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Avanza la transición, pero no cesan las amenazas

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Pese a todos los obstáculos y contratiempos, el proceso hacia una transición democrática pacífica ha hecho avances significativos. En los 7 meses transcurridos desde el 22 de octubre del año pasado, la oposición ha tenido, en general, la paciencia y la sindéresis suficiente para conjurar las numerosas zancadillas colocadas por los distintos poderes y actores del régimen, obstinado en su insaciable sed de poder  y en su incapacidad e indisposición de reformular un proyecto político que después de ilusionar a un pueblo entero, e incluso a otros pueblos del continente, terminó el en más grande fracaso de nuestra historia contemporánea.

Tanto María Corina Machado como la Plataforma Unitaria han logrado, al menos hasta el momento, estar a las alturas de las circunstancias. Sin que podamos hablar de ejecutorias perfectas -que no existen en política- ambos han podido, pese a tantas voces agoreras, mantener la unidad de fuerzas y propósitos que demandan las elecciones del 28 de julio.

La Plataforma, contra todo pronóstico, ha podido mantener la concordia interpartidista pese a las agudas discrepancias y tensiones que acarreó la inhabilitación de Corina Yoris, sobre todo durante el sensible episodio de la candidatura de Rosales, quien, al aceptar finalmente la postulación de González, respondió a las expectativas de unidad del electorado opositor, ganando un punto en sus credenciales de liderazgo, y asegurando, si todo marcha bien el 28, su reelección en la Gobernación del Zulia en 2025.

Quienes veían a María Corina como una opositora de posturas rígidas e inclaudicables, una intransigente incapaz de negociar, se han encontrado con una dirigente que ha aprendido a ser pragmática cuando las circunstancias lo demandan, y que al mismo tiempo busca calzar las botas de una estadista y no simplemente saciar el ego y la sed de poder, como es el caso de los susodichos.

Esto se refleja no solo en su conducta después de la inhabilitación, al apoyar primero a Corina Yoris y luego a Edmundo González, sino también al moderar su mensaje de corte neoliberal y de derecha, migrando hacia un centro moderado, para disminuir así las resistencias y resquemores de las demás fuerzas opositoras democráticas, que -al contrario del falso imaginario que impuso Chávez, con su discurso lleno de simplificaciones y antagonismos artificiosos- en su gran mayoría no son de derecha sino de un rango que va del centrismo democrático-liberal a la centroizquierda.

Los que se empeñaron en ver a María Corina como una segunda Milei -con motosierra y todo- ignoraron que nunca ha profesado las posturas anarcocapitalistas radicales defendidas por el león argentino. Y por otra parte no se esperaban que ella hiciera una de las cosas más difíciles en política: adaptarse a las circunstancias (en nuestro caso, circunstancias de penuria social extrema, al punto de haber desaparecido, virtualmente, la clase media, algo muy distinto a la situación del país gaucho), asumiendo, en medio del cuadro tan dramático del país, la ética de la responsabilidad weberiana y no la ética de la convicción tan frecuente entre quienes gustan de los extremos y desbordan intolerancia.

En lo que respecta a la campaña electoral propiamente, la tónica de María Corina no ha variado mucho desde los tiempos recientes de octubre y aún antes: sigue desbordando las calles del país, generando una empatía pocas veces vista en nuestra historia electoral, con el aliciente épico que le dan los numerosos obstáculos del régimen en sus giras; el más reciente de los cuales ha sido la apuesta de Cabello de llamar a concentraciones paralelas del PSUV, que, con sus tantos autobuses, solo han servido para reflejar el enorme desbalance de simpatías y preferencias del electorado en estos momentos.

Pero hay otro elemento de la campaña de Machado que llama poderosamente la atención: en sus concentraciones ella ha hecho común dar la palabra a los asistentes, algo inédito en este tipo de eventos, que rompe con los códigos tradicionales de la comunicación política. Aquí el elector o asistente se pone, en cierta forma, en el mismo plano de la dirigencia, ya no hay un arriba y un abajo en el escenario, ya no es una relación jerárquica sino más bien horizontal, lo cual pareciera estar en consonancia con ese sello femenino y afectivo de la líder de Vente Venezuela. Esto contrasta notablemente con la actitud de distanciamiento físico y comunicacional con sus partidarios que idéntica y define cada vez más al liderazgo chavista.

Esta brecha del chavismo con sus acólitos y el pueblo en general se refleja patéticamente en la campaña de Maduro: las escasas concentraciones a las que ha asistido -la última en Guarenas- son una especie de performance típica de un teatro de calle, una simulación burda de un mitin, con unos pocos centenares de “extras” trasladados en autobuses. El miedo a Maduro a las concentraciones -por los motivos que fuesen, el rechazo que siente del electorado o por su paranoia- lo ha llevado a limitarse a escenarios bajo control y sin exposición alguna, básicamente programas de televisión, donde sus asesores de imagen pretenden venderlo más humano y asequible.

Hay otro factor que limita fuertemente la posibilidad -de por sí escasa- de que el PSUV y su candidato recuperen al menos una parte de los afectos que otrora tenían: la severa crisis de las finanzas del estado, como consecuencia de la debacle de la industria petrolera y del aparato productivo en general. Quizás por primera vez en 5 lustros, los jerarcas rojos afrontan una campaña casi sin dádivas ni subsidios que repartir. Esto se refleja en la decadencia casi terminal de las bolsas CLAP, y particularmente en los más de dos años sin aumento del salario, el cual ha sido sustituido por pírricos bonos.

El hecho de que el régimen solo esté apelando de manera discreta y limitada a la máquina de hacer dinero del BCV, indica que -posiblemente también por primera vez en 5 lustros- se está imponiendo dentro de los sectores decisorios una racionalidad económica y no la racionalidad política autoritaria y populista típica, esto es, mantener el poder a toda costa, sin importar que la economía y el país se vayan por el barranco. Sin duda, la trágica experiencia de la hiperinflación, apenas controlada en los últimos meses, puede ser la explicación de este cambio; junto, por supuesto, con la necesidad de tener unos guarismos económicos mínimos para poder entrar de nuevo en los circuitos financieros internacionales. Esto no significa necesariamente que hay una disposición a abrirse a una transición, pues podría especularse que esta dificultad piensan superarla afinando y multiplicando todos los mecanismos de fraude para el 28 de julio.

Es indiscutible que la posibilidad de que el régimen entre en el redil del juego político competitivo y la transición depende, en buena medida, de que bajen los costos de salida. En ese terreno parecen haberse hecho unos avances en el ámbito internacional desde hace tiempo: la liberación de Saab y de los sobrinos, entre otras medidas, debería ser tomado en cuenta por Maduro y compañía como un dato de la disposición de la administración Biden a buscar acuerdos que garanticen la beligerancia del chavismo y sus líderes en el debate político (a diferencia de lo que sería la política de Trump).

Lo mismo debe decirse de la mediación de Lula y Petro, que refleja la preocupación de la región en general con nuestro país: el nivel de tolerancia con las arbitrariedades del régimen y los negativos efectos de sus políticas -entiéndase principalmente: migración- parece haberse llegado a su fin. En este terreno lo que se logre va a depender de la combinación de varios factores, entre ellos, por cierto, cómo se resuelven los líos internos dentro del chavismo, asunto complejo y de difícil pronóstico, que amerita ser tratado en otra ocasión.

@fidelcanelon 

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