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Barrio

El año de gracia (?) de 2023, especialmente gracioso para los traidores, los tahúres del cambalache político, pícaros de la peor calaña, y los ciudadanos indiferentes, apunta a un futuro amenazador. Estos días se anuncia un ciclo teatral apasionante, con la representación de la recurrente tragedia llamada España. Escenificada como tragicomedia, otras temporadas, en la actualidad el tema resulta imposible para tal género, porque sería necesario tener consciencia clara para discernir la ficción de la realidad y lo que vemos en el panorama político español amenaza con asentar el triunfo de la mentira sobre la verdad. Así pues, sus únicas posibilidades son ahora la tragedia o la comedia bufa, que aquí acaban yendo, casi siempre, de la mano.

Llegados a este punto aparece la duda: ¿vive España una seria crisis?, ¿acaso la más grave desde la sempiterna Guerra Civil de 1936-1939? Algunos medios se empeñan en demostrar que no. Por ejemplo las televisiones, dedicadas a ocultar todo aquello que no sean las imágenes de playas rebosantes de sombrillas (se supone que debajo hay personas). Repetir cansinamente noticias «trascendentales»: ha vuelto Tamara de luna de miel, pero sigue en ello para entretenimiento nacional; un muchacho español descuartiza en Tailandia a su amigo o amigui, y no parece que la gente tenga cosas más importantes de las que preocuparse y ocuparse. En resumen, una parte de los españoles vive angustiada por la fractura de nuestra sociedad; otra intentando aprovechar la oportunidad para consumarla; el resto en la apatía, el desprecio hacia los demás y el autodesprecio.

Al buscar responsables de esta circunstancia, puede señalarse un individuo o un grupo, siempre que no sea «yo» o «nosotros». A veces, como fórmula elusiva, se recurre a la condena general: la culpa es de todos. En esta ocasión, quizás sea cierto. Los extravíos, las locuras, los errores, y aún los delitos, de quienes protagonizan la representación de la farsa política y sus voceros cómplices, acaban concerniendo a todos los ciudadanos. Sin embargo gran parte de la población no hace nada para evitarlo, sin apreciar que se necesitan siglos, para construir un gran país, pero basta poco tiempo para hacerle morir víctima de la indiferencia.

El 3 de octubre de 2017 S. M. hizo la más solemne declaración hasta hoy: «estamos viviendo –dijo– momentos muy graves para nuestra vida democrática … ante esta situación de extrema gravedad … al conjunto de los españoles, que viven en desasosiego y tristeza, les transmito un mensaje de tranquilidad, de confianza y también de esperanza … para subrayar, el firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la democracia… mi deber como rey con la unidad y permanencia de España». Palabras valientes que entrañaban un riesgo indudable. Lo que Felipe VI no sospechaba era que, no tardando mucho, el sujeto que tomaría el puesto de primer oficial de aquel barco, acabaría confabulándose con otros responsables de la tripulación, para mantenerse en el poder a cualquier precio, aún a riesgo de hundir la nave.

Ahora, nuevamente, el rey vuelve a encontrarse en medio de la tempestad, desatada por la ambición desmedida y la incuria de los políticos, que han convertido su oficio en continua trapisonda. Rodeado por una sociedad cobarde, otra vez el capitán del barco se ve en la tesitura de tener que adoptar decisiones arriesgadas; tanto si avisa de las complicadas maniobras a realizar, como si espera pasivamente a merced de las circunstancias. La dificultad es extrema, pero ahora S. M. sabe quién es el traidor y cuáles son sus objetivos. El rey puede reafirmar una imagen de sí mismo que nos aporte confianza. La puerta para salir del caos ha de venir de la mano de la eficacia de la Constitución, desvirtuada por sus enemigos, entre los que destaca el sr. Sánchez, y la preservación de la justicia. La democracia no puede asentarse sobre la injusticia y la desigualdad de los ciudadanos. La desmoralización, por el supuesto carácter irreversible de la «realidad», no debe llevarnos a la claudicación, sino a corregir los factores del fracaso.

Cuando la virtud del ejemplo se ve acosada por la confusión de los falsos valores, la dificultad de influir en la realidad, subyugada por la apariencia, alcanza límites desalentadores. Sin embargo, debe hacerse oír la voz que señale una luz de esperanza, en esta hora de zozobra. Porque al desastre político le seguirá el hundimiento moral, ¿o es a la inversa? Perderemos totalmente algo que ya apenas nos queda, la capacidad de asombro, la idea de asumir la solidaridad como algo imprescindible para respetar a los demás; la responsabilidad de ser, y hasta la compasión. Leí algo de esto, respecto a Venezuela, en el penúltimo Papel Literario publicado en ese milagro de perseverancia y buen hacer que es El Nacional.

Artículo publicado en el diario La Razón de España

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