Inexorablemente las calles y carreteras del mundo se irán llenando de carros chinos baratos. Una avalancha de automóviles eléctricos espera a ser descargada en puertos de todo el planeta mientras los fabricantes occidentales se llevan las manos a la cabeza exigiendo de sus autoridades protección para la industria local.
Desde la década de los noventa del pasado siglo, cuando China fabricaba vehículos de gasolina caracterizados por su pobre tecnología, diseño y desempeño y el fin de la segunda década del siglo XXI, surgieron cerca de 500 empresas chinas dedicadas a la fabricación de autos eléctricos. Sus calidades eran pobres y los precios eran altos. Libraron entre ellas una competencia feroz, lo que llevó a la quiebra a numerosas sociedades, después incluso de embolsillarse las ayudas que el Estado chino y las regiones ofrecían.
Pero Pekín estaba empeñado en promover el crecimiento del sector y para ello desde hace 10 años el gobierno comenzó a ofrecer exoneración de aranceles, reducción de impuestos a la industria y estímulos para los compradores particulares de carros eléctricos. La descontaminación ambiental era una buena excusa, pero la realidad es que veían en ese sector una vía de para estimular el desarrollo tecnológico y la utilización de las destrezas alcanzadas en el manejo de tierras raras y otros metales para la fabricación de baterías, la creación masiva de puestos de trabajo, la apertura de numerosos mercados externos embarcados en la migración hacia energías verdes.
Lo cierto es que el sector se achicó hasta albergar hoy solo 130 fabricantes. De esa batalla 20 grupos industriales salieron favorecidos y permanecen liderando el mercado interno de producción de buses, camiones o autos eléctricos. Las empresas chinas BYD, MG y Geely son un ejemplo de este esfuerzo. Sociedades como la americana Tesla ya han sido invitadas y han comenzado operaciones allí, porque la meta es la exportación, sin duda.
Ya para esta hora, por ejemplo, 25% de las marcas que carros que circulan en Europa son chinas. Pero es que el mercado global se va a multiplicar por 8 para el año 2030, cuando la flota de unidades eléctricas alcanzará 240 millones, 30% del total de carros que se vendan en el planeta.
El resto del mundo ha decidido defenderse y Estados Unidos, por ejemplo, ha comenzado a incrementar sus aranceles a los vehículos eléctricos mientras dentro de las corrientes comerciales planetarias y los organismos que las regulan, han puesto a circular la tesis de que los apoyos chinos a sus empresas configuran una competencia desleal. Joe Biden ha sido lapidario: “no es competencia, es trampa”, ha dicho.
Pero no nos equivoquemos. Esta industria china no será detenida por acciones de esta naturaleza. Lo que pudiera desatarse a raíz de estrategias proteccionistas son retaliaciones que solo contribuirán a enrarecer el comercio.
El Salón Chino del Automóvil que cerró sus puertas en Pekín hace 4 semanas asistió a la presentación de 117 nuevos modelos. Y la firma china BYD, cuyas ventas se multiplicaron por 6 el año 2023, ha destinado 1 billón de dólares a una planta productora de carros, buses y camiones híbridos en el estado de Bahía en Brasil, al tiempo que se convierte en el patrocinante de la Copa de Futbol Latinoamericano.
En dos palabras, el dominio chino sobre el sector se seguirá fortaleciendo y se orientará hacia mercados más permisivos de Asia, Latinoamérica y Oriente Medio en una avalancha que tiende a ser indetenible. Vale más que lo veamos de ese modo.