensión frente a esos sectores afiebrados de la opinión pública venezolana que, al enjuiciar a Dudamel, se dejan regir por el lema totalitario: ‘o estás a favor o en contra de nosotros’. En nombre de su oposición al chavismo esos sectores han hecho suya la lógica del chavismo».
La irracionalidad de ese segmento de la oposición lobotomizado por el adversario —facistizado, opinaría el politólogo chileno— es una insalvable barrera para alcanzar acuerdos en cuanto a estrategias orientadas a derrocar la dictadura maduromilitar. Mientras algunos de sus más conspicuos representantes hilvanaban invectivas y arrojan dardo contra el nuevo inquilino del Palacio Garnier, y no precisamente con alegatos inherentes a su arte, el país era noticia de primera página en The New York Times. En amplio y documentado reportaje con rúbrica de Anatoly Kurmanaev —«Grupo terrorista entra en Venezuela a medida que crece la anarquía»—, se detalla cómo operan los insurgentes. Basta leer las primeras líneas de la información divulgada en el diario neoyorkino para saber quiénes mandan en la Goajira y cómo se hacen respetar. Veamos:
«Llevan agua potable a los habitantes de los áridos matorrales, imparten talleres agrícolas y ofrecen chequeos médicos. Ellos median en disputas de tierras, multan a los ladrones de ganado, resuelven divorcios, investigan delitos y castigan a los ladrones. No son policías, funcionarios o miembros del gobierno de Venezuela, que prácticamente ha desaparecido de esta parte empobrecida del país. Todo lo contrario: pertenecen a uno de los grupos rebeldes más notorios de América Latina, considerado terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea por llevar a cabo atentados y secuestros durante décadas de violencia».
Sobre esa anómala situación nada comenta el minpopo de (des)información. Tampoco de los sucesos de Apure, donde los miembros de la FAES persiguen, torturan, asesinan y desplazan a civiles y, al mismo tiempo, soldados y oficiales de la FANB son masacrados a manos de guerrilleros disidentes de los aliados de Nicolás. Y a todas estas, al Padrino se le enreda el papagayo buscando lo que no se le ha perdido, cuando procura vanamente explicar lo inexplicable y silencia la degollina atribuida a los enemigos de sus compinches faracos y elenos, Cunde entonces la especulación, afloran la sospechas y abundan las conjeturas. No pasa nada: según el zarcillo, el país, tu país, está feliz cual perdiz o lombriz: ya casi nadie trabaja porque se alcanzó una tasa de desempleo cercana al 60%, la variación del IPC es inconmensurable y resulta ocioso medirla y, para más inri, de acuerdo con el Hanke’s Annual Misery Index, «Venezuela es por quinto año consecutivo el país más miserable del mundo».
La nación, diezmada por la convergencia de la peste amarilla, la plaga roja y el flagelo verde oliva, espera pacientemente una desescalada sin vacunas. No hay cobres para adquirirlas y la culpa es… ¿de quién? Pues, de quién va a ser sino de los pagapeos habituales: del imperio y de quienes sancionaron a los corruptos narcofuncionarios de confianza; de Iván Duque y de la oligarquía neogranadina; y, ¡por supuesto!, de la vapuleada, dividida y confundida oposición democrática. Y si, ¡milagro!, llegan a aparecer las dosis provenientes del Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19, Covax, las mismas privilegiarán a los patriocarnetizados —¡los demás, a tomar por el saco!— desnaturalizando el espíritu de equidad e inclusión del programa. Quizá desde su inexpugnable señorío, alias el Coqui se apiade de nosotros y nos provea de los ansiados pinchazos. Podríamos agregar otras cuentas al rosario nacional de calamidades, pero sería abusar del espacio disponible y aún no hemos abordado los recuerdos de ayer sábado, hoy domingo y mañana lunes.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;/hoy se está yendo sin parar un punto:/soy un fue, y un será, y un es cansado, versó Francisco de Quevedo en “¡Ah de la vida!”. Sí, ayer se fue y nos dejó una resaca de lucha de clases sin resolver —demagogos y reposeros de la estofa madurista viven de la lucha de clases, ergo, no les conviene poner fin a ese batallar de contrarios—, porque, como es de rutina cada Primero de Mayo, se festejó el Día Internacional de los Trabajadores, ocasión propicia para evocar con inflamadas arengas la matanza de Haymarket (4 de mayo de 1886), lamentar con afligida retórica el infortunio de los mártires de Chicago, vocear desgastadas consignas reivindicativas y anunciar el misérrimo, insuficiente e inflacionario incremento del salario mínimo, punto final de una vacua narrativa populista a la cual anteponemos la carta pastoral del arzobispo de Caracas, monseñor Rafael Arias Blanco, difundida el Primero de Mayo de 1957. A propósito de tan corajudo gesto, un feliz e indocumentado Gabriel García Márquez, en El clero en la lucha, crónica anticipatoria del «nuevo periodismo», publicada hace 62 años en la revista Momento, escribió: «Desde Caracas hasta Puerto Páez, en el Apure; desde la solemnes naves de la catedral metropolitana hasta la destartalada iglesita de Mauroa, en el territorio federal amazónico, la voz de la iglesia ―una voz que tiene 20 siglos― sacudió la conciencia nacional y encendió la primera chispa de la subversión».
¿Y mañana? ¡Ay mañana!, habría exclamado Lázaro «papaíto Candal» la víspera de un duelo de titanes futbolísticos; mas en nuestro caso se trata del Día Mundial de la Libertad de Prensa, conmemoración instaurada por la ONU en 1993, «a fin de evaluar el estado de la libertad de prensa a nivel mundial, denunciar y combatir los ataques a la independencia de la prensa y de los periodistas y rendir homenaje a quienes han perdido la vida en el ejercicio del periodismo». Es efeméride de superlativa significación en una Venezuela amordazada, donde la verdad es acallado con acoso, golpizas, encarcelamiento e incluso asesinato de comunicadores, así como la clausura de medios o, en el caso de El Nacional, la confiscación judicializada, gracias al cinismo de un empoderado bellaco de honor tarifado. Anticipó la celebración el vate con bate del ministerio público, dictando orden de captura contra los miembros de la comisión reestructuradora de Telesur.
¿Y hoy? Para los gregarios, mondongo familiar con mascarillas. A los solitarios: spleen, tedio, y horror al vespertino vacío dominical. Consuela repetir al gran Quevedo en alta voz: Hoy se está yendo sin parar un punto; o venerar, entre otros santos y santas, a Ciriaco, Atanasio, Flaminia, virgen de ardoroso nombre, y Viborada, anacoreta de serpentina gracia, aunque no venenosa hasta donde sepamos; fue, y de eso sí estamos enterados, monja benedictina, mártir y —de allí su importancia— la primera mujer formalmente canonizada en la Iglesia Católica. Y si no fuese por esta bendita dama y la sublevación en Madrid del 2 de mayo de1808 contra el ejército de Napoleón, este domingo en materia de festejos y lamentos sería tan fastidioso como un ascensor sin espejo. Nos resta, malgré Julio Sosa y la Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band, dedicarnos a escuchar grabaciones de Dudamel, y sentir de «modo intenso», vía YouTube, el espíritu de Gustav Mahler o corroborar si, como asegura Mires en el texto citado, cuando dirige la Cuarta sinfonía de Johannes Brahms, el barquisimetano «vive» en Brahms. Ayer se fue, mañana no ha llegado, y yo me voy hoy. ¡Ciao!
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